rojo
La publicidad de la vida política, con la inmediata y total publicación de las decisiones de la Comuna y sus proclamas hecha casi siempre en forma de affiches, fueron creando una temporalidad ‘espontánea’ gracias a la cual los ciudadanos no estaban ya informados de su historia a partir del hecho, sino que habitaban el momento de su efectiva realización. La reapropiación de la ciudad y sus calles […] implicó a su vez la reinvención de los ritmos urbanos; así, las noches blancas y los ‘días revolucionarios’ eran mucho más que meros días marcados en rojo sobre un calendario: señalaban la introducción de un nuevo movimiento temporal.
The Emergence of Social Space: Rimbaud and the Paris Commune
Las Tullerías ardiendo, a nuestra izquierda. Nada más caer la noche, los communards habían incendiado uno y otro extremo del palacio, los pabellones de Flora y de Marsan. Desde ellos, el fuego fue ganando el Pabellón del Reloj a toda prisa, en el centro de la edificación, en donde se había preparado una mina compuesta de toneles de pólvora, amontonados en la Sala de los Mariscales. En ese momento, a través de las ventanas reventadas de los edificios intermedios, salían torbellinos de humo rojo, atravesados de azules llamaradas. Cedían los techos, recorridos por ardientes grietas, y se iban abriendo como tierra volcánica al empuje del fuego en su interior [...]. De pronto se escuchó un terrible estruendo. Era el momento en que, en las Tullerías, el fuego alcanzó al cuerpo central, a la Sala de los Mariscales. Los toneles de pólvora ardían por efecto del incendio, y el Pabellón del Reloj saltó en pedazos, envuelto en una inmensa polvareda, y una inmensa gavilla, una alta espiga inundó totalmente el negro cielo, como florido ramo de la fiesta
La Débâcle
I
Ocurrió en nuestro tiempo.
[…]
Sobre las calles, la manifestación
va allanando todos los obstáculos.
Va afluyendo
la cola, rumorosa.
Ya está cerca del parque.
Llega al puente
Troitski.
Desde el Neva, ocho descargas.
La novena, cansada.
Gente al trote.
A lo lejos:
“¡Venganza!”
Corren por las aceras.
Cae la noche
que la aurora ya no levantará.
Al tronar de descargas,
desde las barricadas otro trueno.
[…]
Obstinada y desnuda, sin sonrojo,
la ciudad se mostraba toda entera.
II
Esos días son como un periódico,
pueden leerse al azar,
por cualquier lado.
Tengo catorce años,
quince dentro de un mes.
[...]
La ciudad sueña.
[…]
La bencina prolongó el ocaso,
y, detrás, se retuerce
aún el rojo gayo de las llamas.
III
En la calle, cuajada,
saludando despacio a las banderas.
Se apagaban los coros a lo lejos
y se despeinó la oscuridad.
Mira el sol, a través de sus gemelos.
Cañoneo y ocaso, todo el día.
[…]
Los crujientes montones de la nieve,
los cadáveres, puestos sobre el suelo
como si se lanzaran a volar.
Ocurrió en nuestro tiempo.
[…]
Esos primeros días de febrero
me enamoré de la tormenta.
El año 1905
La tarea que me fue encomendada: poner fin al viejo ordenamiento judicial y abolir el derecho [...]. No limitarse a ‘cambiar el nombre de las calles’ y ‘poner los letreros del revés’, sino trabajar en una demolición y reorganización radicales” […]. En la ciencia, tal como en la vida, aún está muy de moda limitarse a cambiar el nombre de las calles en vez de rehacer el empedrado, o pintar de rojo las viejas paredes que se derrumban, en vez de rehacerlas
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
La publicidad de la vida política, con la inmediata y total publicación de las decisiones de la Comuna y sus proclamas hecha casi siempre en forma de affiches, fueron creando una temporalidad ‘espontánea’ gracias a la cual los ciudadanos no estaban ya informados de su historia a partir del hecho, sino que habitaban el momento de su efectiva realización. La reapropiación de la ciudad y sus calles […] implicó a su vez la reinvención de los ritmos urbanos; así, las noches blancas y los ‘días revolucionarios’ eran mucho más que meros días marcados en rojo sobre un calendario: señalaban la introducción de un nuevo movimiento temporal.
