revolución de 1789
Nuestro dogma procede del Sinaí de la gran Revolución; grande porque fue reveladora; grande, menos que por lo hecho que por lo dicho. Quien se pretende demócrata data su origen en la Declaración de los Derechos Humanos. Realmente, nadie la rechaza, e incluso son los liberales quienes más hablan del 1789. Bien, pero, ¿qué dice? Dice «libres e iguales».
Éramos demasiado pequeños para el cuadro, o para nosotros ese cuadro era realmente demasiado grande
Correspondencia, 1789-1791
Este siglo, en que se va a exaltar la idea de la libertad, debía comenzar por tomar conciencia del horror de los calabozos de una forma que raya en la obsesión; ya se trate de los torreones del marqués de Sade –donde impera el capricho sanguinario de una secta secreta–, de relatos auténticos o ficticios o de las propias obras de teatro en que se denuncia lo arbitrario de la inquisición y el absolutismo, el tema carcelario reaparece como escenografía o desgracia vivida. Si el primer acto de la Revolución francesa –la toma de la Bastilla– es la destrucción de una prisión, el hecho corresponde claramente a una imagen grabada como a fuego sobre la conciencia colectiva
La invención de la libertad
La gran Revolución francesa comenzó con la triunfal proclamación de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano; pero ese derecho, –proclamado para toda la humanidad– no era realmente sino sólo un derecho de clase para aquello que era el ciudadano como código de la burguesía (a saber, el Código Civil). Ese Código de Napoleón, formulación en abreviatura de la naturaleza, real e histórica, de la gran Revolución francesa, revolución burguesa como tal. Proclamado derecho natural como el del ciudadano –el propietario–, como derecho innato estrictamente”. “La burguesía se representa la revolución burguesa, más o menos, como ‘un señor de traje oscuro’ que, bajo el nombre de ‘revolución’, realiza un ‘milagro’ al poner en práctica los principios del derecho natural y al derribar, al mismo tiempo, a los odiados señores feudales, instaurando así la libertad y la garantía de la libertad de la propiedad privada. Si además se producen algunas tensiones, es decir, los calificados como “males de la revolución”, “el terror” y las ejecuciones –unas que ni siquiera se detienen ante la sagrada persona del rey–, constituyen casos desgraciados que habrá que olvidar a toda prisa o, incluso, negarlos, borrarlos del todo de los libros de historia–
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
En su lucha con los teatros populares, la Comédie Française obtuvo del gobierno que se impusiera en los restantes escenarios la absurda obligación de separar con un velo de tul a los actores de los espectadores. El 14 de julio de 1789, la noticia de la toma de la Bastilla le llegó a Plancher-Valcour, director de un teatrito parisino, en plena función, quien, en un patético arrebato, desgarrando el velo con sus manos, gritó: “¡Viva la libertad!” El 13 de enero de 1791 el gobierno revolucionario decretó la libertad de los teatros
La Comédie Italienne en France et le Théâtre de la Foire et du Boulevard, 1570-1791, París, 1902
Desde cientos de años antes de la gran revolución francesa se había ido elaborando, bajo la denominación de ‘derecho natural’, la consciencia jurídica de la burguesía en ascenso, una que finalmente, con la Declaración de los derechos del hombre y, posteriormente, el Código civil, se convirtió en derecho positivo
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
No hemos sido nosotros los primeros en pasar a quemar las viejas leyes. También la gran revolución francesa, y hasta la expresión ‘quemar las leyes’ pertenece a Voltaire. La revolución francesa sustituyó las malas leyes por las leyes ‘mejores’ del nuevo gobierno, procediendo después a instituir lo que era su ‘Nuevo Testamento’, el del Código de Napoleón. Así quedaron declaradas nulas “todas las leyes, ordenanzas, costumbres e interpretaciones” propias de los regímenes anteriores, y se añadió el explícito mandato de “decidir todas las causas con arreglo a este Código”. ¿No era esto una modificación del primer mandamiento de Moisés: “No tendrás otro Dios que yo”?
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
Los hombres hacen lo que es su propia historia, pero no a su completa voluntad, en circunstancias elegidas libremente; bien al contrario, éstas se las encuentran hechas, terminadas, dadas como herencia del pasado. La tradición de las generaciones muertas carga como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos. Y cuando parecen ocupados en transformarse y cambiar la realidad creando algo totalmente nuevo, a saber, justamente en el momento de una crisis revolucionaria, comienzan a evocar ansiosamente y a llamar al rescate a los manes de sus antepasados, para ir tomando entonces de ellos nombres, atavíos y consignas, representando la nueva pieza histórica con lenguaje prestado y venerablemente travestidos. Así cubrió Lutero sus facciones con la máscara del apóstol Pablo, mientras la Revolución de 1789-1814 se disfrazó de modo alternativo como República romana y como Imperio, y la revolución del 1848 no supo encontrar nada mejor que parodiar en unas ocasiones el 1789, y en otras en cambio la tradición revolucionaria del 1793-1795
El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
Nuestro dogma procede del Sinaí de la gran Revolución; grande porque fue reveladora; grande, menos que por lo hecho que por lo dicho. Quien se pretende demócrata data su origen en la Declaración de los Derechos Humanos. Realmente, nadie la rechaza, e incluso son los liberales quienes más hablan del 1789. Bien, pero, ¿qué dice? Dice «libres e iguales».
