La noche es sutil. Lo burdo y lo evidente naufragan en la oscuridad de sus horas. La negrura insomne insinúa, pero no revela verdades. Quizá por ello, el relato de cuanto acontece tras el ocaso se encuentra siempre en la frontera entre lo real y lo imaginado, entre lo vivido y lo soñado.
Corría la segunda mitad de la década de los setenta cuando, a un lado y a otro del Atlántico, los fotógrafos Timm Rautert y Tod Papageorge se adentraron con sus objetivos en ese universo noctámbulo que, lejos de ser frío y lóbrego, encontraron lleno de purpurina y juegos de luces. La vida disoluta de los cabarets y de las discotecas despuntaba entonces como símbolo de la modernidad y la vanguardia. Tras sus puertas se abría un nuevo mundo de noches blancas, resplandecientes de felicidad, placer y desenfado. La existencia tras los cordones de rojo terciopelo que no todos conseguían rebasar, conducía a los afortunados rumbo a una Arcadia feliz. Una edad de oro en la que todo fluía ligero. Porque, en el fondo, la noche libera.
Bien parecía saberlo Alain Bernardin, inventor del striptease moderno y visionario fundador del cabaret The Crazy Horse. Curioso este rocambolesco homenaje a la tribu de los indios siux para un local en el que, en esencia, se organizaban espectáculos protagonizados por mujeres desnudas. El establecimiento abrió sus puertas el 19 de mayo de 1951 en el número de 12 de la parisina avenida George V, a escasos doscientos metros del Puente del Alma, lugar en el que ha resistido desde entonces. El cabaret pronto logró la fama gracias a funciones en las que, por medio de una compleja iluminación, se proyectaban imágenes inspiradas en obras de arte sobre el cuerpo de las bailarinas. The Crazy Horse se situó así a la vanguardia de la contemporaneidad, introduciendo en sus sutiles espectáculos influencias del neorrealismo y del movimiento pop. Desde su fundación, han pasado por allí nombres como Pamela Anderson o Charles Aznavour, artistas como Salvador Dalí han colaborado en el diseño de su mobiliario, y hasta Woody Allen lo ha usado como escenario para sus películas.
Atraídos por el magnetismo del lugar, la revista alemana ZEITmagazin encargó en 1976 a Rautert un retrato de Bernardin –que se suicidaría dos décadas después– para ilustrar un reportaje sobre el cabaret. Rautert, curtido en el fotoperiodismo y en el trabajo documental, estudió en Folkwang, una universidad especializada en disciplinas artísticas situada en Essen, ciudad de la cuenca industrial del Ruhr. Allí coincidió con Otto Steinert, el padre de la fotografía subjetiva y uno de los más destacados fotógrafos de la Alemania de posguerra. Al comienzo de su carrera, Rautert abrigaba la esperanza de que sus imágenes sirviesen para cambiar el mundo, pero pronto, desengañado, acabó reconociendo que sus instantáneas «no habían cambiado nada». Poco a poco, empezó a virar hacia la dimensión artística de la fotografía, sin por ello dejar de privilegiar lo retratado frente al método. Pese a su aproximación a lo estético desde lo documental, Rautert nunca dejó de pensar que tratar a la fotografía tan sólo como un arte era un desperdicio.
Fue mientras aguardaba a Bernardin cuando el fotógrafo, natural de Prusia occidental, tomó varias imágenes de los camerinos y de las bailarinas del Crazy Horse en una serie que permite al espectador aproximarse a los sugestivos cuerpos vestidos de luces que poblaban el cabaret. La obra de Rautert, para quien la mera presencia de su objetivo desvirtuaba la realidad retratada, constituye un valioso testimonio visual de los usos y costumbres de la vida nocturna capitalina, de sus lujos pero también de sus desmanes.
Precisamente, fue en Paris de nuit (París de noche), una de las obras gráficas fundamentales de la fotografía europea del siglo XX, donde Tod Papageorge encontró la inspiración para su serie de instantáneas de la celebérrima discoteca neoyorkina Studio 54. El libro, publicado en 1932 cuando su autor no contaba más de 33 años, está firmado por Gyula Halász, más conocido como Brassaï, transilvano de nacimiento afincado en París desde 1924, que se cuenta entre los nombres más destacados de la irrepetible generación de fotógrafos húngaros (entonces Transilvania pertenecía a Hungría) nacidos entre finales del siglo XIX y principios del XX entre los que se cuentan André Kertész, Lucien Hervé, Nicolás Muller o Robert Capa. Brassaï inmortalizó con su cámara el París de entreguerras, una ciudad que se le antojaba irresistible y cuya esencia captó en fotografías que no tardaron en convertirse en iconos inmemoriales de una época y de un estilo de vida. Desde los intelectuales de Montparnasse hasta los vagos y la gente de malvivir de los bajos fondos, todos ellos tenían cabida en el París de Brassaï. Pese a lo exitoso de su libro Paris de nuit, lo cierto es que un gran número de sus mejores fotografías nocturnas no fueron publicadas hasta tiempo después. Sea como fuere, Papageorge encontró en su obra la luz con la que iluminar, Fujica mediante –«un equipo fotográfico dudoso» que se sentía como «un ladrillo de plomo en la mano», según sus propias palabras–, las noches blancas de Studio 54.
La discoteca, que, al contrario que la larga vida del Crazy Horse, sólo duró abierta tres años, entre 1977 y 1980, se convirtió pronto en el lugar en el que había que estar si se quería estar. Studio 54 encontró el caldo de cultivo perfecto para florecer en una sociedad que, hastiada tras Vietnam y escándalos políticos como el Watergate, clamaba por desinhibirse. Allí se podía ver y ser visto, existir en un mundo hedonista de arrolladora modernidad ajeno a lo exterior. El local neoyorkino era un refugio de lo efímero y un goce para los sentidos. También una metáfora radical del desenfreno y, en términos puritanos, hasta de la perdición. En Studio 54 se quemaban noches sin final en un fluir incesante de sexo, drogas y alcohol en el que se daba cita la jet set internacional. Hombres que esnifaban cocaína formaban parte de su ‘attrezzo’. No obstante, la discoteca no fue un mero lugar de encuentro de quienes ya eran famosos; el frecuentar Studio 54 te convertía en famoso. El local atraía pero también generaba glamour. Su estricta y discriminatoria política de acceso era casi tan célebre como el propio lugar. Hasta tal punto esto era así que, dicen, Nile Rodgers y Bernard Edwards, del grupo disco CHIC, compusieron aquello de «le freak, c’est chic» (algo parecido a «lo monstruoso es elegante») horas después de ser rechazados en la puerta de la discoteca.
La vida nocturna del infame Studio 54 llegó a convertirse en una forma de arte en sí misma. Esto atrajo a multitud de fotógrafos pero, al contrario que la mayoría, Papageorge no lo hizo por encargo, sino como un trabajo personal en el que esperaba captar el igual «deseo» que destilaba la obra de Brassaï.
El fotógrafo estadounidense había disfrutado de dos becas Guggenheim, una para retratar competiciones deportivas y otra para tomar imágenes de Central Park. Durante los años 60, el mismo momento en el que el Bajo Manhattan era demolido y que tan bien inmortalizó Danny Lyon en su ensayo visual de un Nueva York agonizante, Papageorge también se embarcó en la difícil labor de fotografiar las calles de la urbe como antes había hecho Berenice Abbott, quien con sus instantáneas redefinió la ciudad moderna. «Siempre he pretendido que hablen por sí mismas [las fotografías], con un poder de persuasión distinto al de la narración de hechos del periodismo», escribía Papageorge, el cual trató de dotar a su retrato de Studio 54 una «elocuencia poética» modelada por la forma en la que el fotógrafo veía el mundo a través de su objetivo. Nacido en Portsmouth (New Hampshire), visitó en varias ocasiones Studio 54 entre 1978 y 1980, cuando el local cerró asfixiado por los escándalos. Sesenta y seis de sus fotografías, muchas efectuadas en la fiesta de Nochevieja de 1978, fueron publicadas hace menos de una década en una antología dedicada a esta discoteca que, pese a su efímera existencia, fue un auténtico fenómeno cultural.
La fotografía insomne de Rautert y Papageorge, con cierto gusto por lo estético sin por ello descuidar lo documental, da fiel testimonio del brillante ambiente de las madrugadas que marcaron una época y se fueron para no volver. «La noche sugiere, no enseña», dijo Brassaï, el genio húngaro que captó con una Voitländer de 6 x 9 cm el alma de un París que despuntaba en la vanguardia. Las noches del Crazy Horse y de Studio 54 se insinuaban en un halo de purpurina, glamour y sofisticación tras el cual reinaban la desinhibición y el hedonismo que los dos fotógrafos captaron en el retrato de quienes no apagan la luz cuando la ciudad duerme.
Del 15 al 17 de abril de 2021 en la sala Ramón Gómez de la Serna del Círculo de Bellas artes el alumnado del grado en Filosofía, Política y Economía organizó el V Congreso de Pensamiento Interdisciplinar. La identidad fue la idea común que vertebró las 11 mesas que lo compusieron. Este concepto fue analizado y definido desde diversas posturas, porque, como bien afirmaron en la introducción del congreso la identidad es un concepto muy polivalente y toma distintas formas y significados tanto en las disciplinas de pensamiento como en los individuos o grupos. Pero ¿qué es la identidad?
Esta palabra viene del latín identitas y esta de idem, que significa “lo mismo”. No obstante, este concepto esconde dentro de sí una dualidad, porque mientras que, por una parte hace referencia a las características que hacen único al ente, a lo que es, también, por la otra, señala las características que comparte con el resto. En otras palabras, somos únicos como el resto de las personas. La identidad nos diferencia del resto y nos une con ellos al mismo tiempo. Esta tensión dialéctica, la creación de identidades que unen a la vez que excluyen, que crean un imaginario social, una norma de lo que es ser esa identidad y sus consecuencias políticas fueron abordadas en las diferentes mesas planteadas.
CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD
La identidad no es algo innato, sino algo que construimos, por ejemplo, mediante la socialización. Las identidades nos definen, nos agrupan y nos separan del resto. Pero estas no son categorías preexistentes a las que nos suscribimos, ni creaciones totalmente individuales, sino que las identidades están en constante construcción: como individuos nos identificamos con ellas, y al suscribirnos a ellas las creamos y las perpetuamos.
Este carácter constructivo de las identidades es evidente, como se expuso en la charla Construcción pictórica de la identidad nacional a lo largo del siglo XIX, en la creación de los mitos, imágenes y narrativas nacionales. Las revoluciones liberales a lo largo del siglo XIX pusieron límites –en lugares como en Francia incluso la erradicaron– al poder de la monarquía, y volcaron toda la legitimidad en la nación, pero, ¿qué o quién es esta nación? José Álvarez Junco, director del CEPC, la definía como “una comunidad humana que vive en un territorio y es propietaria de ese territorio”. La soberanía se trasladó a la entidad de la nación, pero esta debía ser construida porque si, en el caso de España, la Constitución de Cádiz recogía los derechos de los ciudadanos –que no ciudadanas– españoles, “lo español” debía ser previamente definido. Estas creaciones identitarias necesitaban de una labor narrativa de lo que era ser español, y esta se construyó –como el resto de las identidades nacionales– resignificando hechos históricos y materializándolos en la literatura o en el arte pictórico. Mientras que a lo largo del siglo XIX se trataba de construir una identidad nacional, en el siglo XXI, se está articulando una identidad de lo supranacional, una identidad europea. Hoy, nos encontramos con la misma ecuación, con las mismas preguntas: ¿qué es lo europeo? En La identidad europea y el futuro de la Unión se conversó sobre qué nos construye como unidad y los mecanismos existentes para el refuerzo de esta identidad. Unánimemente se posicionaron a favor de la existencia de una idea de Europa basada en valores como la igualdad, libertad y solidaridad. Pero, nos preguntamos, ¿es esto suficiente?
