Autor: Pablo Juan Yuste
El pasado mes de junio, el Círculo de Bellas Artes de Madrid acogió una serie de seminarios y presentaciones dedicadas a pensar y a reflexionar críticamente las redes sociales, las plataformas digitales e Internet. Durante una semana, autoridades provenientes de distintos ámbitos de las humanidades y las ciencias sociales se dieron cita para abordar asuntos centrales dentro de esta problemática. El 9 de junio de 2023 se presentó el libro “Atascados en la plataforma” de Geert Lovink. El miércoles 14 de junio, Remedios Zafra ofreció una charla titulada “Espejismo de las redes y erosión de las esferas”. Finalmente, el jueves 15 de junio, Fernando Broncano habló sobre “Dimensiones filosóficas de los medios sociales en la economía de la atención”. Después de las presentaciones de Zafra y Broncano se dio espacio a la participación de estudiantes de máster y doctorado que abordaron temas más concretos dentro de la enorme amplitud que engloba la problemática de las redes digitales. Estas contribuciones merecen reconocimiento por la profundidad y el enfoque específico que aportaron a las charlas. Sin embargo, debido a la diversidad de sus intereses y reflexiones, no podré dedicarles en esta reseña el reconocimiento que se merecen. A ellos y ellas dirijo mi más sincera enhorabuena por sus presentaciones.
Para obtener una visión panorámica de los temas abordados, resulta valioso recordar la charla de Fernando Broncano quien, adoptando una actitud de epoché o suspensión del juicio, llevó a cabo un análisis neutral ‒dentro de la neutralidad que se puede asumir al tratar estos asuntos‒ de los problemas relacionados con las redes sociales (o como él mismo prefiere llamar usando los matices que aporta el vocablo anglosajón: medios sociales). Broncano esboza estos problemas en tres puntos principales, proporcionando una visión general de la situación:
En primer lugar, desde una perspectiva ontológica, Broncano destaca el hecho de que el tiempo de atención se ha convertido en un valor de mercado, y esto ha llevado a una colonización de la atención por parte de dichos medios. Además, señala que los medios sociales presentan una ontología heterogénea y que Internet no es solo una estructura dispersa, sino también una estructura material que tiene un impacto significativo en la subjetividad de las personas. Es por esto por lo que, a nivel ontológico, debemos entender los medios sociales no como algo externo a nuestra realidad, sino como una parte sustancial de nuestro mundo circundante (término usado por Heidegger para referirse al mundo más inmediato y del que tenemos una experiencia cotidiana más directa).
A nivel epistemológico, la irrupción de Internet ha conllevado la aparición de profundos desafíos, destacando, entre ellos, la problemática de la sobrecarga informativa. Este fenómeno se refiere al exceso abrumador de datos y contenidos disponibles en la red, lo cual obstaculiza, de manera considerable, tanto la gestión como el procesamiento de dicha información. La magnitud y rapidez con la que se produce y difunde el conocimiento en la era digital han dado lugar a una avalancha incesante de datos provenientes de diversas fuentes. Sin distinción de su calidad o veracidad, la facilidad de acceso a la información deriva, a su vez, en un aumento de noticias falsas: las célebres fake news. En este escenario, los usuarios se ven confrontados con el desafío de seleccionar, filtrar y evaluar la información relevante para sus propósitos y necesidades específicas, lo que ha supuesto un aumento de la polarización. Internet, especialmente a través de las redes sociales, ha creado cámaras de eco donde las personas interactúan principalmente con otras que comparten sus opiniones y perspectivas, reforzando así sus sesgos de confirmación. Por último, Broncano aborda la dimensión ética y política de los medios sociales. Relacionado con la cultura de la autopromoción, uno de los retos éticos que plantea Internet es el dilema del narcisismo. Las redes sociales se han convertido en un escapar(a)te del “Yo”, una ventana usada para la (auto)exposición pública y la mercantilización constante de la imagen personal. Otro dilema político es el problema del activismo en línea, el cual plantea la tensión existente entre la participación política en las redes sociales y la efectividad real de dicho activismo. Finalmente, Internet implica grandes desafíos políticos en términos de democracia y participación ciudadana: por un lado, la amplia difusión de información en línea y la posibilidad de acceder a diferentes perspectivas puede enriquecer el debate público; por otro lado y al hilo de los problemas epistemológicos, existen riesgos como la difusión de información manipulada y la polarización de opiniones en las redes sociales.
Creo que no es descabellado aventurar que, a grandes rasgos y quizá con ciertos matices, tanto Geert Lovink como Remedios Zafra suscribirían el diagnóstico realizado por Broncano. Y he aquí, a mi juicio, el principal problema: estamos estancados. Desde hace un tiempo, no puedo evitar sentir que cualquier intento de crítica a las redes sociales ‒y, en general, a Internet‒ repite continuamente los mismos conceptos. Cualquiera que haya leído un libro, visto algún documental o video-ensayo sobre este tema, advertirá que las críticas –siempre con un tono ciertamente apocalíptico y distópico– se repiten hasta el estrago: impacto en la subjetividad, deshumanización, desensibilización del ser humano (maquinismo del espíritu, lo llama Zafra), falsa ilusión de libertad y de elección, exhibición de un (falso) Yo, y otras características que ahora pasan a ser definitorias del hombre (agotado, aislado, autoexplotado). Las mismas críticas. Lo de siempre. Estoy cansado, por qué no decirlo, del tono apocalíptico y distópico que permea toda la bibliografía sobre este tema, y parece apuntar a un fin de los tiempo en el que el ser humano será un autómata sin afectos ni atención, un ser incapaz de reconocer ni relacionarse con el mundo que le rodea; cansado, también, de palabras en cursiva y de aforismos que, tan enigmáticos como ambiguos, pretenden resumir la experiencia “atrofiadora” de los usuarios en Internet y simplemente acaban reflejando la impotencia de una crítica que reconoce sus esfuerzos como vanos. Cegados por su propia arrogancia, estos aforismos –disfrazados de profundidad y autoridad– se erigen como trampas intelectuales y desparecen en su propia superficialidad; cansado, una vez más, de esta incesante repetición que no lleva a ninguna parte.
