Tropiezo · Iván de los Ríos

Escándalo, atestiguado en la lengua española al menos desde 1374 y derivado del latín scandalum, tomado a su vez del griego to skandalon, con el significado de “trampa u obstáculo para hacer caer” -en sede clásica- y ocasión para el pecado -en sede neotestamentaria-.

En griego clásico, ho skandalarios / hoi skandalarioi son los guijarros o tablillas de los tejados (el scandularius latino). Más interesante para nosotros es el sustantivo he skandale, que remite al palo que se pone con cuidado en el centro de una trampa para animales y sobre el cual se deposita un cebo. Al levantar el cebo del palito, la trampa se cierra y mata o captura al animal.

El término se emplea también en la retórica antigua en el sentido de trampa dialéctica, una word trap (s.v. Liddle-Scott-Jones) que se le lanza al interlocutor para que éste asuma o acepte aquello que después contribuirá a su refutación y a su fracaso. El neutro to skandalon y el verbo skandalizein significan ya explícitamente “hacer tropezar, ofender o escandalizar a alguien” en el sentido evangélico de ser una ocasión para el pecado o la falta, como en Mateo 5.29 y 13.14. Muy poderoso en clave metafórica es también el sustantivo skandalistes, es decir, el trapecista o acróbata (literalmente “el que camina en las alturas”) que actúa sobre un trapecio, siendo el trapecio denominado precisamente skandalon: una ocasión para el desastre, para la caída en sentido literal y figurado, según leemos en Liddle-Scott-Jones (s.v.)

Si nos centramos en el tropezar y en el tropiezo vemos que, como indica Corominas, se trata de un término tardío que aparece hacia 1535 y que se deja vislumbrar ya en el luso entropeçar, muy presente en el s. XIII en español y en portugués hasta el siglo XV. Deriva del latín vulgar INTERPEDIARE, derivado a su vez de INTERPEDIRE, que con el sentido del latín clásico IMPEDIRE (impedir, pero también enredar, entorpecer, trabar) se encuentra en autores posclásicos. Con el sentido primitivo de enredar, el verbo “tropezar” aparece en la edad media y se expande en el Siglo de Oro con frecuencia (todavía hoy es muy empleado dialectalmente). Pronto se pasó, afirma Corominas, de enredarse a “dar “tropezones” (s.v. Corominas). En esta familia encontramos también palabras cálidas e inesperadas como “tropical”, “tropezón”, “tropiezo” o “trompicar”.

Volvamos al escándalo para dar pie a la clarificación nocional, que resulta especialmente fecunda para si atendemos al griego de los Padres de la Iglesia. En la patrística de las tres grandes tradiciones (la asiática de Padres Apostólicos como Melitón, ps. Hipólito, Teófilo, Ireneo, Tertuliano o Lactancio; la alejandrina, arraigada en Filón y bien delimitada en Clemente, Orígenes, s. Ambrosio y san Hilario y, por supuesto, la agustiniana), la familia lexical del escándalo se pone al servicio de la doctrina del pecado original: “escandalizar” significa tentar, poner trampas, incitar a la caída o al pecado que ya siempre nos constituye en tanto criaturas finitas de la estirpe adámica. El escándalo es fuente de tentación y, por ende, ocasión propicia para el pecado, el tropiezo y la caída.

¿Qué sentido tiene el escándalo en un glosario sobre el fracaso y sus figuras? El sentido emerge con claridad y contundencia si aceptamos que la Modernidad que nos ocupa es heredera de la cristiandad y de algunas de sus polémicas más relevantes (como la del Agustinismo y el Molinismo en torno a la gracia). En esta tradición, la idea del fracaso moderno (el tropiezo y la caída en desgracia) está muy ligada a la noción de tentación: es decir, la posibilidad del éxito y la inminencia del fracaso se cifran (tanto en clave creacionista como secularizada, tanto en sede antigua como moderna) en la idea de la presencia de un obstáculo constante en el camino de la salvación, (entendida, a su vez, como bien verdadero y éxito auténtico frente a las falsas apariencias de felicidad y salud). Ese obstáculo aparece representado por el mundo mismo y por el cuerpo, por la temporalidad propia de la historia y de la finitud y, por supuesto, por el Diablo, ángel caído y presencia inquietante que nos tienta y nos merodea (como a Jesucristo en el desierto) poniendo a nuestro alcance trampas seductoras (escándalos) que nos conducen inevitablemente al desastre, al fracaso y a la perdición: que nos hacen literalmente CAER.

