La batalla perdida contra las fake news

Imagen de la mesa en la que se debatió acerca de las fake news.

Madrid Piensa es una nueva propuesta que, desde el ámbito universitario, trata de profundizar filosófica y reflexivamente en torno a algunos de los temas más actuales en nuestra sociedad. Fake news. ¿Por qué creemos en las mentiras? fue la primera de estas interesantes citas –escúchalo íntegro en el podcast al pie de página–. Y quizás ahí mismo comienza el debate, en el mismo enunciado de la conferencia. Por una parte hablar de noticias falsas –fake news–, ¿no es en sí una contradicción? ¿no es contraproducente para el periodismo?

Las noticias en el lenguaje periodístico al que nos referimos, son informaciones en las que hay un tratamiento de un hecho, interpretado, contrastado, redactado y difundido. Creo que la mayoría de las personas identifican las noticias como periodísticas y, si se le añade el “falsas”, puede dar a entender que los periodistas son los que generan esas noticias falsas. El debate es profundo porque sí que ha habido informaciones publicadas en grandes medios oficiales que resultaron falsas, algo que después los ha obligado a retractarse. El problema reside hoy en que la difusión de esa falsedad se viraliza a la velocidad de la luz y retractarse después no revierte el daño. Además, y aquí está el principal problema para los medios de comunicación, ellos ya no tienen la exclusividad de la información y han contribuido a extender la idea de que mienten a través de la difusión de bulos sin contrastar, así como difuminando la barrera entre opinión e información, y dando pie a que cualquiera pueda “informar”, una vez que ya no se es fiel a lo que implicaba hacerlo. Preguntado por las fake news Noam Chomsky decía que «la desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos». Y esto nos lleva a una reflexión sobre las fake news de Slavoj Žižek en la revista Minerva:

Chomsky tiene razón, pero no es que antes las noticias no fueran falsas, sino que estaban institucionalizadas. Tenías un espacio oficial, que por supuesto estaba lleno de mentiras en las que podías confiar. Es importante observar el tránsito del pasado al lugar donde estamos ahora, porque no se trata simplemente de que antes hubiera noticias verdaderas y hoy falsas, lo que ha cambiado es que ahora todo el mundo puede hacer fake news y el Estado ha perdido el control.

Juan Antonio Valor, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense y moderador de este debate, se preguntaba si no había dejado de tener sentido seguir hablando de verdad. Sinceramente, creo que es una pregunta que se puede ubicar en cualquier momento de la Historia. ¿Ha existido realmente la verdad en algún momento, al menos representada en nuestra mente? Los hechos para un posmoderno nunca serían verdaderos sino que forman parte de proyectos. «A Trump no se le puede rebatir con hechos sino con proyectos», apunta el decano. Es interesante observar que algunos filósofos posmodernos afirmen que la verdad no existe. «He leído varios libros sobre fake news y resulta paradójico –recoge el guante Lucía Méndez, periodista de El Mundo– que muchos destaquen esa afirmación de estos filósofos posmodernos que, siendo de izquierdas, han sido precisamente los causantes de la irrupción de políticos como Trump & Co.»

Llegados a este momento, desde mi punto de vista, es interesante destacar que aunque la verdad no exista como afirman estos, sí que puedes ofrecer distintas aproximaciones a ella que al menos tengan un tratamiento profesional de la cosa. Me refiero con esto a que lo interpretado en una información, mencionado anteriormente, puede diferir entre periodistas ante un mismo hecho. Ninguna información es objetiva, siempre hay una subjetividad, incluso desde un intento de imparcialidad. Pero no es lo mismo ofrecer esa subjetividad con un contraste, una comprobación, una revisión… que lanzar una mentira o una falsedad porque sí. Por eso el periodismo debería reforzar ese muro destruído hace tiempo entre la noticia interpretada, pero tratada con rigor y profesionalidad,  y la mentira difundida deliberadamente con una intencionalidad. Lucía Méndez sí hace bien en destacar la importancia de una noticia que rezumen hechos con cierta verdad. «Se dice que la verdad no vale para nada, pero en España el PP perdió unas elecciones por mentir con respecto a una guerra o a un atentado terrorista».

Me surgen varias preguntas sobre las mentiras y las verdades: ¿tienen siempre una intencionalidad? ¿cuál es más “lícita”? Pero la periodista de El Mundo me responde sin saberlo cuando trae a colación una frase de la miniserie La voz más alta: «La gente no quiere estar informada, quiere sentirse informada». Y resuenan en mí de nuevo unas palabras de Slavoj Žižek:

Creo que este es el gran problema político: conocer los datos. Muchos izquierdistas tienen esta idea de que los datos te llevarán a la verdad y de ahí a la acción, piensan que dar a conocer los datos funciona. ¡No! Una cosa es lo que sabemos y otra cosa en lo que creemos. Es como lo que me comentó un amigo israelí; resulta que Israel es uno de los Estados más ateos del mundo, más de la mitad de la población es no creyente. Mi amigo me dijo irónicamente «no creemos en Dios pero, sin embargo, creemos que Dios nos dio esta tierra». Así es como funciona la ideología.