Hoy, el arte puede perpetuar las identidades, pero como se abordó en Arte de identidades y cambio social, también puede ser un punto de partida para mostrar las contradicciones inherentes a las identidades hegemónicas. Asimismo, el arte puede ser origen de la construcción de una identidad en torno a una individualidad no impuesta con las que plantear alternativas a lo legítimo, ridiculizando lo normativo y abriendo vereda al cambio social.
En la misma línea, la charla Desarrollo de identidades disidentes y paradigmas de género, dio voz a aquellas identidades de los márgenes que han sido excluidas de las definiciones dominantes, de la norma. La creación de identidades, en tanto que define, excluye y en tanto que excluye, silencia. Y es desde este silencio impuesto desde donde las personas LGBTIQ+ tratan de alzar su voz. Las ponentes Mar Cambrollé, histórica activista LGBTIQ+ durante el franquismo y la democracia, Daniel Valero (Tigrillo), creador de contenido audiovisual LGTB, e Isidro García, trabajador social especializado en la intervención con personas de estos colectivos, abordaron las vulnerabilidades tanto estructurales como psicológicas –por ser disidentes de la norma– que sufrían estas personas. Nos definimos mediante identidades, todos de alguna manera nos identificamos con algunas de las categorías sociales; no obstante, el trato no es el mismo para todo el mundo. Las identidades son categorías con las que los seres humanos socializan, y en tanto que se adscriben a ellas las construyen, es decir, no existe una esencia en ellas. Para romper con este silencio determinado por la norma, Mar Cambrollé exigió la imperante necesidad de una Ley Trans Estatal, demanda a la que se sumó el resto de la mesa.
En la dialéctica de creación de la identidad, un yo, crea un otro, y uno de esos otros en la sociedad son los presos. En El delincuente como “el otro” en la sociedad. El papel de las cárceles en la formación de la identidad se trataron los problemas estructurales de las instituciones penitenciarias tanto desde las experiencias personales con los testimonios de Javier Ávila y Esperanza Monjas Sierra, como desde análisis más teóricos con Francisco Fernández e Ignacio González. Las experiencias en primera persona narraron la desidentificación que sufrieron entre las paredes de hormigón a través del instinto de supervivencia y cómo fueron arrancados de su hábitat y deshumanizados perdiendo totalmente la percepción sí mismos. Contaban cómo sentían que ser preso era lo único que la sociedad les permitía ser, cómo habían sido encerrados en esa etiqueta negándoles cualquier tipo de reinserción en la sociedad, pese a ser, en teoría, el objetivo fundamental de la cárcel moderna, tal y como reza el artículo 25 de nuestra Constitución dentro del capítulo segundo referido a los derechos y libertades.
IDENTIDADES POLÍTICAS
La agrupación de identidades individuales crea identidades colectivas, y estas pueden politizarse o no. La politización de grupos identitarios puede acabar en partidos políticos y movimientos sociales cada vez más populares como ocurre con los movimientos de extrema derecha en Europa. Este tema fue tratado en Grupos identitarios: la evolución de la extrema derecha en el último siglo. El análisis genealógico del doctor en Historia por la Universidad de Barcelona, Xavier Casals, mostró el dinamismo del movimiento identitario de la extrema derecha en el último siglo. Se observó cómo el fenómeno que hoy en día nos preocupa no es nuevo, y que no es más que una nueva forma de extremismo. No obstante, las claves para afrontarlo y entenderlo no pueden ser las mismas que a principios del siglo XX. Guillermo Fernández, investigador de la Universidad Complutense de Madrid, que ya participó recientemente en algún acto en el CBA en relación al fascismo y el antifascismo, señalaba los diferentes modelos de extremismo de derechas y cómo los movimientos actuales se acercaban a un modelo liberal-identitario, más que a un social soberanista. Es decir, la retórica de los grupos de extrema derecha se aproxima a una garantía identitaria más tradicional en contra de la diversidad que apela la izquierda posmoderna.
Otra de las razones de la polarización política y por ello, refuerzo de la extrema derecha, es el papel de las redes sociales en la política. Pablo Simón insistió también en la mesa Redes sociales y democracia: un arma de doble filo sobre la necesidad de una educación mediática o alfabetización digital para afrontar el problema de la fiabilidad de las fuentes. La legitimidad de fuentes informales no contrastadas, las fake news, y el aislamiento de opiniones contrarias refuerza esta polarización que nos lleva, como sociedad, a tener que lidiar con movimientos de extrema derecha y a la confrontación. Sin embargo, Carme Colomina señala que lo característico de esta extrema derecha no son los mensajes de odio, ya que siempre han existido, sino la capacidad de penetración que han logrado y la rápida y alta difusión de este gracias a las nuevas tecnologías.
Asimismo, entre otras identidades políticas, también se reflexionó sobre las identidades rurales en Cultura e identidades rurales. Lo rural también se ha socializado como un otro en la sociedad. Esta identidad no ha sido definida por ellos mismos, sino por la urbe. Las políticas públicas y los políticos electos se han centrado en la vida de la ciudad, olvidando los orígenes rurales y la capital importancia de su cuidado. Lo rural es una identidad que se crea frente a la ciudad y denunciando el estigma creando sobre la vida y los habitantes del campo. La España vaciada no es un fenómeno causado por las elecciones de individuales, sino por la mera supervivencia. El éxodo rural a la ciudad vaciando las provincias es por culpa, entre otros factores, del descuido y olvido estructural en los servicios: sanidad, educación, transportes,… Este desamparo ha creado una indignación por parte de la sociedad, identificándose con lo rural y luchando por su defensa. Lo que comenzó siendo un movimiento ciudadano, devino movimiento político con partidos como Teruel Existe.
Una sesión a cargo de Lluís Alexandre Casanovas Blanco
“Yo, para esta transmisión, quise poseer el lenguaje de la verdad. A la palabra la encontré prostituida, pervertida. Era ya, en muchos casos, sólo antifaz de verdaderas intenciones. El lenguaje de la verdad estaba en el movimiento inconsciente. Observé que hasta los mismos animales nos miraban a los ojos para descubrir nuestras intenciones. Y fue el movimiento inconsciente de los ojos que me hizo comprender el verdadero lenguaje y campo propio del cinema.”
José Val del Omar, “Desbordamiento apanorámico de la imagen,” 1957
[texto de Lluís Alexandre Casanovas Blanco en torno a la proyección homónima que alberga el Cine Estudio del Círculo el 5 de mayo, que se verá acompañada de una presentación del autor junto a Piluca Baquero, directora del Archivo Val del Omar]
La modernización tecnológica y social que tiene lugar en occidente durante la primera mitad del siglo XX acelerará la redefinición de los vínculos históricos que los humanos han mantenido con lo animal. Lo animal, y no sólo los animales, porque esta reconceptualización se refiere tanto a la relación de los humanos con otras especies como a la consideración de las similitudes y diferencias del comportamiento humano frente al de otros organismos. Diversos autores han identificado la desaparición progresiva del animal de la vida diaria de los humanos como consubstancial a los procesos de modernización, esencialmente humanistas. Se entiende esta ausencia como el producto de diversos factores que incluyen: el abandono de la población del medio rural por las ciudades, la sustitución de la fuerza motora animal por fuentes energéticas adecuadas a las nuevas demandas de producción, pero también la caracterización de lo animal como antitético a lo moderno y civilizado. En este contexto, la redefinición moderna de la relación humano-animal se producirá desde diferentes ámbitos como la biología, la filosofía y la psicología. Desde principios de siglo, por ejemplo, la represión psicológica y la educación social de las masas buscaran el control de comportamientos instintivos atribuidos a especies animales. También el cine contribuirá a recalibrar este vínculo, como atestigua la abundante presencia de animales en las primeras experiencias cinematográficas, desde las descripciones proto-cinemáticas del movimiento de caballos y aves de Étienne-Jules Marey y Eadweard James Muybridge a la célebre electrocución del elefante Topsy filmada por Thomas Alba Edison en Coney Island en 1903. Durante las últimas décadas, la emergencia de nuevas corrientes de pensamiento como los feminismos, la teoría queer o la ecología han propiciado una revisión crítica de la renegociación moderna del vínculo animal-humano, argumentando la necesidad de un nuevo marco de relación dentro de las actuales urgencias climática, sanitaria y política. También cineastas y artistas han recurrido a lo animal como lugar desde el que pensar alternativas a nociones preexistentes de visualidad, comportamiento, comunidad o ética.
El programa Lo animal en España (1934-1955) rastrea en el cine de nuestro país la redefinición moderna de las relaciones humano-animal. Para este fin, se centra en diferentes ejemplos que conjuran lo animal –desde documentales agrarios y cine científico a cine experimental– en un período que va de la proclamación de la Segunda República al inicio del desarrollismo franquista. No en vano, la relación con los animales es fundamental en las propuestas para solventar uno de los fenómenos clave del siglo XX español: el desarrollo cultural y económico de las grandes urbes versus el abandono y subdesarrollo de las zonas rurales. Piénsese, por ejemplo, en la voluntad de la República de tejer campo y ciudad a través de las Misiones Pedagógicas. O la vuelta a un campo idealizado, aislado de los males de la ciudad, propuesto por el primer franquismo, donde lo rural es entendido como arcadia feliz custodia de las quintaescencias nacionales. Más allá de estas instrumentalizaciones políticas de lo animal, el programa también indaga en el uso de otras especies como modelo alternativo para la subjetividad humana, encarnados aquí en el espectador. Este ocurre en la obra del cineasta granadino José Val del Omar (1908-1982), de la que se propone una relectura en estos términos, y se sitúa como antecedente a nuevas experiencias artísticas y discusiones contemporáneas sobre lo animal.
El programa se inicia con la proyección del cortometraje documental La ciudad y el campo (1934), del tándem Carlos Velo (1909–1988) y Fernando Gutiérrez-Mantilla (1903-1964), que describe los beneficios de nuevos métodos de producción avícolas, con especial énfasis en la introducción de medios mecánicos como incubadoras en la cría de pollitos. Rodada en un nuevo modelo de granja cooperativa fundada por el gobierno republicano en Torrelodones, la cría de pollitos sirve a Velo y Mantilla para exponer la interdependencia de los núcleos urbanos de los productos de las áreas rurales; un argumento que se enmarca dentro los esfuerzos de la República por sincronizar territorios con desarrollos desiguales. A pesar de que, en diversas secuencias, Avicultura sugiere la posibilidad de una comunicación entre la psique humana y la animal, la cinta supedita a las especies no-humanas a un proyecto político nacional. Originalmente producida para la Dirección General de Ganadería del Ministerio de Agricultura de la República, en plena Guerra Civil el Servicio de Difusión de la Enseñanza por Medios Mecánicos, dirigido por José Val del Omar, estrena una versión extendida del documental bajo el título de Avicultura (1937).