Éramos demasiado pequeños para el cuadro, o para nosotros ese cuadro era realmente demasiado grande
Correspondencia, 1789-1791
Este siglo, en que se va a exaltar la idea de la libertad, debía comenzar por tomar conciencia del horror de los calabozos de una forma que raya en la obsesión; ya se trate de los torreones del marqués de Sade –donde impera el capricho sanguinario de una secta secreta–, de relatos auténticos o ficticios o de las propias obras de teatro en que se denuncia lo arbitrario de la inquisición y el absolutismo, el tema carcelario reaparece como escenografía o desgracia vivida. Si el primer acto de la Revolución francesa –la toma de la Bastilla– es la destrucción de una prisión, el hecho corresponde claramente a una imagen grabada como a fuego sobre la conciencia colectiva
La invención de la libertad
La gran Revolución francesa comenzó con la triunfal proclamación de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano; pero ese derecho, –proclamado para toda la humanidad– no era realmente sino sólo un derecho de clase para aquello que era el ciudadano como código de la burguesía (a saber, el Código Civil). Ese Código de Napoleón, formulación en abreviatura de la naturaleza, real e histórica, de la gran Revolución francesa, revolución burguesa como tal. Proclamado derecho natural como el del ciudadano –el propietario–, como derecho innato estrictamente”. “La burguesía se representa la revolución burguesa, más o menos, como ‘un señor de traje oscuro’ que, bajo el nombre de ‘revolución’, realiza un ‘milagro’ al poner en práctica los principios del derecho natural y al derribar, al mismo tiempo, a los odiados señores feudales, instaurando así la libertad y la garantía de la libertad de la propiedad privada. Si además se producen algunas tensiones, es decir, los calificados como “males de la revolución”, “el terror” y las ejecuciones –unas que ni siquiera se detienen ante la sagrada persona del rey–, constituyen casos desgraciados que habrá que olvidar a toda prisa o, incluso, negarlos, borrarlos del todo de los libros de historia–
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
En su lucha con los teatros populares, la Comédie Française obtuvo del gobierno que se impusiera en los restantes escenarios la absurda obligación de separar con un velo de tul a los actores de los espectadores. El 14 de julio de 1789, la noticia de la toma de la Bastilla le llegó a Plancher-Valcour, director de un teatrito parisino, en plena función, quien, en un patético arrebato, desgarrando el velo con sus manos, gritó: “¡Viva la libertad!” El 13 de enero de 1791 el gobierno revolucionario decretó la libertad de los teatros
La Comédie Italienne en France et le Théâtre de la Foire et du Boulevard, 1570-1791, París, 1902
Desde cientos de años antes de la gran revolución francesa se había ido elaborando, bajo la denominación de ‘derecho natural’, la consciencia jurídica de la burguesía en ascenso, una que finalmente, con la Declaración de los derechos del hombre y, posteriormente, el Código civil, se convirtió en derecho positivo
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
No hemos sido nosotros los primeros en pasar a quemar las viejas leyes. También la gran revolución francesa, y hasta la expresión ‘quemar las leyes’ pertenece a Voltaire. La revolución francesa sustituyó las malas leyes por las leyes ‘mejores’ del nuevo gobierno, procediendo después a instituir lo que era su ‘Nuevo Testamento’, el del Código de Napoleón. Así quedaron declaradas nulas “todas las leyes, ordenanzas, costumbres e interpretaciones” propias de los regímenes anteriores, y se añadió el explícito mandato de “decidir todas las causas con arreglo a este Código”. ¿No era esto una modificación del primer mandamiento de Moisés: “No tendrás otro Dios que yo”?
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
Los hombres hacen lo que es su propia historia, pero no a su completa voluntad, en circunstancias elegidas libremente; bien al contrario, éstas se las encuentran hechas, terminadas, dadas como herencia del pasado. La tradición de las generaciones muertas carga como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos. Y cuando parecen ocupados en transformarse y cambiar la realidad creando algo totalmente nuevo, a saber, justamente en el momento de una crisis revolucionaria, comienzan a evocar ansiosamente y a llamar al rescate a los manes de sus antepasados, para ir tomando entonces de ellos nombres, atavíos y consignas, representando la nueva pieza histórica con lenguaje prestado y venerablemente travestidos. Así cubrió Lutero sus facciones con la máscara del apóstol Pablo, mientras la Revolución de 1789-1814 se disfrazó de modo alternativo como República romana y como Imperio, y la revolución del 1848 no supo encontrar nada mejor que parodiar en unas ocasiones el 1789, y en otras en cambio la tradición revolucionaria del 1793-1795
El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
Nuestro dogma procede del Sinaí de la gran Revolución; grande porque fue reveladora; grande, menos que por lo hecho que por lo dicho. Quien se pretende demócrata data su origen en la Declaración de los Derechos Humanos. Realmente, nadie la rechaza, e incluso son los liberales quienes más hablan del 1789. Bien, pero, ¿qué dice? Dice «libres e iguales».