«El enigmático sentido del arte siempre me pareció desvelado por la máxima de Goethe: “Vive el instante, vive la eternidad”».
Esto escribía Viktor Ullmann en Goethe y gueto, uno de sus últimos textos, para expresar que «la forma, como la entienden Goethe y Schiller, se convierte en vencedora de la materia». Una auténtica y emotiva rebelión espiritual en el pasaje del terror en el que se encontraba hacia una muerte anunciada y que nos sirve hoy para reflexionar sobre la importancia de la cultura, las artes y las humanidades, no solo para superar momentos conflictivos y finales, sino también para disponer de las herramientas necesarias para los nuevos comienzos y para trascender la tragedia.
Ullmann fue un pianista y compositor judío de Austria, que estuvo preso en Terezín (Theresienstadt en alemán), «el gueto modelo de Eichmann»[1], del 8 de septiembre de 1942 hasta su deportación a Auschwitz-Birkenau el 16 de octubre de 1944, donde fue asesinado. Terezín no es tan (desgraciadamente) conocido como los campos de exterminio de Treblinka, Auschwitz-Birkenau o Sobibor, pero esta «ciudad regalada a los judíos» ocupó un triste papel protagonista en la propaganda nazi[2], que trató de blanquear la crueldad y frialdad de su régimen en uno de los mayores ejemplos de cinismo macabro y sadismo que se recuerdan, presentando este campo de concentración de trabajos forzados de Terezín como un “alegre resort” o un “spa idílico” a través de un rodaje infame y una película posterior que fue enviada a la Cruz Roja para tratar de demostrar que los nazis eran buena gente con los judíos. Realmente fue un lugar donde hubo ejecuciones a través de ahorcamientos y tiros en la nuca, por ejemplo, por el simple hecho de tratar de enviar cartas fuera de este. En esta fortaleza para 7.000 soldados levantada en el siglo XVIII, llegaron a malvivir hasta 58.000 judíos, entre los que había profesores universitarios, industriales, veteranos de guerra, músicos, poetas, pintores… En total, de las 141.000 personas que pasaron por él, solo sobrevivieron algo más de 23.000. La mayoría acabaron en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau y otros, como se ha mencionado, fueron ejecutados in situ.
En este gueto a los judíos se les prohibía usar papel o poseer instrumentos, así que su capacidad para crear estaba limitada, pero ahí es donde se hacen fuertes las palabras que inician este texto. Pese a las limitaciones y humillaciones, la educación de los niños, o la actividad artística y humanista pudieron desarrollarse en clandestinidad. Ya fuera por un innato sentido de la supervivencia, de resistencia o rebeldía espiritual, ya por un impulso creativo irrefrenable ante un fin cercano o por el simple hecho de querer seguir sintiéndose ciudadano, Ullmann escribió en este periodo ensayos, críticas, una ópera, tres sonatas, una obra de teatro…
Los alemanes permitían algunas actividades de tiempo libre para mantener a los judíos controlados. Por ejemplo, hubo representaciones teatrales o conciertos para piano -solo había uno disponible solo en ocasiones en todo el campo-. Viktor Ullmann pudo estrenar la pieza teatral Cornet y su sonata nº6. «Nosotros no nos sentamos en ningún caso a lamentarnos junto a los ríos de Babilonia y nuestro deseo de cultura se adecuó a nuestro deseo de vida. Y estoy convencido de que me darán la razón cuantos pusieron su empeño en arrancar la forma en la vida y en el arte a la terca materia.», decía en el ensayo citado al comienzo. En el campo de Terezín no había bellas apariencias que seguir, la creación sobrevenía de otras motivaciones más profundas y muy estrechamente ligadas, volviendo a Goethe, a esa «responsabilidad que reside en la mirada individual» y al «conocimiento visual inseparable de su actualidad sensible»[3].
«Terezín era la ciudad “como si”: como si uno comiera, como si uno durmiera, como si uno viviera…»[4]
Es increíble comprobar que en unas circunstancias personales así, de privación absoluta y penuria, acucia una necesidad humana de cultura para reflexionar a través de ella sobre lo que sucede, para que el alma engañe al cuerpo, para recordarse uno mismo que es un ser humano, para construir ante la destrucción o simplemente para asirse a ella y tratar de disfrutarla en medio del tormento.
La cultura nos hace ciudadanos y crea comunidad. La creación cultural individual o colectiva de una obra literaria, filosófica, pictórica, escultórica, cinematográfica, musical, operística… parte el tiempo y engendra algo capaz de partir también el tiempo de unos terceros que leen, contemplan, escuchan, piensan… En Terezín la conexión entre artista y público a través de lo creado tuvo que ser muy intensa, vital y humana. Cada actividad cultural no solo interrumpe el tiempo, también provoca que nos veamos en los demás, ya sea como creadores o como receptores y que la tragedia derive en una catarsis, algo que explicaba muy bien Alberto Conejero, director del Festival de Otoño, con Ausencia y memoria en Los lunes, al Círculo.