El programa continúa con una selección de títulos de la amplia producción audiovisual realizadas por el cineasta e ingeniero agrónomo Jesús Francisco González de la Rivay Vidiella, Marqués de Villa-Alcázar (1885-1967) para el Ministerio de Agricultura a partir de 1939. Se trata de dos “charlas cinematográficas” dirigidas a campesinos protagonizadas por insectos: Seda en España (1941) y El escarabajo de la patata (1945). Como en Velo y Mantilla, la representación de gusanos y escarabajos responde a un proyecto político específico: estos cortometrajes son una muestra propagandística de los esfuerzos autárquicos del primer franquismo. Ambas proponen una relación humano-animal que se organiza en términos de provecho económico: así, los distintos ecosistemas naturales del país se describen como recursos a explotar. Los cortos se encuentran también atravesados por otras políticas del franquismo como por ejemplo el papel secundario de la mujer, o la supeditación de la naturaleza a un dios católico. Aunque haciendo uso de un lenguaje cinematográfico novedoso, la voluntad pedagógica del Marqués de Villa Alcázar se traduce a menudo en una antropomorfización de los animales, que en su forma pseudo-humana adquieren la forma de trabajadores.
La sesión finaliza con la proyección de Aguaespejo granadino(La gran siguiriya) (1955) de José Val del Omar (194-1982). En este cortometraje sobre la Alhambra y los cármenes que la rodean abundan las secuencias centradas en especies vegetales y animales, como los cipreses y los nenúfares, o las tortugas y las ranas. Como ya señalara el crítico Gonzalo Sáenz de Buruaga en el momento de su estreno, Aguaespejo persigue superar el acercamiento tradicional al palacio árabe como arquitectura singular o monumento a través de su descripción como ecosistema, como paisaje resultante de las distintas formas que el agua adquiere en su recinto (fuentes, estanques, manantiales, nubes). Según Sáenz de Buruaga, “Val del Omar desarrolla su evocación a Granada, a través de un juego impetuoso … de planos, niños-gitanos, estáticos rostros expresivos, nubes locas, tortugas, chorros vivos de agua, árboles, montañas, y algún fotograma, muy escaso, de la árabe arquitectura de la Alhambra.” Esta película, que supone la vuelta de Val del Omar al cine después de una década sin filmar, se desmarca de la politización que los cineastas anteriores en el programa hacen sobre el rol de los animales. Descrita por el cineasta como un “éxtasis de galápago”–es decir, un arrebatamiento de tortuga– Aguaespejo invoca imágenes de no-humanos para mostrar una Alhambra solo asible a través de los instintos, despojándose de una percepción moderna contaminada por el espectáculo comercial.
Esta serie es producto de la investigación que el autor está desarrollando en la Universidad de Princeton como parte de su tesis doctoral bajo la tutela del Profesor Spyros Papapetros.
El domingo 11 de abril de 2021 tiene lugar en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes el tercero de los cuatro conciertos que el Cuarteto Mandelring de Berlín dedica al maestro Dmitri Shostakóvich y su integral de cuartetos en esta segunda edición de Círculo de Cámara 2020/2021. En esta ocasión el conjunto alemán interpreta los cuartetos 9, 10, 11 y 12, en los que muestra su lado más privado e íntimo: uno de ellos lo dedicó a su mujer, otro a un gran amigo y, un tercero, trata sobre la misma muerte en un tema preelegíaco ante lo que estaba por venir. El musicólogo Luis Gago nos lo desgrana en este magnífico texto que puedes encontrar en el programa de mano del concierto y que reproducimos a continuación.
Públicos y privados III
En tan solo dos meses del año 1964, Shostakóvich completó sus dos siguientes cuartetos de cuerda, los números 9 y 10, dedicados a personas muy cercanas y queridas: su mujer, Irina, y uno de sus grandes amigos, el compositor Mieczysław Weinberg (justísimamente reivindicado en estos últimos años). La dedicatoria pública y colectiva de la obra anterior ha dado paso de nuevo a la esfera privada. Ambas obras fueron estrenadas incluso el mismo día, el 20 de noviembre, en Moscú (el día siguiente volvieron a tocarse en Leningrado, siempre con sus fieles amigos del Cuarteto Beethoven). No puede extrañar, por tanto, que sean fácilmente apreciables semejanzas entre ellos, la más obvia quizás el sustancial peso otorgado a los últimos movimientos, que doblan en duración a los anteriores, todos ellos de dimensiones modestas.
Otro rasgo común son las interconexiones temáticas entre movimientos, unidos casi siempre por un attacca, aunque también pueden percibirse diferencias obvias, la más clara, quizá, el muy diverso carácter de ambos scherzi: el del Cuarteto núm. 9 empieza a tocarse con sordina y se asemeja a una rápida ráfaga de viento, con toques del inconfundible humor del compositor ruso. El del Cuarteto núm. 10, en cambio, se decanta por una textura mucho más densa y, sobre todo, por una fiereza ya anticipada por su encabezamiento: Allegretto furioso. La joya del total de nueve movimientos es, quizás, el Adagio de la segunda obra, construido en forma de una passacaglia estricta, un procedimiento compositiv que ya había utilizado Shostakóvich en dos de sus anteriores cuartetos (núms. 3 y 6). Quien escuche con atención, podrá detectar la reaparición del tema de la passacaglia en el clímax del último movimiento.
El Cuarteto núm. 11 tiene un tema claro: la muerte. La desaparición de Vasili Petrovich Shirinski, segundo violín del Cuarteto Beethoven, en el verano de 1965, hizo que la obra fuera la primera de las cuatro que Shostakóvich dedicaría de manera individual a los cuatro integrantes del grupo que estrenó la casi totalidad de su producción cuartetística. Su tonalidad, Fa menor, presagia ya mundos armónicos sombríos y, a pesar de sus siete movimientos (los mismos de su admiradísimo Cuarteto op. 131 de Beethoven), que han de tocarse engarzados sin pausa alguna, como en el Cuarteto núm. 9, es de una brevedad y concisión casi extremas, generadas a partir del sencillo material expuesto en la Introducción. Todo es fugaz, esquivo, críptico, con profusión de ostinati y una inconfundible referencia a la marcha fúnebre de la Sinfonía “Heroica” de Beethoven en la Elegía, en esta obra que se estrenó el 28 de mayo de 1966 en la Sala Glinka de Leningrado.
Como si la muerte que había impelido su creación quisiera seguir haciéndose sentir, justamente esa misma noche Shostakóvich sufría un infarto que marcaría el comienzo de su propio y doloroso camino hacia el fin. Hasta entonces, el compositor escribiría aún otros cuatro cuartetos y el que cerrará el programa de hoy está dedicado al primer violín del Cuarteto Beethoven, Dmitri Tsiganov, por su sexagésimo cumpleaños, lo que explica quizá su energía y su vitalidad, convirtiéndola en una auténtica rara avis dentro del último Shostakóvich, casi siempre hondamente pesimista. La obra coquetea con el atonalismo, roza incluso el dodecafonismo, y reparte su peso de manera muy desigual entre sus dos movimientos, en favor del segundo. Su sucesora, compuesta en la tonalidad relativa de Si bemol menor, irá aún más allá y su contenido se condensará ya en un único movimiento.
El Cuarteto Mandelring y su integral de Shostakóvich
Tras triunfar en sus dos anteriores conciertos dentro de este ciclo Círculo de Cámara en el que interpretan la integral de cuartetos de Dmitri Shostakóvich, el Cuarteto Mandelring, que según la prestigiosa Fono Forum, es uno de los seis mejores cuartetos de cuerda del mundo, afronta la recta final de su participación en esta nueva edición de este ciclo de música clásica, que quiere ser un referente más en Madrid. El siguiente y último concierto de los berlineses será el 9 de mayo en el que cerrarán con los cuartetos número 13, 14 y 15.
La Alianza Europea de Academias (European Alliance of Academies), en la que se encuentra adscrito el Círculo de Bellas Artes como único centro cultural español, junto con otras sesenta entidades del ámbito artístico y humanístico de veintiséis países del continente, ha mostrado su solidaridad con dos profesores de renombre internacional en la investigación del Holocausto, después de que la justicia polaca haya fallado contra su libertad de cátedra e investigación. Además, el CBA, apunta algunos casos similares acaecidos en nuestro país en los últimos tiempos, que ponen en peligro los derechos fundamentales de la Unión Europea.
Un tribunal polaco ordenó que Jan Grabowski, profesor de Historia en la Universidad de Ottawa, y Barbara Engelking, fundadora y directora del Centro Polaco de Investigación del Holocausto en Varsovia y profesora del Instituto de Filosofía y Sociología de la Academia Polaca de Ciencias, rectificaran una información fruto de sus investigaciones documentadas y que se disculparan con Filomena Leszczynska, quien los demandó por difamar a su tío Edward Malinowski y por «dañar la identidad y el orgullo nacional», en el trabajo Noche sin fin: el destino de los judíos en condados seleccionados de la Polonia ocupada (2018). En este trabajo, Edward Malinowski aparece como rescatador de una mujer judía, pero a la vez como colaborador de los nazis a los que entregó a un grupo de judíos escondidos en un bosque. Todo ello constituye una injerencia contra la libertad de cátedra.
En un momento en que el derecho al «culto de recordar a los difuntos» se considera más importante que la investigación independiente sobre el Holocausto, la Alianza ha señalado la importancia de recordar la libertad de las artes y la ciencia y la independencia de las instituciones de investigación, establecidas en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
«Las artes y la investigación científica son libres. Se respeta la libertad de cátedra»
Pero la Alianza ha ido un paso más allá y ha pedido públicamente a la UE que no se encoja de hombros ante el revisionismo histórico del partido político en el poder en Polonia, Ley y Justicia, que trata de reconstruir leyendas nacionales y reducir el complejo papel de este país durante el periodo de ocupación nazi y el Holocausto a «nación rescatadora de judíos» tratando de evitar una reflexión objetiva acerca de un periodo tan trágico e importante en la historia reciente de Europa.
Para terminar en la defensa de la libertad de cátedra, la Alianza Europea de Academias cita a la escritora escocesa Alison Louise Kennedy: «No puede haber paz ni seguridad en ningún lugar mientras se permita a los autores de crímenes de lesa humanidad eludir su responsabilidad. Ningún estado seguro puede basar el orgullo nacional en la falsedad nacional o la evasión del derecho internacional de los derechos humanos. Es sumamente peligroso disminuir la complejidad y la culpabilidad involucradas en la ocupación fascista, especialmente en una época de creciente fascismo. Hacerlo pone en peligro a los ciudadanos de los estados individuales y envalentona las fuerzas que nos ponen en peligro a todos».
La libertad de cátedra en España
En España el Círculo de Bellas Artes también quiere aprovechar esta denuncia de la Alianza Europea de Academias para poner sobre la mesa las dificultades a las que se ven sometidos nuestros investigadores para ejercer libertad de cátedra a la hora de arrojar luz sobre nuestro pasado, especialmente durante el franquismo y la Guerra Civil. Recientemente el historiador Fernando Mikelarena ha recibido una querella criminal por los delitos de injurias y calumnias graves por parte de un nieto de Jaime del Burgo Torres por contar en su artículo Saca de Tafalla-Monreal de 21-10-1936 y en su libro Sin piedad. Limpieza política en Navarra, 1936, la vinculación de este, -no ejecutora porque no estuvo presente, pero sí como mando de los Requetés de Navarra-, de la matanza de 64 republicanos, la mayor perpetrada colectivamente en la comunidad foral durante la Guerra Civil.
