El erotismo (y algo de ajedrez) estrategias frente a la peste en el Decamerón de Boccaccio
Artículo de Ernesto Negri, publicado en Ajedrez con maestros
Sergio Ernesto Negri. Maestro FIDE e investigador en la relación del ajedrez con la cultura y la historia. El autor fue asesor de la Dirección Nacional del por entonces denominado Instituto Nacional del Cine (actual INCAA) y miembro de la Comisión Asesora de Exhibiciones Cinematográficas. También se desempeñó en áreas vinculadas a la educación y la cultura de la provincia de Santa Fe y del Gobierno Nacional de la República Argentina.
Con algo de imprecisión, es que pudo haber sido en el siglo XIII o mejor aún, en el siguiente, surge Gesta Romanorum, un trabajo que será impreso entre los años 1472 y 1475 en la ciudad belga de Lovaina, aunque es anterior, conteniendo 181 relatos (parábolas y fábulas) escritos en latín, que tenían un evidente tono moral.
Sus protagonistas son santos cristianos: en esas condiciones, es del todo comprensible que el texto vaya a convertirse en un virtual manual para predicadores.
Su autoría y procedencia son también algo inciertas. Se especula que probablemente deviene de Inglaterra, Alemania o de Francia. En este último sentido se ha sostenido que su mentor pudo haber sido el franciscano Pierre Bersuire (1290-1362) aunque, más bien, este amigo del poeta y filósofo italiano Francesco Petrarca (1304-1374), pudo haber sido su compilador.
En Gesta Romanorum el ajedrez hace acto de presencia al ser incluido en el cuento LXXXVI que se llama, precisamente, Of the game of Schaci, en clara alusión a un juego al que también se denomina, alternativamente, como scaci, scacci o scach. Es sabido que, emparentadas con estas denominaciones, en idioma italiano scacchi es la forma que se emplea cuando se habla del ajedrez.
En su transcurso se hace referencia al tablero, denominado “schacarium”, al que muy ilustrativamente se lo define de este modo:
“…tiene sesenta y cuatro puntos, divididos de a ocho, como marido y mujer, como novio y novia, como el clero y los laicos, como ricos y pobres”.
Se advierte la presencia de una polaridad, tan propia de la cultura de Occidente bajo claras influencias cristianas, de la que el ajedrez pasará a convertirse, con su antinomia entre blancas y negras, en un muy adecuado punto de referencia
Más adelante se pasa a describir las piezas y sus movimientos. A los trebejos se los divide entre vulgares (inferiores) y nobles. Con todo, se considera que cada uno de ellos tiene objetivos precisos que cumplir. En el orden medieval, aunque no se lo diga explícitamente, cada integrante de la sociedad tenía un rol predeterminado del que no habría que apartarse.
Se habla entonces de la forma de mover de las torres (rochus); los alfiles (alphinus), con su traslado reducido (sólo puede saltar hasta la tercera casilla en diagonal); los caballos, la reina y el rey. La soberana, que ya va apareciendo como una figura femenina que se incorporará con el tiempo a pleno en un milenario juego que no la contempló originalmente, tenía su movimiento restringido. Uno de los motivos principales de ello residía en la necesidad de que no fuera capturada, lo que podría ser más factible si dejaba de estar al lado de su consorte. Es que, la dama, en cualquier caso iba a la batalla únicamente “para evidenciar su afecto por el rey”.
En este trabajo, a diferencia de otros, particularmente en la consideración del Liber de moribus hominum et officiis nobilium super ludo scacchorum (o, más sintéticamente, Ludo scacchorum) de Jacobus de Cessolis, que es incluso anterior (fue escrito en el primer tercio del siglo XIII, aunque su primera impresión sea de 1473), no media en la respectiva descripción del estado de cosas un fin político o social sino que la mirada reposa más bien en los campos místico o teológico.
En el texto de los hermanos Wichmann (contiene imágenes muy bellas y representativas), al analizarse las características de Gesta Romanorum se plantea que el trebejo del rey es Jesús (“el Rey de Reyes”), que avanza rodeado de un coro de ángeles celestial (conformado por las otras piezas que lo protegen), y que no puede ser capturado dada su omnipotencia. La reina, por su parte, encarna a la Virgen María, la comprensiva madre de todos, en una línea ya planteada por el francés Gautier de Coinci (1178-1236), conforme explicitamos en otro trabajo previamente publicado.
Las restantes piezas, a las que se considera mayores, tienen como misión la de proteger al Redentor. Por su parte los peones, siempre humildes, representan a los hombres que están en la Tierra, quienes deben ser liberados de las garras del demonio.