El obstáculo es, por tanto, una trampa y un tropiezo. Y el tropiezo se produce cuando uno cae en la tentación. Uno tropieza al caer en la tentación. O mejor: cae porque tropieza, porque sucumbe. ¿Y con qué tropieza? Tropieza con la carne, con el cuerpo, con la opinión y el juicio erróneo; tropieza con la vanidad, con la codicia, con el pecado capital en sentido amplio y sus múltiples extensiones finitas. Cada tropiezo es un escándalo, porque el escándalo es la cristalización en la que se unen la tentación (como inminencia del fracaso) y la libertad (como condición de posibilidad de la iniciativa humana que desemboca en la acción). En el sermón de la montaña, al hilo del pecado de adulterio, el evangelista hace decir a Jesús que si algo aparece en el camino de la vida como una posibilidad de tropiezo o fracaso inminente, debemos arrancarlo de cuajo y sin contemplaciones:  el ojo, si nos tienta la visión; la mano, si nos tienta el tacto.

“Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandaliza (ei de ophthalmos sou skadalizei se), arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mat. 5, 29-30, en La Cueva, 1987).

La doctrina bíblica del escándalo es muy fértil desde el punto de vista de ciertos debates teológicos y filosóficos del racionalismo moderno. En concreto, esta doctrina que vincula el pecado, el desastre y la posibilidad de salvación con la idea del escándalo y la tentación, reaparece en autores como Blaise Pascal y en el horizonte de la controversia eclesiástica sobre la gracia y el libre arbitrio, como vemos en la polémica entre Agustinismo y Molinismo o entre Jansenismo y Anti-Jansenismo en una línea que, sin duda, nos conduce desde las cartas de Pablo hasta Kierkegaard pasando, precisamente, por el racionalismo trágico de Pascal. Frente a la mirada esperanzada del jesuitismo, que abre la posibilidad para el hombre de alcanzar o recuperar por sí mismo el paraíso perdido, la gloria y la reunión con Dios, filósofos como Pascal representan una línea de interpretación de la condición humana que concibe nuestra naturaleza como inevitablemente condenada al fracaso, es decir, al tropiezo constante y constitutivo, a la errancia, el naufragio y la caída. Pascal, al igual que Blumenberg en su Naufragio con espectador y Montaigne en sus Ensayos, identifica la existencia con una travesía que no puede sino naufragar. Y esa condición quebrada no es capaz de salvación si no es por medio de la gracia de Dios. En ese punto es donde la tradición bíblica del escándalo y, en concreto, la tradición paulina, tal y como observamos en las Cartas de Pablo, emerge con toda su fuerza para una comprensión lúcida del fracaso. J. Ratzinger ha escrito sobre esta noción extraordinariamente fértil de la cruz cristiana como escándalo y de la condición irremediablemente condenada del ser finito:

 “La experiencia de Pablo es clave: mientras al principio había sido un perseguidor y había utilizado la violencia contra los cristianos, desde el momento de su conversión en el Camino de Damasco, se había pasado a la parte de Cristo crucificado, haciendo de Él, de ese cuerpo fracasado y clavado en el madero, la razón de su vida y el motivo de toda su prédica. Pablo comprende de pronto el significado central de la Cruz cristiana COMO UN ESCÁNDALO” (Texto perteneciente a la catequesis pronunciada por el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General en la Plaza de San Pedro; CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 29 de octubre de 2008).-