Pero este no ha sido el único caso recientemente. Como cuenta Olga Rodríguez en eldiario.es, el investigador Carlos Babío, coautor del libro Meirás, un pazo, un caudillo, un expolio, también fue denunciado por presunta vulneración del derecho al honor y la intimidad de la familia Franco, que le acusa de difamación por su intervención en un programa de televisión. Y lo mismo le pasó, por ejemplo, al catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante, Juan Antonio Ríos Carratalá, denunciado por el hijo de Antonio Luis Baena Tocón por publicar un trabajo documentado en el que demostraba la participación de este en el juicio que llevó a Miguel Hernández a la cárcel, donde murió.
El Círculo de Bellas Artes se une a las demandas de la Alianza Europea de Academias y abogamos por la libertad de cátedra y de investigación, algo fundamental para preservar la memoria del pasado, para la comprensión y entendimiento de lo que acontece en el presente, así como para el asentamiento y fortalecimiento de la democracia. Y como reza el manifiesto fundacional de la misma Alianza Europea de Academias: «Hacemos un llamamiento a los políticos y las políticas de toda Europa para que protejan y defiendan el derecho a la libertad artística y la autonomía de las instituciones de conformidad con el artículo 13 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Y, siempre que sea necesario, apoyen a las academias de las artes y a los y las artistas siguiendo el consejo de nuestra Alianza».
Entre el viernes 12 y el domingo 14 de marzo podemos disfrutar en Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes, por primera vez en Madrid, de la proyección de una selección de nueve películas del Americana Film Fest, un festival que reúne un amplio espectro de películas y documentales con lo mejor del cine independiente norteamericano.
Americana Film Fest, que surge de la pasión de un grupo de amigos amantes de los festivales, ha llegado ya a su octava edición en las salas de Barcelona. Nos cuenta uno de sus directores, Xavier Lazcano, que en la ciudad condal siempre había habido diversidad en las programaciones de festivales, pero que la mayoría de las películas norteamericanas en las carteleras eran las superproducciones o blockbusters. Por eso, propusieron crear un festival de cine independiente norteamericano, para mostrar la gran diversidad de calidad filmográfica que allí se produce.
La organización de esta edición del Americana Film Fest ha estado totalmente atravesada por la incertidumbre: hasta 10 días antes del estreno en los cines barceloneses no sabían si saldría adelante o no. Con estos mimbres, dar el salto a Madrid se ha convertido más que en un acto de valentía, en algo heroico. Desde hace un par de años Xavier Lezcano y sus compañeros tenían en mente la proyección de su festival en las salas madrileñas, pero nunca se habían atrevido a coger el puente aéreo. Sin embargo, nos cuentan que por responsabilidad social, porque la cultura es segura y porque la gente quiere hacer cosas y seguir adelante, se han embarcado en esta aventura.
Además, ante la imperante incertidumbre de la presencialidad del festival y el deseo de ampliar fronteras, han apostado, como otros muchos festivales, por las plataformas digitales en la pequeña pantalla: la selección de películas se puede disfrutar en la plataforma digital de Filmin.
SELECCIÓN ESPECIAL PARA EL CINE ESTUDIO
El Americana Film Fest reúne todo tipo de películas independientes norteamericanas, desde dramas a comedias pasando por documentales y la selección especial para Madrid es una muestra clara de la esencia de este proyecto. De las 26 películas proyectadas en Barcelona, nueve viajan a Madrid para transportar al público a diferentes lugares y dar a conocer diversas historias en versión original. El festival comienza el viernes 12 a las 16h con la película El verano de Cody (Driveways) (2020) en la que podremos disfrutar del último rodaje para la gran pantalla de Brian Dennehy, fallecido en abril de 2020. La última escena de la película conmocionó al público catalán, fue una despedida al actor internacionalmente conocido por interpretar, entre otras actuaciones memorables, al Sheriff Will Teasle en Acorralado (1982).
Entre las películas más sonadas del Americana Film Fest podemos encontrar Palm Springs (2020), una comedia romántica de ciencia ficción ganadora del premio a la mejor comedia en los Premios de la Crítica Cinematográfica y nominada a los Globos de Oro. Asimismo, Bienvenidos a Chechenia, un documental que sigue los pasos de un grupo de activistas que ayuda a las personas LGBTQ perseguidas por el líder checheno Ramzan Kadyrov, que suena en las nominaciones de “mejor documental” y “mejores efectos especiales” en la 93º edición de los Oscars. El próximo lunes 15 de marzo averiguaremos si este documental de David France se convierte en la rara avis de la categoría técnica compitiendo junto a películas como Tenent, de Christopher Nolan.
Además, en la selección del Americana Film Fest que veremos en Cine Estudio, tenemos: Black Bear, a cuya actriz Aubrey Plaza, la Asociación de Críticos de Hollywood le concedió el premio a la mejor interpretación; Night of the Kings, que ha obtenido siete premios y quince nominaciones en distintos festivales, entre ellos el IFFR Youth Jury Award de Rotterdam, por el que cinco jóvenes de la ciudad eligieron a esta película como la mejor de la candidatura; Lapsis, una película de ciencia ficción que ha sido premio elección del jurado al mejor largometraje en el Festival de Cine Fantástico de Bucheon (Corea del Sur); Palm Springs, una de las favoritas del festival y nominada a los Globos de Oro 2021 a mejor película comedia o musical y mejor actuación en comedia o musical a Andy Samberg; Shiva Baby, otra comedia multipremiada que está causando muy buenas impresiones entre el público; Spaceship Earth, un increíble documental de ciencia ficción que ha sido nominado en Sundance y Sitges; y cerramos con otra de las favoritas, The Killing of Two Lovers, un thriller psicológico que viene de cosechar las mejores críticas y que fue presentada en Sundance y fue ganadora del premio de jurado en el Atlanta Film Festival.
¿SON COMPATIBLES LA GRAN Y LA PEQUEÑA PANTALLA?
En este nuevo contexto pandémico lleno de incertidumbres, la industria del cine ha abrazado la tendencia que paulatinamente iba cogiendo fuerza los últimos años: las plataformas digitales. Como nos contaba Xavier Lezcano, muchos de los festivales de cine en 2020 y 2021 se han tenido que reinventar y plantear la posibilidad de no poder presentar el proyecto físicamente. La apuesta por la pequeña pantalla recibe buenas críticas en cuanto a la democratización de la cultura respecta. Gracias a que las plataformas digitales programan este tipo de festivales, más gente tiene acceso a películas independientes que no encuentran en los cines de su zona. Lezcano al hilo de esto, nos hablaba de su proyecto Ruta 66 que trata de llevar este género de filmografía a ciudades más pequeñas con el fin de hacer más accesible la cultura menos comercial. Por otro lado, hay críticos que afirman que este tipo de herramientas y consumo filmográfico es el fin de la gran pantalla. El director del Americana Film Fest nos confirma que es uno de los grandes debates en el mundo del séptimo arte, pero él es positivo con respecto a las salas de cine y afirma que “hay público para todo”. Los números de espectadores tanto en las salas de Barcelona como en Filmin han sido muy positivos, y espera que la tónica siga así en Madrid, donde Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes es una de esas salas que apuesta por el cine de calidad en VOSE, como el que nos trae Americana. Pasen y vean.
Con ocasión de la presentación del nuevo número 35 de la revista Minerva se organizó en la sala Ramón Gómez de la Serna del Círculo de Bellas Artes el debate Miedo y asco en la nueva normalidad[1]. Junto a Nantu Arroyo[2], Santiago Gerchunoff[3], Gonzalo Velasco Arias[4] y con la moderación de Carolina del Olmo, directora de la revista, se reflexionó sobre la fatiga pandémica, el control social de las políticas destinadas a frenar la expansión del virus o las consecuencias ecológicas de esta nueva crisis económica en la que nos ha sumido la COVID-19.
MISMA NORMALIDAD
Aunque en marzo de 2020 predominaba el discurso que apostaba por que la pandemia nos haría mejores en un momento en el que salíamos todas las tardes a los balcones o ventanas a aplaudir la labor de nuestras sanitarias y sanitarios a las 20h, hoy, casi un año más tarde, nos preguntamos a quién iban realmente dirigidos esos aplausos, ¿dábamos gracias o nos aplaudíamos a nosotros mismos? La pandemia, como apuntó Gonzalo Velasco, no nos ha cambiado, los mismos mecanismos siguen dirigiendo la sociedad, el mercado sigue dominando sobre el poder político. Cerramos antes escuelas que discotecas y se vacunan antes alcaldes que sanitarios. Además, los vectores de opresión siguen incidiendo en los mismos grupos sociales: la fatiga pandémica no es homogénea y los que más sufren son los mismos que antes. En este sentido Nantu Arroyo apuntó que no solo han sacado a relucir la realidad social que ignorábamos cuando todo iba bien, sino que han exacerbado “los movimientos clasistas excluyentes y discriminatorios como cualquier otra crisis. La excepcionalidad saca a relucir las reglas del juego de la normalidad”. Un ejemplo de esta realidad, para nada nueva, es la situación de aquellas familias que no tienen acceso a un dispositivo con internet y su incremento de posibilidades de abandono escolar.
Pero se encuentran también ciertos cambios en la sociedad. Por ejemplo, la generación de una atmosfera de delatores: denunciamos a aquellos que creemos que no son ciudadanos responsables para hacernos creer que nosotros sí lo somos. Tenemos miedo a ser nosotros los que no estemos cumpliendo. El temor por no actuar correctamente nos remite, como apuntó Velasco, a la teoría foucaultiana: hemos asimilado el panóptico, estamos expuestos –a la mirada de la sociedad– constantemente, y, por si acaso, actuamos bien, como buenos ciudadanos. No obstante, es interesante el remarque de Nantu Arroyo que, siguiendo con la terminología de Foucault, señaló que durante la pandemia también encontramos momentos de resistencia a la norma en las colas del pan. Quedábamos (siempre con la recomendable distancia de seguridad) con nuestros amigos en los únicos lugares en los que se podía socializar en el lugar público.
Gerchunoff señaló de forma sugerente la inversión de los espacios público y privado en el momento más intenso de la pandemia, durante el confinamiento más duro. La calle se había convertido en el Oikos, en el lugar de reproducción, de supervivencia, donde debíamos proveernos de los medios de subsistencia. Mientras que el ámbito privado, es decir, nuestro hogar, se convirtió en el lugar de socialización. Gracias a las nuevas tecnologías y sus diferentes aplicaciones, nos comunicábamos con nuestras familias, amigos y allegados. Esta inversión de espacios nos ha producido malestar y nos ha incomodado; por todo ello, hemos dejado de relegar las responsabilidades públicas en los representantes democráticos. Esta atmosfera no es la mejor para el buen funcionamiento de la democracia deliberativa. El estado se debilita.
Asimismo, el estado es débil frente a los deseos del mercado. Un claro ejemplo de esto es la imposibilidad de producir respiradores en uno de los peores momentos del confinamiento: ¿cómo es que un estado de bienestar no puede proveer a sus ciudadanos en necesidades tan básicas? o ¿cómo es que se permite que más de 4000 personas se queden sin energía en La Cañada Real (Madrid) en una de las mayores olas de frío en las últimas décadas? La crisis del coronavirus ha mostrado claramente la tendencia de la pérdida de soberanía estatal frente a las grandes empresas que ya venía enseñando la crisis del clima. Los expertos llevan ya décadas señalando la urgencia de políticas que reviertan el cambio climático, explicando las causas –las sobreproducciones inherentes al sistema capitalista– y mostrando que la producción lineal, consumista y capitalista nos llevan directos al colapso total.
