Una luz en la oscuridad
Artículo de Ernesto Negri*, publicado en Página 12
A la Edad Media se la considera, desde cierta perspectiva, un periodo oscurantista. Por cierto, no fue lo que sucedió con el ajedrez. Es que en ella se propaga y adquiere su forma moderna. El vector de transmisión sigue el camino del comercio y de las conquistas. Los musulmanes (que lo habían conocido por los persas, quienes lo habían recibido de la India) lo llevan a España, donde instalan un califato en Córdoba, y a Italia. También ingresa por Bizancio y, siguiendo el curso del río Volga, por Rusia y Escandinavia. Se generaliza luego por todo el continente. Sucesos todos acaecidos en este largo periodo de la Humanidad.
En la recorrida toma su nombre definitivo. La palabra en castellano deriva de al shatranj (el ajedrez), expresión con la que los invasores lo conocían, que venía de otras mutaciones fonéticas (del chaturanga pasando por el chatrang). Las piezas abstractas (sin rostros, por impedirlo el Corán) dan paso a estatuillas con figuras realistas. El tablero escaqueado monocolor muta en bicolor. Las piezas se van reconfigurando: del elefante al alfil; del carro o buque a la torre; del visir a la reina. El negro va reemplazando al rojo ya que se lo considera más apropiado como imagen del mal (de la oscuridad) en su agonal puja contra el color blanco que sigue remitiendo al bien (a la luz).
Dado su prestigio se lo considera juego de reyes. El persa Cosroes I lo recibe en Bagdad. Varios califas, pese a las prevenciones religiosas, lo cultivan (entre ellos el poderoso Harún al-Rashid), teniendo a su servicio al más experto de cada generación (los más notables: al-Adli y al-Suli). En las cortes de Europa, los reyes y nobles lo transforman en el principal pasatiempo.
A los musulmanes se les debe las primeras obras de divulgación, la clasificación de los jugadores por categorías y las impactantes modalidades de simultáneas y “a ciega”. Se lo habrá de incluir en influyentes relatos inespecíficos, como en el Libro de los reyes de Ferdousí, El libro de las praderas de oro de Al-Mas’udi, el Rubaiyát de Jayám y Las Mil y Una Noches. De aquí proviene la historia de Dilaram, preferida de un sultán quien, al ser objeto de apuesta, logra evitar su sino indicando a su señor la forma de vencer en la contienda.
A nivel de hipótesis, se imagina que la emperatriz Irene de Bizancio envía un juego con la incorporación de la reina a Carlomagno, a quien quería desposar para unir el Imperio Romano de Occidente con el de Oriente; pero el galo, asustado por los poderes asignados al nuevo trebejo, rechaza el convite. Más tangiblemente la pieza será mencionada en Europa por primera vez (y el juego como un todo) en los manuscritos Versus de scachis, que son del 997.
Habrá alusiones en influyentes poemas épicos y cantos: Cantar de Ruodlieb; Parzival; Tristán; La Canción de Rolando; Cármina Burana. Pedro Alfonso sindica las siete virtudes del caballero entre las que incluye al ajedrez (además de, por caso, la arquería, caza y escritura de versos). Se producen en didáctica los trabajos de Boncompagno de Siena, Damiano, Vicent y Lucena.
Mucho de lo que sabemos del juego se debe a la riqueza de la amplia literatura de la época. Con el poderoso impacto de la imprenta, años después se podrá conocer textos emblemáticos que son del siglo XIII (junto a varias traducciones): el del monje dominico Cessolis y el del rey Alfonso X de Castilla. En aquél, el primero en editarse en Inglaterra (antes que la Biblia), se compilan sus sermones en los que el ajedrez surge como parábola de la sociedad: el juego reglado representa perfectamente al feudalismo. “El Sabio”, por su parte, en su precioso Libro del acedrex, dados y tablas le da un trato preferencial: lo considera “noble y sereno” y de “seso” (o “pensamiento”). Esas obras lo afianzan en su uso metafórico y reputación intelectual.
