El filósofo, ensayista, director de la Fundación Juan March y de la Cátedra de la Ejemplaridad/CUNEF Universidad Javier Gomá, lleva desde bien joven queriendo dar respuesta a dos preguntas: ¿qué hay en el mundo? ¿qué hacer con lo que hay? Si bien han pasado diez años desde que terminara su Tetralogía de la ejemplaridad, el filósofo no quedó del todo satisfecho -¿puede en cualquier caso un filósofo estar satisfecho?- y siguió dándole vueltas a estas cuestiones hasta encontrar una respuesta más condensada y específica en Universal concreto. Método, ontología, pragmática y poética de la ejemplaridad (Taurus), que ahora presenta en el Círculo de Bellas Artes junto a los también filósofos José Luis Villacañas y Nuria Sánchez Madrid.

Sobre Universal concreto

En otoño de 1980 Javier Gomá, que contaba solo quince años, tuvo una visión, una intuición juvenil en relación a la ejemplaridad. Desde la vocación que da la literatura, porque para él la filosofía lo es, ha venido escribiendo en torno a esa idea, pero nunca hasta ahora había tomado la distancia suficiente para convertirla en el objeto de su escritura.

El filósofo, que no es tan pesimista como muchos pensadores actuales, declaraba recientemente en La hora cultural: “Vivimos en el mejor momento de la historia, al menos el menos imperfecto, pero aún así vivimos enfadados; vivimos con más dignidad que antes, pero nos sentimos más indignados”.

Demócrata liberal convencido, Gomá cree que hay que aceptar esa imperfección a la que nos lleva ese ideal político y asumir ese pensamiento de Aristóteles, quien decía que “la virtud es amar, gozar y odiar de la manera correcta”.

Una de sus más impactantes reflexiones se refiere a la vulgaridad, que es tomada más como un avance y que, resultante de la unión entre libertad e igualdad, se proyecta como una espontaneidad “no educada”. Sin embargo, para Gomá, ese progreso moral no es un final de trayecto, sino una transición hacia esa ejemplaridad igualitaria, visible en una mayoría selecta. Para Gomá todos y cada uno de nosotros estamos llamados a la ejemplaridad igualitaria, que no es la de los grandes héroes, sino la anónima, la que no tiene relieve, la del montón, la de esos hombres y mujeres que viven y mueren con dignidad: “No digo que todos seamos Aquiles, pero sí que nos parezcamos a él. La sabiduría, la inteligencia la creatividad puede que solo estén reservados para unos pocos, pero la ejemplaridad es lo más democrático que existe”.