Una vez vista la exposición de Stanley Kubrick. The Exhibition he encontrado un motivo más para repensar acerca de los proyectos de innovación del Círculo de Bellas Artes, que enfatizan que esta no viene solo de la digitalización, sino también de las artes y las humanidades. Sin las preguntas que, por ejemplo, se hacían directores como Stanley Kubrick a la hora de plasmar a través del cine sus ideas, jamás se habrían llegado a aplicar numerosos avances tecnológicos que consideraríamos innovadores o rompedores. Es decir, son igualmente innovadores, tanto la idea, que proviene del mundo de las artes y las humanidades, como el “cachivache”, que proviene de lo tecnológico, que permite que esa idea se plasme de la mejor manera. Y lo más importante, su fin último es reflexionar en relación a todo aquello que nos hace humanos y a esas preguntas que muchas veces no tienen respuesta evidente.
«Si puede escribirse, o pensarse, puede filmarse»
Stanley Kubrick
Stanley Kubrick era un artista total —nuestra escuela SUR le habría encantado— para el que no existía la palabra límite. Para él, el cine era «una de las principales formas de expresión de nuestra época», sin embargo, él comenzó siendo fotógrafo y fue su mente inquieta y curiosa la que le llevó a interesarse por un sinfín de disciplinas artísticas como la literatura —menos las dos primeras, 11 de sus 13 películas se basan en novelas—, por el diseño —no hay más que ver La naranja mecánica—, por la música —Barry Lyndon, por ejemplo, ganó el Oscar a la mejor banda sonora— o por el mismo vestuario —¿quién no recuerda esas túnicas y máscaras de Eyes Wide Shut?—.
Los directores de cine seguramente sean lo más parecido a esos emprendedores de los que tanto se habla. Ellos tienen una idea, la presentan, buscan financiación, se rodean de lo mejor y los mejores que pueden, llevan adelante esa idea tratando de solventar los problemas de producción que se le puedan presentar y luego rezan para ver si tienen retorno de esa inversión.
Habría que decir que desde el séptimo arte se han impulsado infinitas iniciativas que en sí planteaban un reto, una innovación técnica y que, por otra parte, también han sido innovadoras a la hora de hacernos reflexionar y suscitarnos preguntas relacionadas con temas universales, que en el caso de Stanley Kubrick tienen que ver con el deseo, la violencia, la guerra, el espacio, el tiempo, el poder…
Sus películas en sí eran impecables tanto en la forma, como en el fondo, y siempre respondían al fin mismo de la cultura, que no es otro que el de inquietar e invitarnos a hacer preguntas. «Las partes más importantes de una película son las misteriosas, las que están más allá del alcance de la razón y el lenguaje», decía.
Pero más allá de lo innovador que ha sido en relación a la narración, a las reflexiones y reacciones que han suscitado sus películas, Stanley Kubrick también lo fue en el aspecto formal.
El objetivo de la NASA más luminoso de la Historia del cine
En Barry Lyndon, una película de época ambientada en el XVIII, Stanley Kubrick quería evocar ese tiempo en el que no existía la luz eléctrica y en escenas interiores no utilizó luz artificial para las mismas, solo la de las velas de los candelabros que se usaban entonces. Sin embargo, esto le planteaba un problema: que los objetivos cinematográficos no eran capaces de captar con nitidez lo que se rodaba. ¿Qué hizo? Para solventarlo consiguió un objetivo Zeiss Planar 50mm de la NASA, modificado con un adaptador fotográfico Kollmorgen, obteniendo así el objetivo de mayor luminosidad y apertura (f/0,7) de la Historia del cine.
El éxito fue tal que John Alcott, uno de los “culpables” de esta solución, se llevó el Oscar a la mejor fotografía. Por cierto, Stanley Kubrick nos descubrió a Milena Canonero, aún en activo, una de las mejores diseñadoras de vestuario, a la que encumbró con La naranja mecánica y que obtuvo el Oscar el mejor vestuario por el diseño de los vestidos de Lady Lyndon —posteriormente obtendría otros tantos por Carros de Fuego, María Antonieta y El Gran Hotel Budapest—. Una muestra más de la capacidad que tenía para rodearse de los mejores y, por qué no, de los más innovadores en sus respectivos campos.