Es asimismo facilitador del amor, dado que el encuentro de personas de distinto sexo se puede dar frente a un tablero; así lo registran poetas y juglares. Su uso literario transita otras cuerdas incluyendo la eterna lucha entre el bien y el mal (Dios contra el maligno). Con todo, prosigue su histórica asociación como imagen bélica por lo que, cuando el rey francés Luis VI pierde en una batalla, increpa a un enemigo diciendo: “Ignorante e insolente caballero. Ni siquiera en el ajedrez un Rey puede ser atrapado”; o se especula que el sitio de Antioquía se decideal distraerse en una partida el líder turco. Lo real y lo lúdico se funden y confunden. Croacia incorpora al tablero en su propio escudo de armas (y luego en su bandera) en reconocimiento a un rey que alcanzó la libertad de su pueblo venciendo al ajedrez a su par de Venecia.
El trebejo femenino irrumpe en vigencia de reinas poderosas, por el mayor reconocimiento social de la mujer y el auge del culto mariano (De Coincy asocia a la Virgen con la pieza respectiva). Se mueve en el tablero primero en forma tímida (igual que lo hacía el exótico visir al que reemplaza), para luego adquirir un desplazamiento ampliado. Con ello revoluciona el juego, que resulta más dinámico y agresivo; se habla del ajedrez “alla rabbiosa”. La mujer tardó en incorporarse al campo de batalla pero, cuando lo hace, no pasa inadvertida.
El alfil también expande su radio de acción; surge el enroque; se admite la captura del peón al paso, pieza que ahora puede coronar en reina (generando sendos dilemas éticos: la bigamia; el transexualismo). Las reglas se uniforman sobre el final del periodo con la contribución decisiva del ajedrez valenciano (se lo refleja en el poema Scachs d’amor donde se reproduce un encuentro, el primero que se conoce bajo el renovado formato), por lo que ahora se podrá jugar sin problemas interpretativos favoreciendo la futura competencia internacional.
En prueba de su relevancia grandes plumas reparan en él. Dante Alighieri, en La divina comedia, al observar que las chispas de un fuego eran muchas afirma: “…su número se multiplicaba mil veces más que el producido por la multiplicación de las casillas de un tablero de ajedrez”. Bocaccio en el Decamerón muestra a jóvenes jugándolo, y en Filocolo retoma la historia del héroe que rescata a su amada presa en un castillo al que accede ganándose la confianza de un vigía con el que juega unas partidas. Un tercer italiano, Petrarca, no lo considera en gran forma: lo menos que dice sobre el ajedrez es que es vano. El inglés Chaucer, además de incluirlo en sus Cuentos de Canterbury, lo pone en el centro del argumento en El libro de la duquesa donde su protagonista se lamenta al haber perdido a su esposa (su “reina”) en una desigual partida que lo enfrenta a la Fortuna.
Es fuente de inspiración de numerosos pintores y retratistas. En la capilla Palatina de Palermo se aprecian algunas imágenes. Pero las mejores ilustraciones aparecen en los libros (incluidas unas atribuidas al genio de Leonardo que surgirán ya a comienzos de la próxima era). Orfebres se encargan de hacer hermosas piezas y tableros de alto valor estético y material, que integran las dotes y son objeto de regalo y legado.
Cierto oscurantismo, tan idiosincrásico del periodo, no deja de afectarlo. Desde posiciones extremas se aduce que tiene algo de diabólico (al ser tan distractivo) y por quedar asociado a las apuestas (y al impío dinero). Al papa Alejandro II se le pide que lo prohíba. Pero nada podrá contra un juego que se convierte en el principal de los pasatiempos formando parte inescindible de la cultura. Tan relevante que se puede llegar a sostener que mientras Fernando de Aragón lo practicaba, es salvado de la derrota por Isabel la Católica y que, en gratitud, acepta el plan que ella sostenía, el cual le había presentado un navegante que creía poder arribar a las Indias enfilando los barcos a poniente. Así Colón podrá ‘descubrir’ América dando fin a una era y comienzo a otra.
En los bagajes de los navíos se incluirán piezas y tableros que, de ese modo, habrán de arribar por vez primera a América regresando, en su nuevo diseño, a un Oriente en donde había sido concebido. Edad Media en la que el juego se modernizó y difundió, estableciéndose las bases para su universalización y en la que floreció como parte de la cultura. Edad Media en la que, al menos para el ajedrez, la luz había sabido prevalecer por sobre las tinieblas.
* Maestro FIDE e investigador en ajedrez. Coautor de la colección Historia del Ajedrez Olímpico Argentino.