La cruz es un escándalo ¿En qué sentido? Pablo comprende que Jesús ha muerto y resucitado por todos y por él mismo y que en la Cruz, por tanto, se expresa y se muestran la gracia y el amor gratuito y misericordioso de Dios. El texto de Benedicto XVI continúa:

“Día tras día, en su nueva vida, experimentaba que la salvación era `gracia´, que todo descendía del amor de Cristo y no de sus méritos, que por otro lado no existían. El `evangelio de la gracia´ se convirtió así en la única forma de entender la Cruz, el criterio no sólo de su nueva existencia, sino también la respuesta a sus interlocutores. Entre estos estaban, ante todo, los judíos que ponían su esperanza en las obras y esperaban de estas la salvación [como si uno pudiera por sí mismo alcanzar con éxito la salvación, como si no fracasar dependiera de uno mismo]; estaban también los griegos, que oponían su sabiduría humana a la cruz; finalmente, había ciertos grupos heréticos, que se habían formado su propia idea del cristianismo según su propio modelo de vida.

Para san Pablo la Cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto principal de su teología, porque decir Cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura…La Cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante:

“La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios… quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1 Cor 1,18-23).

El “escándalo” y la “necedad” de la Cruz están precisamente en el hecho que ahí donde parece haber solo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la Cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad. Para los judíos la Cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo: parece obstaculizar la fe del pío israelita, que no consigue encontrar nada parecido en las Sagradas Escrituras: “Pablo, con no poco valor, parece decir aquí que la apuesta es altísima: para los judíos, la Cruz contradice la esencia misma de Dios, que se ha manifestado con signos prodigiosos. Por tanto, aceptar la Cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios. Si para los judíos el motivo de rechazo de la Cruz se encuentra en la Revelación, es decir, en la fidelidad al Dios de sus padres, para los griegos, es decir, los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la Cruz es la razón. Para estos últimos, de hecho, la Cruz es moría, necedad, literalmentete insipidez, alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido” (Benedicto XVI, 2008)

Si pasamos ahora a la Europa moderna y a la figura de Pascal, parece que podemos encontrar ciertas conexiones fértiles y sugerentes relativas a una concepción antropológica donde el fracaso de la razón es momento constitutivo de la condición humana misma: necedad de una razón siempre fracasada en relación al infinito y escándalo de una existencia abocada a la extinción y repleta de dolor y de naufragio. Como ha estudiado Kolakowski (1996), Pascal se inscribeen la tradición de la doctrina de Jansenio a la hora de interpretar el pensamiento de Agustín sobre la posible compatibilidad entre la libertad, la gracia y la salvación humana. De la mano de san Agustín y contra Pelasgio, Jansenio y Pascal se preguntarán cómo es posible restaurar una naturaleza corrupta, caída y degenerada por el pecado como es la naturaleza humana. Jansenio concluye que la gracia es infaliblemente activa, sin por ello destruir la libertad del hombre, y que Dios concede esta gracia al hombre en virtud de un decreto de predestinación absolutamente gratuito. Esto implica que la libertad al alcance del ser humano no se identifica con su capacidad para elegir entre dos vías de acción contrarias entre sí: la libertad responde, antes bien, a la reacción espontánea de una naturaleza corpórea que, en cuanto tal, aspira a su placer y a su satisfacción. Es decir, la naturaleza caída y el constante arraigo en el horizonte de la temporalidad, la carne y la tentación del tropiezo dejan al hombre en libertad sólo para hacer el mal, para errar, para fracasar una y otra vez y, al hacerlo, alejarse progresivamente de Dios y del reino. Este hundimiento constante, esta errancia y este fracaso no pueden ser eludidos más que mediante una intervención de la gracia divina. Contra esta visión, como es sabido, escribirán los jesuitas tratando de habilitar un espacio de libertad puramente humana que, mediante la acción correcta, posibilite la salvación de la criatura fracasada. En el marco de esta discusión,Pascal se alinea en la corriente de una mirada escandalosa sobre la razón humana que concuerda con una lectura del fracaso constitutivo (no meramente resultativo) que atraviesa a la condición humana y que va desde Montaigne hasta el existencialismo de Kierkekegaard o de Jaspers, pasando por el propio Pascal o por F. Nietzsche: el ser humano, estructuralmente y sin remedio, está arrojado a una condición fracasada, trágica, quebrada y limitada, como muestra nuestra incapacidad comprender y gobernar epistémicamente la totalidad de sentido (o sinsentido) que nos incluye.

