público

El culto a las estrellas que fomenta el cine no sólo conserva aquella magia, emanación de la personalidad, que hace ya mucho tiempo que consiste en el desmedrado titilar de su carácter de pura mercancía, sino que lo que es su complemento, el correlativo culto al público, exige al mismo tiempo la condición corrupta de ese público, con la cual el fascismo trata de poder sustituir su conciencia de clase.

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El cambio en el modo de exposición operado por la técnica de reproducción se hace también perceptible en la política. La crisis de las democracias se puede comprender como una crisis de las condiciones de exposición del hombre político. Las democracias exponen al político inmediatamente, es decir, en persona, y, ciertamente, ante los representantes. El parlamento viene a ser su público. Con las innovaciones obtenidas en los aparatos de grabación, que permiten hacer audible al orador para un número indefinido durante el discurso y visible para otro número indefinido muy poco después, el manejo por parte del político de estos aparatos pasa a primer plano. Así, los parlamentos se despueblan al tiempo que los teatros. Radio y cine no sólo modifican la función del actor, sino igualmente la función del que se presenta a sí mismo frente a ellos, como lo hace el político. La orientación de este cambio, sin perjuicio de sus tareas específicas, es hoy ya la misma en el actor de cine y el político. Pues aspira a la exponibilidad de actuaciones comprobables, hasta supervisables, bajo unas concretas condiciones sociales, tal como ya lo había exigido el deporte en ciertas condiciones naturales. Eso conforma una nueva élite, una que está ante el aparato, de la que el campeón, la star y el dictador aparecen como vencedores.

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Cuanto más disminuye la importancia social propia de un arte, tanto más se afirmará en el público el divorcio entre una actitud crítica y el placer puro y simple. De lo convencional se gusta sin criticar, mientras que se critica con disgusto lo que en verdad es nuevo.

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El criterio de verdadera actualidad no se encuentra en el público.

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Kraus contrapone a esas sensaciones siempre iguales que la prensa diaria le presenta a su público la ‘noticia’ eternamente nueva que hay que dar de la historia de la Creación: el lamento incesante, eternamente nuevo.

Karl Kraus

Obras II, 1, p. 352

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«Los derechos humanos [argumenta Karl Kraus] son el frágil juguete de los adultos, uno con el cual todos quieren jugar y que por eso no dejan que les quiten». De este modo, la delimitación entre lo privado y lo público, esa que en 1789 vino a proclamar la libertad, se ha convertido hoy en un sarcasmo. Pues mediante el periódico, como dice Kierkegaard, «la distinción entre público y privado es relevada por una verborrea que es pública-privada».

Karl Kraus

Obras II, 1, p. 364

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Recordemos ahora el dadaísmo. Su fortaleza revolucionaria consistía en examinar la autenticidad del arte. Los dadaístas elaboraban bodegones a partir de billetes, carretes, cigarrillos... combinados con ciertos elementos pictóricos. Todo esto finalmente se enmarcaba, para así poder decir al público: «Mirad bien, el tiempo hace estallar el marco que protege vuestros cuadros; el trozo más pequeño procedente de la vida cotidiana dice mucho más que la pintura»; al igual que la huella ensangrentada del dedo de un asesino impresa en la página de un libro nos dice más que el texto.

El autor como productor

Obras II, 2, p. 306

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La hostilidad de Goethe frente a la guerra de liberación de los alemanes contra Napoleón, que ha escandalizado largamente a la historia burguesa de la literatura, es muy comprensible en el contexto de los condicionamientos políticos de Goethe. Porque Napoleón, antes que fundador del imperio europeo, era para él, como escritor, fundador de su público europeo.

Goethe

Obras II, 2, p. 343

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Al público nunca hay que darle la razón, pero, aún así, tiene que sentirse como representado por el crítico.

Calle de dirección única

Obras IV, 1, p. 48.

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