The Emergence of Social Space: Rimbaud and the Paris Commune
Las Tullerías ardiendo, a nuestra izquierda. Nada más caer la noche, los communards habían incendiado uno y otro extremo del palacio, los pabellones de Flora y de Marsan. Desde ellos, el fuego fue ganando el Pabellón del Reloj a toda prisa, en el centro de la edificación, en donde se había preparado una mina compuesta de toneles de pólvora, amontonados en la Sala de los Mariscales. En ese momento, a través de las ventanas reventadas de los edificios intermedios, salían torbellinos de humo rojo, atravesados de azules llamaradas. Cedían los techos, recorridos por ardientes grietas, y se iban abriendo como tierra volcánica al empuje del fuego en su interior [...]. De pronto se escuchó un terrible estruendo. Era el momento en que, en las Tullerías, el fuego alcanzó al cuerpo central, a la Sala de los Mariscales. Los toneles de pólvora ardían por efecto del incendio, y el Pabellón del Reloj saltó en pedazos, envuelto en una inmensa polvareda, y una inmensa gavilla, una alta espiga inundó totalmente el negro cielo, como florido ramo de la fiesta
La Débâcle
I
Ocurrió en nuestro tiempo.
[…]
Sobre las calles, la manifestación
va allanando todos los obstáculos.
Va afluyendo
la cola, rumorosa.
Ya está cerca del parque.
Llega al puente
Troitski.
Desde el Neva, ocho descargas.
La novena, cansada.
Gente al trote.
A lo lejos:
“¡Venganza!”
Corren por las aceras.
Cae la noche
que la aurora ya no levantará.
Al tronar de descargas,
desde las barricadas otro trueno.
[…]
Obstinada y desnuda, sin sonrojo,
la ciudad se mostraba toda entera.
II
Esos días son como un periódico,
pueden leerse al azar,
por cualquier lado.
Tengo catorce años,
quince dentro de un mes.
[...]
La ciudad sueña.
[…]
La bencina prolongó el ocaso,
y, detrás, se retuerce
aún el rojo gayo de las llamas.
III
En la calle, cuajada,
saludando despacio a las banderas.
Se apagaban los coros a lo lejos
y se despeinó la oscuridad.
Mira el sol, a través de sus gemelos.
Cañoneo y ocaso, todo el día.
[…]
Los crujientes montones de la nieve,
los cadáveres, puestos sobre el suelo
como si se lanzaran a volar.
Ocurrió en nuestro tiempo.
[…]
Esos primeros días de febrero
me enamoré de la tormenta.
El año 1905
La tarea que me fue encomendada: poner fin al viejo ordenamiento judicial y abolir el derecho [...]. No limitarse a ‘cambiar el nombre de las calles’ y ‘poner los letreros del revés’, sino trabajar en una demolición y reorganización radicales” […]. En la ciencia, tal como en la vida, aún está muy de moda limitarse a cambiar el nombre de las calles en vez de rehacer el empedrado, o pintar de rojo las viejas paredes que se derrumban, en vez de rehacerlas
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
La publicidad de la vida política, con la inmediata y total publicación de las decisiones de la Comuna y sus proclamas hecha casi siempre en forma de affiches, fueron creando una temporalidad ‘espontánea’ gracias a la cual los ciudadanos no estaban ya informados de su historia a partir del hecho, sino que habitaban el momento de su efectiva realización. La reapropiación de la ciudad y sus calles […] implicó a su vez la reinvención de los ritmos urbanos; así, las noches blancas y los ‘días revolucionarios’ eran mucho más que meros días marcados en rojo sobre un calendario: señalaban la introducción de un nuevo movimiento temporal.
The Emergence of Social Space: Rimbaud and the Paris Commune