LA EXCEPCIÓN CONVERTIDA NORMALIDAD
La prolongación del estado de excepción que nos acompaña desde hace casi un año ha moldeado nuestra cotidianeidad y hábitos. Ya no tiene sentido hablar ni de estados de excepción, ni de estados de alarma, sino de un nuevo sentido común que ha asumido el control social y el aumento de la presencia y poder policial en las calles, e incluso dentro de las casas. No solo nos hemos vuelto vigilantes de nosotros mismos, sino que exigimos ejemplaridad a los demás.
Hoy ya no nos parece extraño que no podamos estar más de 6 personas en la terraza de un bar o el tener que volver antes de las 22h porque hemos normalizado la excepcionalidad. Hemos de aprender que las crisis no son momentos aislados en el tiempo, sino que son procesos, procesos que vamos asimilando poco a poco. Velasco apela por cambiar las estructuras, por tener en cuenta el largo plazo en nuestro modo de vida y por rechazar el discurso heroico. No necesitamos a héroes que nos salven de la catástrofe, necesitamos nuevos hábitos, nuevas formas de vida que sean capaces de revertir las marginaciones de ciertos grupos sociales tras la crisis del coronavirus o el cambio climático. Nos habíamos acostumbrado a la monotonía y al control de nuestras acomodadas vidas, pero como afirmaba el filósofo escocés David Hume el conocimiento del mundo no puede ser necesario y universal, porque lo material es contingente y particular. Nuestro racionalismo exacerbado por el cientifismo técnico se había apoderado de gran parte de las esferas tanto académicas como cotidianas, pensábamos controlarlo todo, pero esta pandemia nos ha mostrado la variabilidad del mundo. No obstante, se ha visto que no es la ciencia la que controla las decisiones sociales, sino que son las multinacionales y el poder del mercado. Pero hemos de tener en cuenta el peligro de la simplificación a la hora de buscar responsables en un sistema capitalista. Es imposible hacer una cartografía del capitalismo, y esto nos hace, muchas veces simplificar los problemas y cometer injusticias a la hora de encontrar responsables. Hemos de ser críticos y no caer en simplificaciones.
El pasado 3 de diciembre de 2020 el Círculo de Bellas Artes daba comienzo a una de las exposiciones más esperadas de la temporada: BANKSY. The Street is a Canvas. Con ella, algunas de las obras de Banksy llegaban por primera vez a España; otras ya habían sido presentadas al público nacional dentro del formato institucional. Aunque no hizo falta abrir las puertas del Círculo para sembrar la polémica en el público. Se había activado ya un dispositivo de debate, reflexión y diálogo en torno al carácter de la exposición y, por supuesto, en torno a la figura de Banksy. Y es que el artista británico parece despertar fuertes opiniones y debates a su alrededor. Ya sea por las contradicciones externas que retrata o las contradicciones internas que encierra en sí mismo, tratar con un artista como Banksy significa ser el punto de mira de la actualidad cultural.
En las fechas próximas a su inauguración en los medios de comunicación salían a colación las cuestiones más ardientes. Algunos expresaban su descontento. Acusaban a la institución de aprovecharse del anonimato del artista, de contribuir en la mercantilización del arte urbano. Otros medios, por otro lado, no glorifican al artista, sino que lo condenaban. Después de su intervención en la destrucción de la Niña con el globo, al autor ya no le quedaba nada de ese arte incómodo —que supongo que antes ofrecía—: se había convertido en un personaje totalmente fagocitado por el sistema. Parece que, a grandes rasgos, estas son las dos únicas formas de interpretar a Banksy: o genio o gamberro. Banksy 1, el genio de las grandes injusticias, el feroz artista urbano crítico con las espantosas cumbres del deshumanizante sistema capitalista. Un poquito de tergiversación, medio kilo de contraposición de imágenes pop, y rellenar a ojo con irreverencia y humor británico. Y la opción Banksy 2, el artista que había llevado las intervenciones cuasisituacionistas a la vanguardia de la publicidad. La mayor marca artística jamás creada hasta hoy en día, referente del marketing contemporáneo. ¿Pero es este todo el debate que Banksy ofrece? De toda la polémica, arena, viento y tierra que remueve, ¿esto es todo lo que podemos sacar en clave? Y, si en cierta manera esto es así, ¿qué nos dice todo esto sobre la situación actual del arte?
Esa es la intención del Círculo, la razón por la que la dinámica iniciada en los medios de comunicación cumplían ya en cierto sentido con la misma finalidad de la exposición: reflexionar, discutir y debatir sobre la figura de Banksy y la situación actual del arte. Y esa es la función de la conferencia Banksy contra Banksy, celebrada el pasado lunes 21 de diciembre, dentro de Los Lunes, al Círculo, uno de los espacios que ofrece la casa para debatir, como actividad complementaria —que no secundaria— a las exposiciones y a otras actividades del Círculo. Pues la cuestión que rodea al artista no es precisamente un asunto de coser y cantar. El mismo presidente de la casa confesó al comienzo de la conferencia haber experimentado cierto extrañamiento y distanciamiento en su primera visita a la exposición. Así, grandes, amplias, recurrentes y complejas fueran las preguntas que Peio H. Riaño, Eduardo Maura, Fernando Castro y Paz Olivares lanzaron al público durante la conferencia.
Peio H. Riaño abrió la conferencia destacando los dos fracasos que —a su parecer— Banksy había llegado a cometer llegados a este punto. El fracaso de no haber salvaguardado y velado por las instituciones culturales, que en su progresivo declive financiero y, después de la crisis del 2008, se encuentran en un estado deplorable; por otro lado, su fracaso y derrota frente al sistema capitalista, que había acabado absorbiendo su figura al margen del artista. Pues no deja de ser irónico que todo el dinero que en un momento se utilizaba en borrar las huellas callejeras del artista ahora se multiplique exponencialmente en la financiación de exposiciones —aquí, en España y en todo el mundo—, que, por cierto, no cuentan con el respaldo del artista. Riaño señalaba que las intervenciones apreciables de Banksy eran las relacionadas con su actuación e implicación social. Se refería por ejemplo al The Walled Off Hotel, obra ubicada en el muro de Apartheid, que separa Israel de los territorios palestinos. O al famoso barco Louise Michel —en honor a la anarquista y feminista—, que rescató este verano a centenas de migrantes de las garras del mediterráneo —digámoslo, aunque sea en tono suave— y de negligencia europea.
También Riaño coincidió con Eduardo Maura en su pregunta por el modelo de exposición para —y a propósito de otras propuestas como como Van Gogh Alive— acabar planteando la pregunta sobre el tipo de pedagogía que deben seguir o las instituciones culturales. ¿Cómo se tienen que plantear las exposiciones para producir el ejercicio de la cultura, la reflexión, la activación cultural? ¿Cómo se activa la reflexión no sólo in situ, sino antes, durante y después de la visita a la institución? ¿Cómo se producen estos debates, como el que estamos teniendo ahora mismo? (Debate que por cierto, ya planteó Carolina del Olmo con algunos de los participantes de esta misma exposición en un artículo de la Revista Minerva).
El anonimato de BANKSY y su documental
Fernando Castro, por su parte, introdujo al debate otras cuestiones que Banksy suscita: su anonimato y su relación con la muerte del autor; el desplazamiento de la calle a la institución —gesto sobre el cual Castro declaró creer ser intención genuina del artista, enfrentándose directamente al supuesto fracaso propuesto por Riaño—; y la posición consciente del artista de la herencia duchampiana en su posicionamiento artístico. Así, tanto Paz Olivares como Castro, trayendo a colación el documental Exit Through the Gift Shop, ascendieron el debate y la obra de Banksy a una propuesta artística autoconsciente. O como Olivares sintetizó a través de la famosa proposición de MacLuhan: que los medios a través de los que Banksy muestra su obra al público son parte misma en realidad del mensaje de su propuesta.
Y es que la visualización de Exit Through the Gift Shop (ETGS) no puede dejar indiferente a nadie. Nominada a los Oscars en 2010, comúnmente clasificada como falso documental y con múltiples guiños a Fraude de Orson Welles y Oja Kodar, ETGS no es una película sobre Banksy, al menos a la manera convencional del biopic. ETGS es un documental en el que Banksy funciona como catalizador, como medio, una excusa para cuestionar la situación contemporánea del arte. Al comienzo del documental, Banksy dice ‘’la película trata sobre lo que pasó mientras que este tío intentaba montar un documental sobre mí. Pero como al final el tío resultó ser más interesante que yo, ahora la película va sobre él’’.
El susodicho es Thierry Guetta, un francés residente en Los Ángeles, distinguido por su obsesión por grabarlo todo —primer guiño a Warhol— y por una gran capacidad para hacer negocios con cualquier cosa que se proponga. A partir de un primer contacto con el graffiti, Guetta comienza a relacionarse con el street art y a querer involucrarse con su cámara en toda su actividad: quiere filmarlo todo. Así es como poco a poco comienza a conocer a artistas de la talla de Invader y Shepard Fairey. Aunque pronto a Guetta estos artistas le comienzan a parecer insuficientes: ¿de qué le sirve todo esto si no puede conocer y filmar al gran artista del momento? Así es como nuestro artista conoce, colabora y se obsesiona con Banksy. El artista británico no tarda mucho en darse cuenta del tipo de persona que es Guetta y para, literalmente, quitárselo de encima, Banksy invita a Guetta a que se centre en crear su propio arte. Y aquí es donde comienza realmente la acción: ahora Guetta es Mr Brainwash, el protagonista real del documental. Al mando de decenas de personas, en una gran nave abandonada —a lo rollo Factory— y en un periodo de tiempo muy corto, Mr. Brainwash consigue presentar sus obras con un éxito comercial colosal. En definitiva, Mr. Brainwash consigue crear una marca en un tiempo récord, gracias a la producción en masa de sus obras, con un moderno enfoque de diseño, y bajo las pautas propias del narcisismo de la espectacularización de su aura.
Así es como el documental recoge magistralmente los ecos baudrillardianos propuestos en el artículo publicado en 1996, El complot del arte, para hablar de lo superfluo del arte contemporáneo. Mr. Brainwash es la ausencia de originalidad; la banalidad y el puro fetichismo. La prueba de que ‘’el arte no muere porque haya más arte: muere porque hay demasiado’’[1]. La constancia de que en un mundo donde todo hombre merece ser artista al menos durante 15 minutos, el gusto y la vida quedan totalmente anestesiadas por esa estética disney de gran parque de atracciones.
Sin duda, también Banksy aprovecha la figura de Mr. Brainwash para apelar, en un ejercicio frankensteiniano, a la desmitificación de los artistas. ¿Cómo pretenden ir el público y los medios de comunicación de modernillos con estas modas tan dieciochescas? Otras obras del artista, como Morons —que con diez años de antelación se posicionaba ante la destrucción de Niña con el globo—; su colaboración en la cabecera de Los Simpsons en MoneyBART; y su rol como curador en Dismaland, son como pruebas infalibles de la posición de consciencia de su arte en una sociedad postduchampiana. Sin querer entrar en dicotomías y simplificaciones, esta nueva lectura de su obra nos da lugar a unas —quizás no tan nuevas— preguntas.
¿Es Banksy un buen artista por hablar de la situación y ambigüedad del arte contemporáneo a través de las propias reglas de este? Más allá de que acabe siendo fagocitado por ciertos sectores de la sociedad, ¿no invita Banksy a la reflexión sobre el complot del arte contemporáneo? ¿No hace el intento Banksy, en una cultura capitalista que absorbe todo lo que puede, de concienciar sobre su situación? ¿Es un maestro Banksy, como comentaba Rafa Giménez a propósito de la exposición, en presentar las paradojas del arte contemporáneo?