Y el espacio se hizo “carne” gracias a Kubrick
2001: una odisea del espacio es una película de culto por muchas razones. Por ejemplo, por esa elipsis temporal tan brutal, pero también porque durante los cuatro añazos que duró el rodaje, Kubrick se obsesionó por la perfección en relación a la ingravidez. Hay que recordar que el hombre aún no había llegado a la Luna. Por ello Stanley Kubrick se centró en los efectos especiales —a la postre ganaría un Oscar— a partir de fotografías espaciales de los archivos que le dejó la NASA, así como de entrevistas con más de sesenta organismos científicos, entre los que estaban, por ejemplo, Boeing, General Electric o la mismísima embajada soviética. Y, por supuesto, IBM, al que Kubrick tuvo a bien realizar un guiño con HAL 9000 (cuyo nombre se obtiene adelantando una letra del abecedario de la multinacional). En base a esto, por ejemplo, recreó la superficie de la Luna lavando, secando y pintando arena con los colores de las fotos; una vez contruyó la maqueta gigante de la Discovery, proyectó imágenes en sus ventanas, superpuso tomas y grabó a gran velocidad para simular la ingravidez de la nave, que se percibía proyectando a velocidad normal; algo que también hizo con los astronautas, cuando los grabó a más velocidad sobre un fondo negro y ocultando los arneses que los giraban… Un alarde de creatividad e ingenio por parte del director.
Otra de las innovaciones de Stanley Kubrick en esta película fue la pantalla para proyección frontal, que permitía la proyección de fondos previamente filmados ofreciendo la posibilidad de recrear ubicaciones y contextos.
Además, de nuevo se rodeó de los mejores y nos descubrió algunos nuevos talentos de entonces. Uno fue Stuart Freeborn, que creó la máscara de los simios de esta película y que, posteriormente, hizo las máscaras de Yoda o Chewbacca en Star Wars. Y, otro, fue el de la escultora Liz Moore, creadora de El Niño de las Estrellas de esta película y que posteriormente también sería la creadora de C3PO y los cascos de los stormtroopers de Star Wars.
Mención aparte merece HAL 9000, el superordenador de abordo, que introduce un nuevo tema que daría mucho que hablar: la inteligencia artificial. De hecho, la IA no aparecía en las novelas de Arthur C. Clarke, con el que Kubrick reelaboró esta parte. El caso es que para asesorarse contrató al matemático de Oxford, Irving John Good, una de las mentes privilegiadas que junto a Allan Turing descifraron el código Enigma de los nazis. En este artículo explica muy bien cómo Kubrick se adelantó al futuro con HAL 9000 (ojo que hay spoilers si no la has visto).
La steadicam, un recurso en El Resplandor
En esta película hizo uso de otra innovación técnica, la steadicam del inventor Garry Brown, que permite con un arnés y contrapesos, llevar la cámara incorporada y poder seguir y permanecer más cerca de los actores, sorteando obstáculos más fácilmente y dotando a las escenas de mayor cercanía y movimiento. Brown ya la había utilizado por primera vez en Esta tierra es mi tierra (1976), pero donde más destacaría sería con Rocky entrenando por las calles y escalinatas de Filadelfia. Kubrick no lo dudó y Brown estuvo en el equipo de El resplandor (1980) con su steadicam. ¿Recuerdas la escena de Danny con el triciclo por los pasillos del Hotel Overlook?
Podría enumerar un sinfín de innovaciones más, como las lentes que enfocaban a todos los reclutas de La chaqueta metálica o el uso en esta misma película de la cámara con el obturador desincronizado para obtener un efecto más realista en las escenas bélicas, algo que imitaría Spielberg en Salvar al soldado Ryan, pero creo que con estos ejemplos, tenemos más que suficiente para demostrar que Stanley Kubrick es un innovador con todas las letras y por eso esta Kubrick. The Exhibition es mucho más que una muestra sobre cine.
Excelente. Quiero más!
Gracias. Los artículos sobre Kubrick siempre son bienvenidos.