A riesgo de parecer terriblemente arrogante, creo que la labor del teórico debería alejarse de cartografiar el vasto territorio que es Internet, pues es un mapa que conocemos bien. En su lugar, la pregunta ‒o al menos una de ellas‒ debería ser, más bien, por qué seguimos perdidos a pesar de estar tan familiarizados con los peligros del camino que estamos transitando. A esta pregunta no creo que sea posible responder con una mera manipulación ideológica de las clases dominantes, una suerte de “mala fe” que nos lleva a todos y cada uno de nosotros a autoengañarnos y a autoconvencernos, una ceguera inconsciente que nos vuelve inoperantes e ineptos a la crítica. Estoy también muy cansado (porque de mi cansancio es esta reseña) de esa imagen tradicional del intelectual como aquel ser iluminado que emerge de las sombras de la caverna de Platón para guiar a las masas pobres, bobas e ignorantes que huyen de su libertad y deciden contemplar el reflejo de las sombras en la pared. No creo que el motivo por el cual pasamos horas interminables mirando una pantalla se pueda explicar a partir de un análisis ideológico, una “falsa conciencia” que ha de ser expuesta por los teóricos. Más bien las plataformas son como el tabaco: no importa cuántos carteles te alerten de sus potenciales peligros pues se sigue consumiendo a sabiendas de ello.
Si la crítica (se) agota, queda preguntarnos cuál es la alternativa que tenemos. En este punto, las respuestas ofrecidas por los ponentes son variadas. Lo primero que Broncano y Lovink plantean es tratar de alejarnos lo máximo de una aproximación moralista y paternalista que condene radicalmente el uso de Internet y a sus usuarios. Tampoco se detecta una clara inclinación a esta actitud en la ponencia de Zafra. Lo que sí detecté en su ponencia ‒ y más tarde pude corroborar al leer algunos de sus artículos‒ es un cierto romanticismo offline. El acierto de este concepto no me pertenece a mí, sino a Lovink, quien lúcidamente lo acuña para oponerse a él y designar aquellas soluciones que pasan por un abandono de las redes y una defensa de las humanidades como espacio de resistencia y reflexión. Frente a la voracidad y velocidad de Internet, los románticos offline acuden a aquellas actividades que requieren de tiempo y paciencia, de reflexión y sensibilidad. En lugar de sucumbir a la inmediatez y superficialidad que a menudo caracterizan el mundo digital, estos individuos buscan un respiro en actividades que fomentan la introspección y la conexión humana más profunda, presentándose las humanidades como el refugio perfecto para cultivar la resistencia intelectual y promover la reflexión crítica. En lo personal, pese a venir de una carrera de filosofía, me declaro bastante escéptico con esta retórica.
En honor a la verdad, la presentación de Lovink me pareció, si no la más completa, la más lúcida. Evidentemente, esta reseña no ha sido motivada únicamente por mis propias opiniones, sino por dos preguntas lanzadas por el autor que es plenamente consciente de los problemas que aquí se han planteado: 1) ¿Cómo es posible que sigamos “atascados en la plataforma” si sabemos los peligros que acarrea? 2) ¿Está la teoría crítica atascada y con dificultades para plantear alternativas viables? Si esperan de mí una respuesta a estas preguntas, me temo que lo único que les puedo ofrecer es una anécdota bastante ilustrativa que tuvo lugar durante la ponencia: entre los asistentes a estos seminarios ‒cuyo tema, recuerdo, era una reflexión crítica sobre las redes digitales‒, había una persona que aguardaba poder escuchar a Remedios Zafra con gran entusiasmo. A mitad de la conferencia sacó su teléfono móvil ‒ese instrumento de dominación que actúa como un rosario, como dice Byung-Chul Han en otro maravilloso aforismo‒ y tomó una foto con un encuadre fantástico: su mano sujetando el último libro de la ponente claramente visible en primer plano, mientras ella misma hacía acto de presencia en el fondo. Espero ‒no sin cierta malicia por mi parte, lo reconozco‒ que posteriormente esa foto fuese publicada en alguna red social y obtuviera unos cuantos likes pues, precisamente en un ensayo de Remedios Zafra que lleva por título I like your image, la autora afirma lo siguiente: “Para la chica sin embargo la foto ni siquiera tendrá un lugar especial en un cajón digital que la proteja, será expuesta allí donde pueda lograr más miradas. Desmaterializada y sin aura, lo que aquí más importaba es que sus amigos y conocidos la vieran. La foto tan forzada que casi parecía un montaje o que tal vez lo fuera, forma parte de la infinita carpeta de imágenes propias de muchos álbumes online”.
Huelga decir que no es mi intención ridiculizar a la persona que hizo esto, sino todo lo contrario: lo irónico de la situación es que podría haber sido cualquiera de nosotros. Todos pecadores, sin excepción. Así, parece que la única respuesta que, por el momento, podemos dar a las dos preguntas de Geert Lovink es la siguiente: estamos, efectivamente, atascados. Conscientes del pecado, seguimos cometiéndolo sin buscar perdón ni expiación. ¿Esperaban algo más de mí aparte de un anécdota irónica? Siento decepcionarles. Perdonen si yo también les he cansado.
Créditos imagen: Inés Juan Yuste