O como sugería Riaño, ¿fracasa Banksy actuando finalmente como un cómplice de la farsa del sistema artístico? En 2017 Gary Shove publicaba un libro sobre Banksy que llevaba como subtítulo ‘’Usted representa una amenaza tolerable y si no fuera así ya lo sabría’’. ¿Tiene algún tipo de efectividad esa reflexión a la que invita Banksy, o acaba eventualmente siendo un engranaje más del sistema capitalista? ¿Es el documental en realidad un canal donde Banksy sólo quiere diferenciarse, desmarcarse y justificarse con respecto a otros artistas? Como el propio título nos invita a pensar, ¿es posible entrar en el mundo del arte sin salir, efectivamente, a través de la tienda de regalos?
Llegados a este punto, habrá, por supuesto, quienes se aventuren a tener una opinión lapidaria y firme al respecto; pero lo que no se puede negar es la complejidad y urgencia del asunto. ¿Preferimos, entonces, la ambigüedad? Al respecto de esto, también en El complot del arte, Baudrillard sostiene que la ausencia de imperativos críticos tan propia de la posmodernidad da lugar sólo potencialmente a una posibilidad, al ‘’complot distinto pero enigmático, indescifrable. Todos los discursos son ambiguos, incluyendo el mío. Todos participan en cierta forma de complicidad vergonzante con el sistema, el cual, por otra parte, necesita de ese discurso ambiguo para que le sirva de caución’’. Y es que cuando hablamos de Banksy no hablamos de su arte, sino, como nos dice este chiste —ya un poco desgastado, pero siempre tristemente certero en su punch line— de algo más grande que el propio arte: ¡Es la economía, estúpido!
[1] Baudrillard, Jean, El complot del arte: Ilusión y desilusiones estéticas, AMORRORTU, Buenos Días, 2006
La libertad de expresión tal y cómo la conocemos hoy en día es una cuestión, en realidad, reciente en el pensamiento occidental: apenas tiene una tradición de seis siglos. Lo que entendemos como tal está completa y absolutamente en armonía con la transformación del mundo social en general y, en concreto, con la aparición de la imprenta en el siglo XV y todo el tejido legislativo que se construyó a su alrededor. Y es que el derecho a la difusión libre del pensamiento es original a la constitución del ser humano por sus capacidades comunicativas; no necesita una jurisprudencia que la avale. La introducción de la imprenta complicó y trajo al centro del debate filosófico el asunto de la libertad de expresión en relación con la capacidad de obtener una licencia para la publicación de cualquier producción artística o científica. Filósofos como Kant, Fichte y Locke trataron de defender los derechos y propiedades intelectuales de los autores en términos tanto filosóficos como jurídicos, entendiendo la protección de la creación artística como el amparo de la propia subjetividad imprensa en la obra.
Sin embargo, el crecimiento exponencial del número de copias en circulación; la paulatina modernización de los países occidentales; y la instauración de la democracia, dibujaban un paisaje bien diferente en la articulación del significado de la expresión. En Sobre la libertad, John Stuart Mill hablaba de la libertad de expresión en relación con los valores democráticos bajo el concepto del principio del daño. En términos generales, esta noción hace referencia a una serie de dispositivos de equilibrio y limitación legislativos y culturales, acorde con los principios innegociables de igualdad y libertad de la joven democracia, que dirigirán la confluencia, expansión y progreso de opiniones y conocimiento en la sociedad. Unos mecanismos que, por cierto, no tendrían cabida sin la aparición del cuarto poder.
Libertad de expresión y censura
Así, como ocurre hasta nuestros días, la libertad de expresión se suele considerar en relación a su ponderación con otros principios básicos de la democracia, intentando evitar así sus grandes problemáticas: la tiranía de las minorías y mayorías, la inmovilidad de las opiniones de la masa —arraigadas en prejuicios e ignorancia— y el estancamiento intelectual. Dos siglos después de la publicación de este pilar imprescindible de la filosofía política, ¿cuánto han cambiado las tornas? El planteamiento y aparato jurídico sigue siendo el mismo, y la censura se sigue constituyendo como la herramienta estatal por excelencia para contrarrestar los posibles daños del uso de la libertad de expresión. Sin embargo, nuestras sociedades son radicalmente diferentes. Si la aparición de la imprenta y de la prensa cambiaba los límites conceptuales que definían el concepto de libertad de expresión, ¿cómo afecta la aparición de las redes sociales a su concepción? En una sociedad donde proliferan las injusticias sociales, ¿qué importancia tiene la libertad de expresión? ¿Cuál es la situación actual del dispositivo legislativo y cultural por excelencia, la censura? ¿Cómo se conjuga con la creación artística? Después de una larga historia de mecanismos punitivos de supuesto contrapeso democrático, ¿no es ya hora de interrogarse por su efectividad y de preguntarnos por su conformidad, o no, con los supuestos principios democráticos?
A nadie se le escapa el contenido político e ideológico de la censura. No en vano en el décimo libro de la República Platón solicitaba la expulsión de los poetas de la ciudad. El autor entendía que el carácter imitativo de la poesía entraba en conflicto con la verdad, y que su censura y deportación era necesaria para el funcionamiento correcto de la polis. La expulsión de los poetas literalmente limitaba el censo de la ciudad, lo que nos recuerda al propio origen etimológico de la palabra: censura viene del latín censor, aquel encargado en la antigua República romana de la realización del censo entre otras actividades. Censura por tanto se refiere literalmente a la selección del censo, a la decisión de quien tiene o no voz en la sociedad.
Un deporte que España parece liderar con facilidad en el contexto internacional. The State of Artistic Freedomencabeza a nuestro país en el ranking de países con mayor número de artistas encarcelados por delante países como Irán y Turquía. Por otro lado, el último informe del Instituto Universitario Europeo avalado por la Comisión Europea coloca a España en situaciónde riesgo algo en relación a la libertad de información, debido principalmente al monopolio de la prensa nacional, calificándolo de un panorama ‘’vergonzoso y sombrío’’—una cuestión, la democratización de los medios de comunicación, que nuestro filósofo Jonh Stuart Mill consideraba innegociable para la promesa de la libertad de expresión—. El Estado español, todavía de charanga y pandereta, sigue operando con sus aparatos jurídicos en una censura de movimiento vertical total de arriba hacia abajo. Cuestión que funciona diferente en países como Estados Unidos donde, en virtud de la ausencia de nacionalización de instituciones como la universidad, la censura puede darse desde el propio pueblo —o mejor dicho, desde cliente—.
De charanga y pandereta porque parece que todavía no se ha percatado de la poca efectividad, del efecto contraproducente de la censura, que sólo trae una mayor difusión y propagación de la obra y sus ideas. Una respuesta social que no es nueva sino que se remonta a la aparición de la propia prohibición: la propia Madame Bovary tuvo un éxito comercial extraordinario debido a las acusaciones de inmoralismo que llevó a su autor al banquillo de los acusados. Sobre este fenómeno, conocido hoy en día como efecto Streisand, se discutió el pasado noviembre en el Círculo de Bellas Artes, que acogió bajo el nombre deCensuradXs: Libertad, arte y culturaun congreso que reunía a juristas y personalidades públicas para debatir sobre la censura y la creación artística. Personalidades como Eugenio Merino, Charo Corrales, Concha Jerez, Nacho Carretero, Cristina Morales, Fernando Castro, Inés París entre otros hablaron de sus experiencias propias frente a la censura. Y todos ellos estaban de acuerdo en algo: en la penosa y desamparada posición del artista en el marco legal español.
Y es que hoy en día es imposible entender la libertad de expresión reduciéndola sólo las consecuencias penales, como hemos visto en su propia definición, la cuestión de la censura se relaciona directamente con legitimar ciertas voces de nuestra sociedad. Así muchos de los invitados hablaron de la microcensura, a mecanismos más invisibilizados en las formas de censura, que más que prohibición hacen referencia a toda una serie de obstáculos y trampas, descrita literalmente como una bajada a los infiernos —pero sin la recompensa ascética de la purificación— que llevaban finalmente a la modificación o suspensión del proyecto artístico. Inés París comentaba, por ejemplo, la penosa travesía para que le aceptasen un presupuesto para una película por su condición de fémina, y proponía, frente a esta situación, mecanismos de ayuda, de prevención y subvención estatal para la promoción de este tipo de proyectos dirigidos por mujeres. Los colectivos castigados por el poder han reivindicado que en realidad la libertad de expresión es un derecho del que ellos no gozan, y que lo demuestra su ausencia —en un sentido cuantitativo y cualitativo— en la cultura. Debates contemporáneos que proliferan en las redes sociales, grandes actores políticos del momento, que han modificado las formas de activismo político.
La libertad de expresión y la cultura de la cancelación
Al otro lado del charco, en la otra orilla del Atlántico, la Harpers Bazaars publicaba este verano un manifiesto en contra de la así llamada cultura de la cancelación, un documento firmado por personalidades de talla de Margaret Atwood, Noam Chomsky y Salman Rhusdie que tuvo alcance y réplicas a nivel internacional, también aquí en España. El manifiesto denunciaba las supuestas funestas consecuencias laborales que sufrían las víctimas de esta cultura; señalaba los excesos de intolerancia, la creación de situaciones injustas que provocan esta —como lo han llamado así muchos intelectuales y periodistas—nueva caza de brujas. ¿Qué tipo de fibra habrá tocado esta cultura de la cancelación para llegar a tal apelación? Encarguémonos entonces de examinar esta situación desde el principio para los despistados de la última fila: ¿qué es esto de la cultura de la cancelación? ¿De qué se trata y cómo casa con la libertad de expresión? ¿Qué alcances ha tenido?
La cultura de la cancelación es un fenómeno social, una forma de activismo social que hace referencia a una serie de conductas desarrolladas principalmente de forma colectiva en la red en pos de boicotear a una figura pública, empresa o colectivo. Aunque a día de hoy se ha extendido a todo el espectro ideológico, los primeros colectivos en ejercer esta presión social eran precisamente aquellos colectivos que denunciaban el statu quo y la falta de responsabilidad política del escenario cultural. Sus defensores lo han descrito como un ejercicio de agencia y de libertad de expresión en forma de réplica en una sociedad democrática que compensa la falta de mecanismos institucionales —los tres poderes clásicos— frente a comportamientos considerados políticamente incorrectos: la sociedad que una vez le rindió éxito y gloria a una figura, ahora le pide responsabilidad y rendición de cuentas. Advierten además que este supuesto acoso y caza de brujas en realidad ha estado siempre presente pero que, con la democratización y amplitud de voces que proporcionan las redes sociales, ha quedado en un plano totalmente público; que el trabajo de filtración de la agradable secretaría del escritor o director ya no tiene cabida en una red social como Twitter. En otras palabras, los allegados a esta cultura de la cancelación defienden que sentirse ofendido por apelar a la responsabilidad social no otorga el derecho a censurar dichas críticas.