Marc Amorós, periodista y autor del libro Fake News. La verdad de las mentiras falsas, destaca el funcionamiento de estas: «Tras estas noticias falsas hay varios puntos interesantes que debemos saber: hay un intento por cambiar marcos mentales, que pensemos en que hay soluciones simples para temas complejos y también una intencionalidad ideológica; por otra parte, se aprovechan de nuestro sesgo para confirmar noticias porque vivimos en una burbuja en la que las personas a las que seguimos y que nos siguen piensan como nosotros, una burbuja en la que creemos estar muy informados cuando realmente no lo estamos; y, por último, se aprovechan de nuestra fe, de nuestras convicciones firmes».

Esos marcos mentales que nos quieren moldear tienen mucho que ver con algo que decía en muchas ocasiones Juan Barja, el anterior director del Círculo de Bellas Artes, cuando hablaba de la «perversidad de las palabras» para referirse por ejemplo, a cómo se percibía negativamente en la sociedad la palabra «subvención» y cómo esta se asociaba a actividades culturales, mientras que para otros sectores productivos se utilizan otras expresiones como «incentivos», «apoyos», «ayudas», «protecciones» o «fondos en la defensa de…». Las palabras utilizadas y generalizadas en los medios, en los hashtags, etc, deforman el imaginario colectivo y con ello esos marcos mentales en los que llegan los llamados blanqueamientos y en los que las palabras pierden su sentido originario para tener otro acorde con ese marco. Ocurre con la inmigración, que algunos tratan de asociar directamente con la delincuencia, o al feminismo, que se trata de asociar a radicalidad o lo opuesto al machismo, cuando simplemente reivindica la igualdad real entre hombres y mujeres. Iñaki Gabilondo decía recientemente en una conferencia sobre lo poético en María Zambrano, que la historia de las palabras es la historia de las cosas dichas y de las que sigamos diciendo:

«La perversión del lenguaje es la perversión de la vida de las palabras y por eso hay que cuidar desde todos los ámbitos y desde las universidades palabras como: igualdad, justicia, libertad, fraternidad… en el corazón de esas palabras laten historias de vida que debemos luchar por preservar. Al pervertir esas palabras, pervertimos los conceptos y la vida. Que cuando hablemos de fraternidad, no suene solo a campanas de iglesia; que si hablamos de igualdad entre hombres y mujeres, no hablemos de homogeneidad, ni uniformidad, ni eliminación de diferencias o singularidades, solo hablamos de la diferencia sin diferencia de derechos… Otra palabra pervertida es la “libertad” apropiada por quienes consideran que la libertad es solamente resquicio de una decisión individual para que uno haga lo que quiere, lo que le viene bien, lo que le gusta… La libertad implica igualdad de oportunidades y de condiciones, no es la individualidad que anula lo común y los espacios e intereses de la comunidad».

Volviendo a las afirmaciones de Amorós, llama la atención la dificultad para, primero, aceptar las opiniones de otros que confrontan lo que decimos, y, segundo, debatir con educación. Queremos tener razón por encima de todas las cosas sin llegar a razonar. ¿Cuántas veces se zanja algo con un “zasca” o con la necesidad de tirar de muletilla en plan: esa es la superioridad moral de la izquierda o eso es cosa de los fachas de derechas? No nos damos cuenta de que es muy complicado luchar contra lo que uno cree, por eso se refuerzan esas convicciones para polarizarnos. ¿Puede hoy uno de derechas declararse ecologista sin que lo linchen? ¿O alguien de izquierdas, por ejemplo, puede ser partidario de opinar que duda de la eliminación de la energía nuclear sin que lo tachen de vendido?

Fernando Broncano, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, suscribe las palabras de Amorós y añade que «Trump hace clickbait continuamente; la atención es hoy la principal fuente de riqueza, no la información», además de que hay una auténtica industria que produce y amplia esos mensajes que tratan de llamar la atención y plagar un determinado tema de de material accesorio y ambiguo alrededor. Algo que refuerza lo que decía Zizek anteriormente, una cosa es lo que sabemos y otra lo que creemos.

Finalmente Ignacio Pajón, profesor de Filosofía Antigua de la Facultad de Filosofía y cofundador de Ediciones Agapea rebatió a todos los que hoy se declaran escépticos de algo, que suelen ser esos que se dicen librepensadores. «Todos los negacionistas del medioambiente dicen que son “escépticos del mismo” y eso no es ser escépticos». Por otra parte, planteó una interesante pregunta: «¿Se puede hacer dudar a quien no quiere dudar?»