Gesta Romanorumfue un relato muy popular, por lo que se transformó en una fuente de inspiración para muchos literatos de tiempos venideros, en particular en los casos del inglés Geoffrey Chaucer (1343-1400) y del italiano Giovanni Boccaccio(1313-1375).
Este escritor y humanista, fue uno de los padres de la literatura italiana junto a Dante Alighieri (1265-1321) y Francesco Petrarca (1304-1374). Boccaccio, particularmente, es considerado el pionero de la prosa del país, el creador de la novela y el primer escritor renacentista.
De su importante obra, trascendió especialmente por la célebre Decamerón ( Príncipe Galeotto también se la llamó ) la cual, más allá del clima erótico y por momentos lujurioso que pareciera rodearla, muestra una cuerda más profunda al sugerirse, en todo momento, el latente y permanente dilema entre la virtud y el vicio.
Boccaccio ambienta este trabajo en las afueras de la hermosa ciudad de Florencia en 1348, cuando diez jóvenes, buscando alejarse de la peste bubónica que azotaba a la ciudad, se refugian en una villa de campo que sirve de escenario a la trama. Allí buscarán motivos de placer, por lo que el erotismo tendrá un sentido catártico de quienes pretenden que la vida muestre su mejor cara ante los peligros de la enfermedad y de la muerte. En ese contexto el ajedrez será otra de las posibles vías de escape para lo que no se quería ver o, al menos, dejar lejos y atrás.
El nombre del libro alude a una expresión en idioma griego («δεκα» (deka) y «ημερα» (hēméra)) que significa diez días, periodo en el que los miembros del grupo habrán de narrar cada jornada una historia diferente, para amenizar la estancia en el lugar, asumiendo en cada oportunidad el carácter de “rey” o de “reina” (siete de los jóvenes eran mujeres).
El soberano o la soberana de cada día, propondrá el tema principal a abordarse aunque, en algunos casos, la temática será libre). E invitará a los restantes a expresarse de uno por vez, para lo cual le cede el cetro. De esa forma, se conformarán un centenar de relatos en un texto que, en esa concepción, tiene algunos ecos del clásico oriental Las mil y una noches, que es del siglo IX.
En la Primera Jornada se verá al personaje de Pampinea decir:
“-Como veis, el sol está alto y el calor es grande, y nada se oye sino las cigarras arriba en los olivos, por lo que ir ahora a cualquier lugar sería sin duda necedad. Aquí es bueno y fresco estar y hay, como veis, tableros y piezas de ajedrez, y cada uno puede, según lo que a su ánimo le dé más placer, encontrar deleite…”.
Pero, de inmediato, una dama que se presenta como muy sensata, sugerirá que, mejor que jugar, lo que habría que hacer es contar historias ya que, hablando uno sólo, los restantes también quedarán complacidos. Y así comenzará de inmediato a hacerse dando entidad a la trama.
La segunda referencia al juego se dará en los prolegómenos de la Tercera Jornada, regida en este caso por la ardiente e ingenuamente lasciva Neifile, quien quiere que se argumente en torno a la consecución de algo muy deseado o de la recuperación de algo perdido. Antes de comenzarse con la cuestión, luego de comer, cantar y bailar, la Reina de esa noche creyó que era la hora de que todos se acostasen, pero:
“Y algunos se fueron y algunos, vencidos por la belleza del lugar, irse no quisieron; sino que quedándose allí, quién a leer libros de caballerías, quién a jugar al ajedrez y quién a las tablas, mientras los otros dormían, se dedicaron…”.
En la Novela Décima correspondiente a la Tercera Jornada es Dioneo, un despreocupado muchacho buscador de placeres, el que debe hablar. En cierto momento, antes de la cena, comienza a cantar junto a Fiameta, mientras:
“…Filomena y Pánfilo se pusieron a jugar al ajedrez, y así, quién haciendo esto, quién haciendo aquello, pasándose el tiempo, apenas esperada, la hora de la cena llegó…”.
La Sexta Jornada es regida en principio por Elisa, la dama cuyos amores no son correspondidos, quien propone hablar de las palabras ingeniosas que evitan caer en situaciones de peligro. En su Novela Décima, cuando Dioneo es investido con el cetro, algo picarescamente dirá:
“-Muchas veces podéis haber visto reyes de ajedrez que son más preciosos de lo que yo soy; y por cierto que si me obedecieseis como a un verdadero rey se obedece, os haría gozar de aquello sin lo cual es verdad que ninguna fiesta es totalmente alegre…”.