Salvando por descontado las distancias y la comparación, sí que podemos situar el Holocausto y la pandemia actual dentro de la tragedia, y sí resulta interesante poner en valor la CULTURA en ambos casos. Esa catarsis y esa forma de encarar la muerte no llegará de otro modo, no lo hará, por ejemplo, a través de una cuenta de resultados. En el proceso de reconstrucción actual, como en su día en la reconstrucción de Europa tras la II Guerra Mundial y las cicatrices del Holocausto, no podemos dejar todo en manos de tecnócratas, políticos, empresarios, etc. En nuestro escenario actual, evidentemente los sanitarios deberían estar presentes, pero la cultura, a través de las artes y las humanidades también tienen mucho que aportar para trascender el final de este capítulo y situarnos ante un nuevo comienzo del siguiente. Solo a partir de las grandes preguntas y dudas podremos encontrar nuevos caminos.
Pero como indica Alberto Conejero, ha habido a lo largo de los últimos años una labor más o menos organizada en denostar la filosofía y las artes en nuestra educación, algo que desde el ámbito cultural y educativo deberíamos revertir si no queremos un futuro deshumanizado. ¿Se puede imaginar un mundo sin artistas, sin filósofos, sin músicos? ¿Qué habría sido de esa voz de Ullmann que amplifica la de las víctimas del Holocausto? Si la catarsis solo llega a través de la cultura, ¿cómo superaríamos una nueva tragedia?
Con ese planteamiento, las artes y las humanidades tienen ante sí un horizonte en el que deben pelear. Quizás haya que reconectar, que demostrar el porqué de la importancia de las investigaciones en las Humanidades y cómo la sociedad puede beneficiarse de esa transferencia del conocimiento[5], pero también hay que levantar la voz para luchar por la resignificación de las palabras y los dichosos relatos. Una creación artística no debería estar fundada bajo la premisa de producción rentable. Hemos aceptado sin pestañear que consumimos productos y que si no lo hacemos, no sirven. Nos hemos saltado la primera acepción del verbo producir de la RAE: Engendrar, procrear, criar. Se usa hablando más propiamente de las obras de la naturaleza, y, por extensión, de las del entendimiento.
Otro concepto que hay que pelear es el de “subvención a la cultura”, al que algunos malintencionados que alientan ese desmantelamiento de la cultura suelen añadir la coletilla de “la paguita”. La palabra subvención suele estar mal vista y no sé si será por ello que cuando hay partidas económicas de muchos más millones de euros dirigidas a la automoción, autónomos, emprendedores, empresas, etc, se habla de ayudas, incentivos, impulsos, inyecciones…
El valor añadido atemporal de la obra cultural (no tiene por qué ser monetario) no está incluido nunca en esos cálculos y eso que la cultura aporta mucha riqueza (tampoco tiene por qué ser solo monetaria) y muchos puestos de trabajo. Hoy apenas se habla de cultura en esta reconstrucción. Es el patito feo. Claro que lo primero son la salud, el pan, la vivienda y el trabajo, pero ninguna sociedad puede avanzar desdeñando una educación en artes y humanidades.
Cultura también tiene que ver con cultivar, con conocernos mejor, con cuidarse. ¿Qué valor económico tienen esas miles de cartas anónimas enviadas con palabras de ánimo, poemas y versos sueltos a los enfermos ingresados por coronavirus?
¿Qué valor tenía la obra de Ullmann en un campo de concentración a las puertas de la muerte? Ninguno / Todo.
De todo lo que produjo Ullmann en ese infierno de Terezín, dejamos para el final una de sus obras más importantes: Der Kaiser von Atlantis oder Die Tod-Verweigerung (El emperador de la Atlántida o la insubordinación de la muerte; traducida también esta segunda parte como “o el rechazo de la muerte”), que no pudo ser estrenada porque no superó la censura en el campo. Sin embargo, el músico y compositor se las pudo ingeniar para sacarla del Terezín antes de ser enviado a Auschwitz junto al autor del libreto, Petr Kien, que le acompañó en su martirio. La creación cultural se impuso a la destrucción organizada y metódica nazi, y perduró. Y lo que en su día no tenía ni valoración, ni precio, ni mercado y ni si quiera fue creado a partir de estas premisas, hoy es una fuente musical en la que beber, ya no solo para llegar a esa catarsis colectiva cuando se representa, sino para inspirar conocimiento humano.
«Ven, Muerte, sé nuestro huésped. Alívianos del peso de la vida y danos el reposo. Enséñanos a respetar a nuestros hermanos y a no nombrar a la muerte en vano» cantan a coro el Altavoz, la Muchacha, el Tambor y Arlequín, en el epílogo de esta ópera de Ullmann, cuando la Muerte ya ha liberado de sufrimientos a los hombres.