De hecho, se niega su propia existencia, en el sentido de que la mayoría de figuras señaladas por la cultura de la cancelación han seguido desarrollando su carrera profesional artística sin apenas consecuencias. Sí es cierto que, por ejemplo, muchas feministas criticaron y dejaron de consumir películas de Woody Allen; pero a día de hoy el cineasta americano sigue produciendo películas casi anualmente. Donald Trump tiene detractores de todos los colores; sin embargo, ni desde su partido ni desde la oposición se ha conseguido emprender una enmienda en su contra en el parlamento estadounidense. Y un caso español: el polémico Daniel Bernabé, escritor de La trampa de la diversidad —un ensayo que señalaba que las políticas identitarias eclipsan el verdadero objetivo de la izquierda: la lucha de clase—. Bernabé, según periodistas como Juan Soto Ivars, autor de Arden las redes: La postcensura y el nuevo mundo virtual, habría sido condenado a un linchamiento y a una manipulación mediática horrenda; pero lo cierto es que después de la publicación del polémico libro el escritor ha aumentando su reconocimiento a nivel nacional y, a día de hoy, es colaborador en HORA25 en la SER entre otros medios.
No obstante las dinámicas de esta cultura se han extendido ya a todos los ámbitos de la cultura. Así, desde la propia izquierda se ha criticado que el boicot y linchamiento a individuos más desprotegidos y vulnerables en la sociedad —y por ello desprovistos de la impunidad de figuras asentadas en la cultura— sí que tienen un efecto nocivo en sus vidas. Pues ya se sabe que a la cárcel —metafórica y literalmente— sólo van los pobres. Es el caso, por ejemplo, de August Ames, una actriz porno canadiense con un horrible historial de abusos que había encontrado refugio y compresión en el feminismo y en las feministas. Amparo que se convirtió, de la noche a la mañana, en odio y linchamiento, y dos días después, en su muerte. La reacción de las redes sociales a un tuit supuestamente homofóbico y su inestable situación mental la llevaron al suicidio. La cultura de la cancelación se ha acabado envolviendo en las dinámicas propias del sensacionalismo mediático y de la sociedad del espectáculo. Los invidividuos que participan en el linchamiento se acaban sumergiendo en una narrativa seudoheroica —llamada en internet la actitud woke— un tanto justiciera y a lo Robin Hood moderno, que acaba tratando desgraciadamente a los otros como mercancías, y al espectro de celebrities en el mundo del cine, literatura, la televisión, influencers y tuiteros como una suerte de escaparate de valores del mercado —como decíamos antes que funcionaba en el contexto de la universidad privada estadounidense—. Unas dinámicas consumistas muy peligrosas que acaban cayendo en esencialismos y dualismos y en jerarquizaciones de identidades que precisamente las políticas identitarias niegan en sus propuestas filosóficas.
Para más inri, bajo la lógica del efecto Streisand, el desarrollo de la cultura de la cancelación se ha relacionado con la aparición de la derecha alternativa (alt-right) y el populismo de derechas contemporáneo. Y vuelta al principio. ¿Es efectiva la cultura de la cancelación? ¿Consigue realmente la prosperidad y el cambio social al que aspiraba en un principio? ¿No acaba por reproducir el ostracismo y aislamiento del Estado occidental? Aunque el Estado no intervenga en este juego de forma explícita y los condenados no acaben en un juicio, parece que las dinámicas de esta justicia social son muy parecidas a los mecanismos y aparatos ideológicos de censura del Estado. ¿Qué tienen de diferente, a grandes rasgos y después de todo, las violentas dinámicas estatales represivas que reciben los individuos en el Estado moderno —y aquí apelamos a nuestro querido Foucault— con este linchamiento contemporáneo?
La propuesta antipunitiva en defensa de la libertad de expresión
Ante esta situación, las propuestas antipunitivistas proponen no acribillar a los protagonistas de los casos concretos de violencia machista, xenófoba, racista, etc. En primer lugar, porque señalizar estos casos como algo excepcional y marginal eclipsa la visión total, la compresión de todo el tejido social que normaliza y justifica estas prácticas de violencia. Y en segundo lugar, porque el castigo, como se ha demostrado a lo largo de la historia, solo mantiene el statu quo y no beneficia la reinserción social; se ha utilizado para desviar la atención de las obligaciones de las instituciones a la hora de salvaguardar a los sectores más vulnerables de la sociedad. Proponen entonces atacar la raíz del problema y, en relación con el mundo legal, diseñar políticas sociales preventivas, de un funcionamiento de la justicia y los aparatos culturales en clave feminista y antirracista. Garantizar que individuos y artistas tengan apoyo económico y así reformar el aparato jurídico del Estado, para contrarrestar y equilibrar, ahora sí de verdad, como nos dicen los principios de democracia, la violencia estructural del sistema. Y garantizar, así mismo, que todos hagamos empleo de una justa libertad de expresión.
Y se ha de decir que quien escribe este texto una vez participó de esta cultura, y que como tal, se debe entender lo presentado como una autocrítica y, escapando ya de este momento personalista, como uno de los momentos de antítesis en el desarrollo de la historia. Una compensación, un viaje al otro lado del péndulo que denunciaba la inmunidad e imparcialidad de ciertos sectores de la sociedad, una rendición de cuentas de todas las injusticias que los sectores más vulnerables sufríamos y seguimos sufriendo; pero como momento de antítesis se da como un recurso limitado en el tiempo. Si me acompañan todavía en la lectura hegeliana acontecerá resolver la situación con un momento del en sí y para sí, o, como se ha llamado de forma equivocada, el momento de síntesis: abandonar toda clase de violencia del sistema, de la prohibición y de los aparatos represivos, que sólo nos brinda pan para hoy y hambre para mañana. Los políticas antipunitivistas y prevencionistas en el ámbito cultural promueven disponer y garantizar la participación de los colectivos indefensos, invisibilizados y marginados en la cultura: una defensa real de la libertad de expresión. Nos avisan: la censura, la prohibición, el castigo sólo hace que el sistema se aproveche de nuestro odio y que así se retroalimente la violencia y con ello, la inmunidad del poder. Optemos, mejor así, por acabar con la violencia de forma radical.
Lola Rodríguez Bernal, en relación al Congreso Figuras del Fracaso.
Claustrofóbicos, agorafóbicos, runners, aficionados al gimnasio, a los bares y a las verbenas, amantes, asistentes asiduos de plazas, mercados, parques y otros lugares públicos. Todos hemos pasado unos largos meses de confinamiento encerrados en casa, o al menos los que hemos tenido y tenemos una vivienda donde cobijarnos. La situación ha sido complicada. El humor, como siempre, ha sido clave para canalizar todo lo que estaba pasando, pero también, por qué no, para garantizar el bien común y personal. En las redes sociales una de las bromas más recurrentes y con más alcance desde el principio de la cuarentena, allá por marzo, interpelaba a la extraordinariedad de los acontecimientos del año: guionistas totalmente enloquecidos por el sinsentido del desarrollo de los eventos; viajes en el tiempo que advertían de las alocadas noticias del futuro. La inverosimilitud y la deriva que había tomado la realidad provocaba una risa colectiva cuasi histérica. ¿Quién era capaz de imaginarse toda esta serie de catastróficas desdichas?
La tesitura era y es tal que incluso los neologismos prestados de atmósferas narrativas parecen quedarse cortos. La situación no es orwelliana ni distópica porque en el mejor de los casos todo tendría más o menos un sentido, una narrativa estructura y convencional: principio, nudo, desenlace. Pero la intensidad de los hechos precipitados desde el inicio de año desborda todos estos conceptos porque la realidad —y ahora más que nunca— no tiene un sentido marcado más allá del que nosotros le queramos dar. Cuanto más sabemos sobre el virus más seguros estamos de que ninguna acción apunta a ser lo verdaderamente certera como para servir de detonante —aunque sin duda todo parece ser importante para el desarrollo de los hechos—; la universalidad de la muerte y la enfermedad nos hace a todas protagonistas de este relato que a la vez no parece tener un personaje principal; todo lo que acontece nos parece predecible y aún así, no nos deja de sorprender; y probablemente lo más significativo y lo que aleja la realidad de cualquier comparativa con la ficción: que este relato parece nunca acabar. A día de hoy esta sigue siendo la realidad de la COVID-19.
Algo que sí resultó ser bastante orwelliano fue la reestructuración de los órganos públicos del Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos allá por 2016, cuando se creó el Ministerio de Felicidad de la mano del primer ministro Mohamad bin Rashid Al Maktoum con el fin de garantizar «bondad social y satisfacción como valores fundamentales» y generar «un gobierno joven y flexible que sea capaz de cumplir con las aspiraciones y objetivos de la población». Un gobierno que, por cierto, aunque contempla la libertad de expresión en su constitución, se encarga de supervisar y editar todo el contenido informativo del país. Aparte de evidenciar el control de la población, estas maniobras políticas son una prueba innegable de la cultura del éxito y de lo que en politología se ha llamado la política de las emociones, la deriva de la cultura política contemporánea en la que cada vez más se apela a los sentimientos como argumento dentro del escenario político. Discursos que prefiguran los conceptos de bienestar y éxito y así, consecuentemente, los conceptos de carencia y fracaso.
Esta es la línea de investigación de Failure. Reversing the Genealogies of Unsuccess, 16th-19th Centuries, un proyecto europeo y americano conformado por una red de diez universidades repartidas por el globo que analizan críticamente —en el sentido kantiano, hegeliano o marxista; como se quiera— las bases de las narrativas del fracaso desde diversas disciplinas académicas. La investigación parte del evidente fracaso de la integración social en la comunidad europea para desarmar, desarticular, llegar a la raíz significativa de sus discursos. Fracaso escolar, fracaso intergeneracional… Las situaciones que se estudian normalmente están relacionadas con situaciones de crisis, de desequilibrio y ruptura. Hablamos de fracasos frente a una crisis de pareja, personal, profesional… y sin ir más lejos, frente al sentimiento colectivo de fracaso con respecto a la situación y crisis de la COVID-19. Porque Europa está en una situación de crisis. Eso es indudable. Sin embargo, cuando miramos lo que pasa en la periferia europea, cuando ampliamos nuestra mirada a lo que pasa a nuestro alrededor no podemos evitar relativizar nuestra posición de confinados en casa —aunque ni siquiera haga falta irse fuera de España para darse cuenta—.
En Lesbos, una de las islas griegas más cercanas a la frontera turca, el pasado septiembre un incendio destruía Moria, el mayor campo de refugiados de Europa. El fuego, según informaban algunas fuentes, fue provocado por una parte de la población que se mantenía presuntamente confinada en forma de protesta. El hacinamiento humano, que con sus 13.000 habitantes sobrepasa cuatro veces su capacidad, quedaba totalmente en ruinas. Los habitantes, asustados por la dimensión del incendio, intentaban huir a otras localidades cercanas donde pudiesen estar bien alejados del fuego, pero la policía griega, bajo las órdenes europeas, les impedía alejarse de la zona. Otro fracaso más para la gestión de políticas de migración de la Unión Europea; una desgracia más para un campamento donde la violencia se sirve como pan de cada día: asesinatos, acoso sexual, suicidios e intentos de suicidio de niños de hasta diez años —Médicos Sin Fronteras ya ha alertado de los problemas de salud mental de los más vulnerables en estos campos—. Todos ellos —la mayoría sirios— están ahí porque huyen de la situación política de su país. Están en situación de exilio.
