Elena Poniatowska es la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, frente a los treinta y cinco hombres que, desde su creación, lo han recogido. Junto a ella, María Zambrano, Dulce María Loynaz y Ana María Matute representan una minoría que es síntoma de un sistema desigual. “El silencio de los pobres es un silencio de siglos de olvido y marginación”, afirmó la escritora y periodista mexicana ayer en su discurso de recepción del mayor galardón de las letras hispanas. Un discurso que estuvo impregnado por su sensibilidad hacia las minorías silenciadas, por su compromiso con la realidad en Latinoamérica y también por el recuerdo del recientemente fallecido Gabriel García Márquez.
Creadora de una obra enorme que abarca diferentes registros, el jurado del Cervantes ha ensalzado su “brillante trayectoria literaria en diversos géneros, de manera particular en la narrativa y en su dedicación ejemplar al periodismo”, de lo que dan fe sus numerosos libros periodísticos, ensayos, novelas y biografías.
Nacida en París, se traslada a México a consecuencia de la contienda mundial, vivencia que esculpe inevitablemente su literatura. Al cruzar el Atlántico, Poniatowska se encuentra protegida en un país (México) en el que “hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte”. La autora de El tren pasa primero rememoró ayer en su discurso sus primeras experiencias de mudanza de lengua: “Recuerdo mi asombro cuando oí por primera vez la palabra ‘gracias’ y pensé que su sonido era más profundo que el ‘merci’ francés.
Horas después de dar las gracias en la lengua de Cervantes por el premio que lleva su nombre, la escritora fue la encargada de inaugurar la tradicional Lectura Continuada de El Quijote en el Círculo de Bellas Artes. Tras ella, numerosas personalidades y público en general continuaron con la labor lectora, que se prolongará hasta mañana viernes.