Suponemos que al censurarla los nazis pretendían privar a los judíos del gueto de ese vehículo de engaño, de esa catarsis colectiva en la ópera, de esa reflexión comunitaria ante la inmediatez de una muerte inminente, pero no consiguieron censurar ni enjaular el espíritu de resistencia de estos dos artistas, que trascendió a su muerte, como el de otros muchos que pasaron por el campo[6]. ¿Qué les pasó a los alemanes con esa tradición cultural y filosófica tan longeva para llegar a hacer lo que hicieron? Quizás hacía ya mucho tiempo que se habían olvidado de reír[7], tomando aquella anécdota que contaba que durante la Ilustración del XVIII expulsaron al Arlequín de sus escenarios, ese mismo Arlequín que pide que la Muerte cumpla su cometido en la ópera de Ullmann.
En cualquier caso, la obra no se representó en un escenario hasta el 16 de diciembre de 1975 en Ámsterdam. Demasiados años después. Pero a través de ella y de lo que la rodeó aún podemos conocernos mejor, saber de dónde venimos, hacia dónde vamos y cómo encarar nuestros últimos latidos o, al menos, el fin de un episodio y el inicio del siguiente.
[1] Terezin, Il ghetto-modello di Eichmann fue el libro de Benjamin Murmelstein, último rabino que presidió el Consejo de Ancianos Judío de aquel campo de concentración, que sirvió en la causa abierta en Israel contra Adolf Eichmann, ideólogo de la “solución final”, en 1961 por crímenes contra la Humanidad y que acabó con su condena y ahorcamiento en 1962.
[2] Der Führer schenkt den Juden eine Stadt (El Führer regala una ciudad a los judíos) fue una película propagandística nazi que tuvo como fin mostrar una falsa realidad de los campos de concentración ante la Cruz Roja, a la que se le envió la película. Para la preparación de la misma se acondicionó parte del campo limpiando calles, colocando ventanas, pintando… se organizaron actividades culturales y de tiempo libre, etc. Posteriormente, muchos de los que participaron del rodaje fueron enviados a campos de exterminio. Incluso la grabación en la que aparecía Paul Eppstein, por entonces presidente del consejo de ancianos judíos del campo, fue excluida, ya que poco después del final del rodaje lo asesinaron en Terezín de un disparo en la nuca.
[3] Del libro Vemos lo que sabemos. La cultura de la visión en Goethe (Abada Ed. 2019), de Javier Arnaldo, presentado en el Círculo de Bellas Artes en noviembre de 2019. Ambas citas del autor fueron destacadas en el discurso inaugural del acto por el director del CBA, Valerio Rocco Lozano. Cabe destacar que el texto de Viktor Ullmann Goethe y gueto sobre el que gira este artículo del blog fue también traducido por Javier Arnaldo para la revista Minerva del CBA.
[4] Palabras de Benjamin Murmelstein en el documental “Le dernier des injustes” (El último de los injustos, 2013), de Claude Lanzmann. Él fue el último presidente del consejo de ancianos del campo de Terezín y el único que sobrevivió. Acusado de colaboracionista nazi por los judíos checoslovacos, fue repudiado por su comunidad. Sin embargo, Murmelstein en este documental trata de defenderse de las acusaciones aseverando que hizo lo que pudo para “salvar lo salvable” en una situación extrema y contradice a Hannah Arendt en cuanto a la visión banal sobre la persona de Eichmann. En el documental repite varias veces la frase: «En Terezín hubo muchos mártires, pero ningún santo.»
[5] El Círculo de Bellas Artes impulsa la iniciativa I+D+C en la que trata de plasmar una transferencia del conocimiento desde las humanidades. Su director, Valerio Rocco Lozano, lo explicaba así: «El CBA tiene la vocación de ofrecerse como espacio para esa transferencia, una iniciativa que llamamos I+D+c porque pensamos que la “i” en los ámbitos humanísticos se traduce en cultura, compromiso social, conocimiento, crítica, conceptos…y por qué no, de Círculo de Bellas Artes»
[6] Por Terezin pasaron, además de Ullmann y entre otros, compositores como Hans Krasa o Gideon Klein, las hermanas de Kafka, las hijas de Freud, directores de teatro, profesores… o ilustradores como Bedrich Fritta, Otto Ungar, Ferdinand Bloch o Leo Haas, cuya obra clandestina en el campo se pudo salvar. Precisamente, las ilustraciones de este artículo son de Fritta, que antes de ser deportado a Auschwitz, donde murió enfermo por las malas condiciones en las que estuvo confinado. Antes de ser deportado, Fritta enterró sus dibujos en una caja de metal, que pudo ser rescatada por su hijo Thomas, quien sobrevivió. En las ilustraciones de este artículo se muestra la vida cultural, cuando la había, en el campo, el hacinamiento y las malas condiciones en las que estaban y la diferencia entre los judíos “vip” y el resto. Todas se encuentran en el Museo Judío de Berlín.
[7] Citado en «El misterioso caso alemán: Un intento de comprender Alemania a través de sus letras» de Rosa Sala Rose (Alba, 2007).