En una serie de inolvidables pasajes de sus Pensamientos, Pascal identifica la única grandeza posible del animal fracasado en el reconocimiento de su propia miseria ontológica y de su condición quebrada:

“El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero aun cuando el universo le aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y lo que el universo tiene de ventaja sobre él; el universo no sabe nada de esto. – Toda dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por aquí hemos de levantarnos, y no por el espacio y la duración que no podemos llenar. Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la moral… (Pascal, 1986: 81ss)

“La grandeza del hombre es grande porque se sabe miserable; un árbol no se sabe miserable. Por lo tanto, ser miserable es saberse miserable; pero es ser grande saber que se es miserable… (Pascal, 1986: 49)”

En el Pensamiento 330, el filósofo y matemático francés llegará a escribir: “Si se ensalza, le humillo. Si se humilla, le ensalzo. Y le contradigo siempre. Hasta que comprenda que es un monstruo incomprensible”.

Un monstruo incomprensible: como Jesucristo resucitado para los judíos y para los griegos. Ese es el sentido del elogio del fracaso que se va gestando en la doctrina paulina del escándalo de la cruz: El “escándalo” y la “necedad” de la Cruz residen precisamente en el hecho que “ahí donde parece haber solo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la Cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad.

La grandeza del ser humano, que reconoce y ensalza su fracaso constante, conduce inmediatamente a Dios. La fe no es una certeza indestructible ni una posesión segura. No depende de la razón ni del ser humano en general, sino que es un don de Dios. Esta noción del don, el regalo o el envío que jamás depende de nosotros mismos y que, sin embargo, determina el éxito y el fracaso de la existencia, puede leerse también en clave no teológica: independientemente de la existencia o inexistencia de un ser todopoderoso, la posibilidad de escapar del escándalo, del fracaso, del tropiezo del mundo y de la degeneración no está nunca al alcance de un animal finito e imperfecto cuya única grandeza reside, precisamente, en la aceptación trágica y lúcida de su insignificancia constitutiva en el marco de una totalidad que siempre desborda nuestras facultades de comprensión.

Bibliografía

Corominas, J. (1987). Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Madrid: Gredos.

Kolakowski, L (1996). Dios no nos debe nada. Un breve comentario sobre la religión de Pascal y el espíritu del jansenismo. Barcelona: Herder.

La Cueva, F (1984). Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, Barcelona: Clie.

Liddel, H.G, R. Scott y H. Stuart Jones (1966). A Greek-English Lexicon, Oxford: Oxford University Press.

Pascal, B. Pensamientos (1986). Madrid: Alianza, 1986.

Ratzinger, J. (Benedicto XVI) (2008). “El escándalo de la Cruz, sabiduría del cristiano”(Texto perteneciente a la catequesis pronunciada por el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General en la Plaza de San Pedro; CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 29 de octubre de 2008.

Índice de ilustraciones:

Fig. 1. Blaise Pascal (1623-1662). Litografía según G. Edelinck. Dominio público https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Blaise_Pascal._Lithograph_after_G._Edelinck_after_F._Quesnel_Wellcome_V0004512.jpg

Fig. 2. El Pecado perseguido por la Muerte (John Milton, Paraíso Perdido, Libro 2, 787, 790-792).