Fue precisamente David Sánchez Usanos, traductor, crítico literario y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid y director académico de la Escuela SUR, quien nos habló del concepto de exilio en el Congreso Figuras del Fracaso. Un congreso que organizó el equipo de investigadores españoles del proyecto Failure en colaboración con el Círculo de Bellas Artes. El evento, que se celebró durante los días 26 y 27 de octubre, consiguió presentar un glosario a partir de la polisemia del concepto y de todas sus diferentes manifestaciones en la literatura, ciencia, arte y por supuesto filosofía. En su intervención Usanos definía el exilio como lo relacionado con el «[…] destierro, y por tanto cabe vincularlo con el ostracismo (del griego ostrakismós, ὀστρακισμός), con la condena que supone el destierro por motivos políticos relacionados con la deshonra, con el comportamiento poco virtuoso». Usanos nos ilustra a través de Aristóteles sobre la trascendencia que tiene para el ser humano su comunidad, la trascendencia que supone para los refugiados la huida de su país. En la Política Aristóteles explica que la naturaleza del ser humano es precisamente la de pertenecer a una polis, a lo que hoy llamaríamos comunidad política, la gestión de lo común, de lo social; pues no en vano, dice Aristóteles, el ser humano es aquel animal que tiene logos, es decir, habla, voz, razón, aquello con lo que el hombre da sentido a lo que le ocurre, pues es capaz de hablar del bien y del mal y por tanto, organizar la vida de lo común a su disposición. Una vez huyes de tu comunidad, de tu polis ¿dónde queda tu voz, tu logos? La Odisea, la Eneida, la Divina Comedia, Las penas del joven Werther, Las uvas de la ira, En el camino. Son algunos ejemplos con los que Usanos acaba preguntándose en el texto si en suma no es acaso el exilio la temática universal de la literatura o incluso la definitiva condición universal del hombre. Más allá de estas cuestiones, de leitmotivs y universalidades, lo que está claro es que para los refugiados exiliados de Moria no parece que efectivamente su logos sea escuchada y tenida en cuenta desde Europa.
De alguna forma este es el objetivo de los estudios poscoloniales, una corriente de pensamiento que surgió de la mano de intelectuales indios, argelinos y palestinos en la academia en los años 80, que analizaba el mundo neocolonialista y el rastro de su voz en la historia occidental. Sus tesis venían a explicar cómo los discursos elaborados en la academia a través de la filosofía, historia, literatura, economía y todo tipo de disciplinas institucionalizadas, habrían aportado las bases para hacer de los colonizados, mediante la reducción y la generalización, unos sujetos animalistas, exóticos y homogeneizados. Esto es, explican cómo instituciones de prestigio reconocido producían un conocimiento que —aunque inconsciente e involuntariamente, en el mejor de los casos— justifican actitudes y comportamientos racistas, relaciones de poder entre colonizadores y colonizados, donde el Otro era representado a través de nuestros ojos, nuestros juicios y prejuicios.
Michel Foucault, Louis Althusser y Jacques Derrida eran algunos de los autores en los que se apoyan sus tesis. Un concepto muy importante que tomaron prestado de este último fue el del logocentrismo. Una explicación cabal del término supondría todo un recorrido por el pensamiento europeo. Pero aquí, que tenemos intenciones aclaratorias, en un ejercicio de síntesis se va a decir que el logocentrismo venía a condensar la idea de que en el pensamiento de Occidente se había privilegiado explícitamente la voz sobre la escritura, la luminosidad sobre la oscuridad —lo desconocido—, la identidad sobre la diferencia —sobre el Otro—. Lo paradójico así es que Europa mediante sus textos —todo el conocimiento que se produce en la academia y que luego se enseña en la escuela— habría impuesto una identidad por encima de la propia voz de aquellos pueblos subordinados, poniendo de manifiesto la real subordinación del texto sobre el habla. En palabras de Derrida, el logocentrismo se habría vuelto «el etnocentrismo más original y poderoso»[1], y así la narrativa de la historia europea olvidaba y olvida en su producción la voz de aquel al que una vez colonizó. Pero quizás olvidar sea un feliz eufemismo con el que tratar el asunto.
De olvido nos habló Eduardo Zazo en el congreso, también profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. Zazo definía el olvido como el fracaso en la incesante actividad de la memoria y por tanto, como una cuestión elemental en la identidad del ser humano. ¿Qué somos sino más que aquello que recordamos y por tanto también aquello que olvidamos? No en balde se categorizan a los individuos con problemas neurodegenerativos como dementes —sinónimo de enajenados, perturbados, fuera de sí—. La temática que explora Zazo es realmente apasionante, probablemente por las paradojas y contradicciones que encierra el olvidar en sí mismo: ¿cómo hablar del olvido sin recurrir a la memoria? ¿cómo hablar de ello si precisamente las experiencias más significativas de la memoria son aquellas que nunca recordamos, que se encuentran en ese pozo sin fondo, muy lejos del alcance del recuerdo?
Sin duda, lo que olvidamos y lo que no olvidamos es en realidad lo que define y perfila nuestra identidad. ¿Cuántas formas hay, de todas formas, de recordar? ¿Cómo se sintonizan, cómo se configuran todos diferentes accesos sensoriales en la memoria? A veces recordamos los mínimos detalles: una mueca, un gesto, una palabra, un olor. Otras una sensación, un impulso, una idea generalizada. Es divertido también cruzar el umbral de lo íntimo y exponerse al recuerdo compartido. Es raro e incluso sospechoso que al compartir un recuerdo entre nuestros allegados se rememore de una misma forma. Olvidamos detalles, profundizamos en otros… Qué aburrido sería verlo todo siempre igual, ¿no? Y en cualquier caso, estas contradicciones también dicen mucho de quiénes somos.
La memoria elabora y reelabora el relato convincente y coherente que necesitamos. Interpretamos lo que nos pasa en función a lo que alguna vez nos pasó, porque necesitamos dar respuesta y sentido a lo que nos pasa. Se sabe que aquellos que sufren depresión o, como se hacía llamar antes, bilis negra, tienen normalmente problemas de memoria a corto plazo —no sabemos si en posición de causa o efecto de la enfermedad—. En cualquier caso, esta amnesia contribuye más a ese círculo vicioso del parecer que todo tiempo pasado fue mejor. También se sabe que una vez transitado a otros estados de ánimo más vívidos, los periodos depresivos se recuerdan comparativamente con menos nitidez que el resto o ni siquiera se recuerdan en absoluto. Todo parece atravesado por una nube flotante, borrosa, como desde una dioptría severa.
Y así funcionan también las memorias e identidades colectivas, a través de la selección de información, de la búsqueda de la coherencia y del proceso activo de significación. A su manera, Michel de Montaigne también lo entendía así. En el capítulo De los mentirosos de sus Ensayos el francés distingue de la memoria —los sucesos, los propios hechos— el entendimiento —aquello que extremos en experiencia en lo vivido; por decirlo de otra manera, la moraleja—. Y bien sabemos que la lección de la fábula depende de qué se cuenta, cómo se cuenta, quién la cuenta. Como el yo en nuestra narrativa personal, el nosotros de Occidente quiere trascender, darse protagonismo, ir más allá del sinsentido del que hablábamos al principio. Porque, al igual que los cuentos, relatos y novelas que leemos, toda narrativa necesita un protagonista. Así que quien escribe la Historia Universal —en este caso, la academia occidental— tiene todo el poder de interpretar el presente. Y así es como encubrimos, silenciamos y enterramos la voz del Otro.
Y en cierto sentido esta cuestión no debería pillarnos desprevenidos, pues tampoco podemos presumir de haber agenciado con finura y gracia nuestra propia memoria, olvido y perdón. La historia europea está repleta de ejemplos del nefasto gobierno que hemos hecho de la memoria colectiva. Uno de los más inquietantes ejemplos, y sin duda alguna uno de los mayores fracasos de Europa, es la frivolización y banalización de los campos de concentración fascistas, convertidos en museos entregados a la frivolización de los selfies y al distanciamiento de los escaparates. ¿Cómo no sentirnos desencantados, e incluso desesperados?
Del desengaño que sufrimos después del fracaso también se habló en el congreso, cómo no, ahora de la mano de Gabriel Aranzueque, docente en la UAM, editor y traductor. En su texto comprendemos que el fracaso por supuesto es una cuestión de expectativas, del enfrentamiento crudo de nuestros deseos con la realidad. Decepción, frustración, impotencia: la toma de conciencia de los límites que atraviesa nuestra experiencia humana es fría y descarnada. Pero ahí también entra el juego el entendimiento del que nos hablaba Montaigne. Y es que en el desengaño también se ejercita y se configura el yo: en el constante ensayo, en la prueba y en el error. Si Usanos nos presentaba el exilio como leitmotiv de la literatura y así de la vida, en el texto de Aranzueque hay algo también de la vida como teatro: la vida humana es una puesta en escena improvisada al que venimos sin previo aviso donde no hay ejercicios, ni calentamiento ni manual.
¡Pero cuidado! Pues de esto precisamente nos advierte toda la investigación del proyecto Failure y así las ideas tratadas en el congreso. Ni excederse en la confianza de nuestra capacidad de éxito —lo que sería ingenuo, descuidado e incluso narcisista— ni convertirse en un tecnócrata del error —no hay que caer en las estrategias asépticas, en la optimización de los gestos—, pues ambas cuestiones no son más que en realidad dos caras de la misma moneda: el enaltecimiento de la autonomía en la sociedad contemporánea.
El proyecto Failure analiza y deconstruye esta cultura del fracasemos, pero hagámoslo bien. Este lema sintetiza la cultura del entrepreneur, la narrativa del capitalismo que se nutre precisamente de la cultura del éxito porque pone en marcha provechosamente la maquinaria de la acumulación del capital. La figura del fracaso le interesa al sistema sólo para reforzar y señalar aquello que no está bien, pues el capital nos quiere productivos y fértiles. Se glorifica al entrepreneur, esa actualización del self-made man que en paralelo con esta política de las emociones sacrifica y gestiona sus recursos materiales y emocionales. ¡Sí, porque estos extraños seres hablan así! El coaching y los libros de autoayuda —secularizaciones de las lecciones de Buda y otros orientalismos— se conjugan con toda la jerga empresarial para hacer florecer todo un léxico que avala sus empresas emocionales: gestión de conflictos, dirección de objetivos, trámite de conflictos. Todo un diccionario corporativo que en su día la ética protestante y el espíritu del capitalismo originó. ¡Lo que te estás perdiendo, Max Weber!
Y así la cultura del éxito tiene sus repercusiones en los así llamados vagos, perezosos y fracasados. Dentro de Europa, somos nosotros, los países mediterráneos; a nivel mundial, el hemisferio sur, los inmigrantes y los marginados. Porque los mecanismos empresariales no son, para empezar, igual para todos: los sistemas de derecho de propiedad, las patentes, las pólizas de seguro, los sistemas financieros… Sabemos ya bien de sobra a quiénes beneficia. Sin contar, por supuesto, con las condiciones materiales de base de esta población. La cultura del éxito juzga a los fracasados y además se encarga de, en su continua actualización, adaptar y absorber el orden mundial, generalizar y visibilizar aquellos perfiles excepcionales que consiguen emprender el camino del self-made man, del entrepreneur.
En la era de la política de las emociones más que nunca el poder del sistema y de los gobiernos se nutre a costa de nuestras expectativas, del bienestar que prometen y que motiva nuestras acciones. La cultura del éxito y las definiciones de fracaso demarcan la potencialidad de nuestras acciones, preconfiguran los escenarios posibles de futuro, dinamitan la acumulación y así debilitan la liberación y la transformación de la sociedad. Por eso hoy en día es tan importante desguazar estos conceptos de bienestar, éxito y fracaso, investigar sobre el origen y manifestación de estos términos: para modelar y definir la fuerza de nuestro propio aliento, para perdonar lo imperdonable, rescatar lo olvidado y a los olvidados. Para conseguir lo imposible.
[1]Derrida, Jacques, De la gramatología, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1971