En la Novela Séptima de la Séptima Jornada, cuando le toca expresarse a Filomena, se hace la postrera referencia concreta al juego:
“Sucedió un día que, habiendo ido Egano de cetrería y quedándose Aniquino en casa, doña Beatriz, que de su amor no se había apercibido todavía por mucho que para sí misma, mirándole a él y a sus maneras, muchas veces le había elogiado y le agradase, se puso con él a jugar al ajedrez; y Aniquino, que agradarle deseaba, muy diestramente se dejaba vencer; de lo que la señora hacía maravillosas fiestas. Y habiéndose apartado de mirarlos jugar todas las damas de la señora y dejándolos jugando solos, Aniquino lanzó un grandísimo suspiro…”.
Ese suspiro no obedeció a la inminente derrota del caballero, al menos sobre el tablero. Era bien otro el motivo. Por supuesto, y así se lo confesará a la dama, estaba dando claras señales de que estaba enamorado de ella y, por eso podía, del todo convenientemente, dejarse ganar al ajedrez. El juego, en ese pasaje, es asociado con dos tradiciones que eran muy medievales, la de que formaba parte de la educación de los caballeros (junto a la cetrería entre otras destrezas que debían tenerse) y que era una excelente excusa para el vínculo entre los enamorados.
El Decamerón es un libro que tuvo gran influencia ulterior. De hecho será el modelo en el que habrá de referenciarse la novela cortesana en toda Europa. Siendo así, ejerció una influencia en futuros relatos al haber Boccaccio incorporado al ajedrez, por momentos como mero pasatiempo, aunque en otros lo dotó de una mayor fuerza dramática.
Podría además creerse que los reyes y las reinas de cada jornada son una alegoría tomada de las piezas principales del juego. Pero, si bien puede estar forzándose algo el análisis, no habría que olvidarse que el juego es modélico de la sociedad. El rey y la reina son, a la vez, trebejos del tablero y los roles políticos de las máximas jerarquías en los países europeos de entonces (y en algunos aún vigentes). Por eso, que en Decamerón haya un rey o reina en cada momento asumiendo el don de la palabra puede ser, a la vez, una alusión al mundo real de las monarquías o al mundo ficcional encarnado en una partida de ajedrez.
Boccaccio le había asignado aún más fuerza dramática al ajedrez en un trabajo previo, Filocolo, una novela escrita entre 1339 y 1341, a la que muchos consideran la primera en su género en toda la literatura europea.
Su trama se inspira en el muy popular relato Le conte de Floire et Blanchefleur, un cantar francés que quizás tenga un origen o al menos una gran influencia oriental: bizantino, griego y mora, de ignota autoría, que tendrá adaptaciones a numerosos idiomas, del alemán al inglés, pasando por el noruego, el islandés y el húngaro. En español será la conocida historia de Flores y Blancaflor y, en italiano, precisamente, se transformará en el Filocolode Boccaccio.
En el relato galo, que es de los años 1160 a 1161, se ve a Blanchefleur, una dama cristiana que había sido vendida a los babilonios, prisionera en una torre, en tierras correspondientes a la corte de un emir. Hasta que Floire, su amante y futuro salvador, va en su rescate, pudiendo ingresar a la fortaleza tras ganarse la confianza de uno de los cancerberos que la protegían a partir de la relación de amistad establecida gracias a las partidas de ajedrez que disputan. Los amantes, en acciones ubicadas en ese caso en el siglo VIII, con el tiempo lograrán su propósito: el de unirse. Y los jóvenes serán los padres de Berte, la madre de Carlomagno.
Boccaccio, por su parte, no exento de algún que otro anacronismo que hace que los hechos no se correspondan necesariamente con la verdad histórica, en cambio presenta las cosas en el siglo VI, poniendo el eje en Florio, hijo de Felice, un sarraceno que supuestamente habría sido rey de España (en Sevilla). Pero, ya sabemos, en ese momento, ni los árabes estaban aún en Hispania, ni los musulmanes tenían entidad (esa religión fue fundada en el año 711). Pero lo que importa, siendo una novela, es la fuerza del mito del relato y no la rigurosa precisión en los acontecimientos.
Por su lado Biancifiore, la amada, había nacido en esa corte, tras perder a su padre primero, y a su madre más tarde, quienes fueron capturados cuando estaban en peregrinación a Santiago de Compostela. Es que querían agradecerle al apóstol por el embarazo de una futura niña a la que no verán nacer ni crecer.
Ella, y el propio Florio, alumbran el mismo día. Son criados juntos, se transforman en amigos íntimos, desde la infancia; se enamorarán después, por lo que estarán indisolublemente unidos. Más allá de las circunstancias que les tocará afrontar.
A Biancifiore se la intenta matar. Se salva providencialmente. Pero no de otro cruel destino: el de ser vendida como esclava, teniendo como destino final la distante ciudad de Alejandría, muy lejos de su amado Florio quien, desesperado, va en su búsqueda, para lo cual adopta un nombre figurado: el de Filócolo (en griego antiguo significa “fatiga de amor”).
Luego de diversas peripecias llega el joven a destino. Para acceder a la fortaleza, donde su amante estaba confinada, jugará tres partidas con el custodio de los accesos, un castellano llamado Sadoc quien tenía una debilidad, ya que “sobre todas las cosas del mundo, se deleita jugando al ajedrez, y vencer”. Ese era el punto que el joven sabría explotar. Debería ganar su amistad a partir de los encuentros que disputen sobre el tablero escaqueado.
Comienza el primer desafío, sentándose los rivales sobre una alfombra encima de la cual se dispone el tablero y las piezas, y apostándose una moneda de oro. Filócolo, que conducía las piezas negras, y que era evidentemente mejor en el juego que su contrincante, en vez de dar mate en una jugada con uno de sus caballos, opta por retirar su torre, permitiendo que sea el blanco el que le aseste la estocada final a su propio rey. Todo sea para complacer a Sadoc.
Desde la lógica ajedrecística, la situación presentada resulta particularmente interesante ya que se la podría considerar como una virtual composición bajo la modalidad de “mate en una jugada con autoayuda”, probablemente la primera planteada en toda la historia del juego.
En el siguiente desafío nuevamente Filócolo adquiere ventaja decisiva pero, desde ya, opta por no ganar, provocando en este caso la igualdad. El tercero representa el momento crucial ya que Sadoc, advirtiendo que el joven estaba reservándose lo mejor de sí, insta a su rival a jugar como realmente sabe, por lo que deciden redoblar la apuesta monetaria. Filócolo se ve obligado, en esas circunstancias, a relucir sus recursos.
En el momento en que vuelve a estar ganado, su rival pierde los estribos, al advertir que perderá dinero, procediendo a arrojar por los aires las piezas. Pero, completando su plan de ganarse su condescendencia, el joven le dirá a Sadoc que todas las monedas de oro le pertenecen. Dado que la generosidad y cortesía del caballero quedan patentizadas, los hechos se sucederán y podrá este lograr su propósito: el de ingresar al palacio para rescatar a Biancafiore.
Al cabo se casarán y el joven, tras convertirse al cristianismo, se habrá de coronar como rey de España, en la ciudad de Córdoba. Cerrando el círculo, juntos irán a Santiago de Compostela, ese santuario al que no pudieron nunca arribar los padres de la ahora reina.
Cosas del amor, cosas del poder, cosas de la épica medieval en la que se ve que la pasión puede imponerse, por encima de todas las adversidades y de los convencionalismos sociales, políticos o incluso religiosos.
Boccaccio con Filocolo inició su carrera novelística estableciendo un hito absoluto en la literatura occidental. Esa senda la habrá de profundizar con otras obras, en particular con Decameron, su capolavoro de trascendencia universal y eterna, ese que nos alumbró sobre la posibilidad de la búsqueda del placer a la hora de la desgracia de la peste y de la proximidad de la muerte.
En ambas el ajedrez es por momentos protagonista de las tramas narrativas. En el primer libro permite el encuentro de los enamorados, en el segundo es uno de esos placeres a los que se podía acudir en tiempos de zozobra.
Al hacerlo, el influyente autor peninsular supo registrar un signo de su tiempo: la relevancia creciente que el juego había adquirido en la Edad Media en buena parte del continente europeo.
Siendo así, su inclusión en esos trabajos señeros nos provoca una gran admiración. Pero está bien lejos de poder causarnos algún atisbo de asombro.
Fuentes bibliográficas:
Decamerón, de Giovanni Boccaccio, Einaudi, Torino, 1956.
Filocolo, de Giovanni Boccaccio, Gredos, Madrid, 2004.
Gautier de Coinci adscribe al ajedrez en el contexto de la devoción mariana, de Sergio Negri, en el sitio Ajedrez con Maestros, 29 de julio de 2019, en https://ajedrezconmaestros.com/2019/07/29/gautier-de-coinci-adscribe-al-ajedrez-en-el-contexto-de-la-devocion-mariana/.
Gesta Romanorum, de autoría anónima, en versión en inglés de Charles Swan, 1824, en https://en.wikisource.org/wiki/Gesta_Romanorum_Vol._I_(1871).
Il Filocolo, de Giovanni Boccaccio, Mondadori, Milán, 1967.
The story of chess pieces from Antiquity to Modern Times, de Hans & Siegfried Wichmann, Crown Publishers, Nueva York, 1964.