Tras mucho darle vueltas al tema, creo que la crisis del periodismo es real en cuanto que la profesión misma se ha labrado una mala reputación en los últimos tiempos, sin embargo, este debate sirve para plantearse si no daría lo mismo en estos nuevos tiempos en los que los ciudadanos caminamos con las ojeras de un caballo de carreras y solo tenemos foco en la pantalla de un móvil para leer los tuits, los whatsapp, etc con las informaciones que más se acomodan a nuestro escaso tiempo y, como seres acomodaticios, no buscamos el debatir, el contrastar, el encontrar la verdad mejor argumentada, sino fingir que estamos bien informados dando la razón sin más a los que consideramos que apoyan nuestras creencias. Quizás no dependa del compromiso de los medios, ni de las universidades, ni siquiera de los políticos, sino de una conciencia del propio ciudadano. Hoy la gente vota y habla a partir de los sentimientos y poco le importan las razones ni los hechos. ¿Cómo puede uno desde la razón transmitir un mensaje que llegue al sentimiento sin que se le tache de ser superior moralmente y por consiguiente rechazarlo? ¿Cómo conseguimos apartarnos de la mala imagen del empollón en la escuela? Realmente es complicado permanecer en silencio, callar, escuchar, otorgar la razón y pensar, en un mundo actual en el que nos han vendido que nuestra opinión cuenta mucho, incluso aunque no tengamos ni pajolera idea de lo que hablamos; un mundo en el que nos ofrecen redes sociales y nos dicen que siempre hay alguien que nos “escucha” y que comparte nuestras inquietudes; un mundo en el que los referentes pseudointelectuales se mueven en unos términos en los que no se dialoga sino que la cosa va de ser más o menos mordaz, de levantar más o menos la voz, de dar supuestos “zascas”, de ser muy retuiteado y viralizado… Creo que algunas soluciones podrían venir desde el reforzamiento de una educación más humanística y cultural en las escuelas, a que tratemos de ensalzar más desde todos los lugares posibles a los buenos científicos o filósofos antes que a los futbolistas, a no identificar los problemas del mundo con soluciones que pasen por supuestos héroes mediáticos que proponen soluciones simples a grandes complejidades, a semejanza de los superhéroes de los cómics… Es tiempo de luchar por recuperar el sentido de la razón, no por la razón en sí misma, sino por el hecho de darle a la materia gris para aproximarse a ella. Vamos, una batalla perdida con estos mimbres.

Sin duda, un interesante comienzo este de #MadridPiensa. Esperamos ansiosos al siguiente debate.

Aquí puedes escuchar el debate completo:

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Reconexión individual frente a la desconexión generalizada: pensar en la era de las fake news y los deepfakes

Estamos en un momento en el que los medios de comunicación han sido devorados por unas redes sociales polarizadas en las que las fake news, las mentiras, alimentan una máquina de generar odio. La globalización de las ideas ha cristalizado de tal manera que ha dejado poco espacio para el pensamiento individual. No solo es un momento que invita a la reflexión de los medios de comunicación para tratar de paliar la sangría del descrédito informativo, sino del propio público para desarrollar su pensamiento; un público que habla sin pensar demasiado —aunque más bien escriba en el móvil—. Es fácil dejarse llevar por la inercia de esta sociedad: muchas horas de trabajo, prisas, hastío y búsqueda de una desconexión, un descanso, que hemos identificado con tiempo para mirar titulares y chorradas en el móvil y ver series guays en la tele. «Quiero llegar a casa y desconectar, ponerme algo que me entretenga…». Quizás sea el momento de aprender a desconectar del trabajo, pero también de las redes y de la tele e Internet, algo que nos podría ayudar a reconectar con aquello que nos hace más humanos, que no solo pasa por disfrutar más de la familia, la naturaleza y los amigos, sino por cultivar nuestro pensamiento, por hacernos preguntas, por recuperar ese espíritu crítico, por leer… o por filosofar ¿por qué no? Ocurre también que en esa desconexión utilizamos más tiempo en cultivar el cuerpo que el cerebro.

Fotografía de Gerd Altmann en Pixabay

Tratamos de adaptarnos a la actualidad enlatando pensamientos en pocos caracteres; ideas sobre las que antaño habrían escrito libros enteros, nos los ventilamos en un hilo con tres tuits y dos memes. Es fácil dejarnos llevar, que piensen por nosotros, es cómodo pensar que lo que leemos en un minuto nos permite estar al día, informado y lo que es peor, con una base para generar una propia opinión, que volveremos a condensar en unas pocas líneas y a compartir. También nos gusta mucho copiar y pegar o retuitear zascas, que parecen más centrados en el golpe de efecto que en la argumentación, y que dan por zanjados los debates machacando a través de linchamientos en redes, amplificados por los medios con secciones que ahondan en «lo más comentado en twitter hoy…».

Ocurre que el filtro ese que pedimos que se haga cuando concierne a, por ejemplo, problemas que podamos tener en nuestros respectivos trabajos o en asuntos familiares, donde muchos externamente no pueden entender la intrahistoria de determinadas decisiones y/o comportamientos, luego no lo ponemos a la hora de juzgar a políticos, por seguir con otro ejemplo, sobre los que emitimos juicios simplistas en base a muy poco contexto, sin tratar de entender causas, motivaciones, ni ponernos en la piel del otro.

Nuestro tiempo se estrecha, el cerebro también, ¿hasta dónde? Pensamos que somos más libres y que nuestra opinión es muy original y cuenta mucho en ese mundo, que creemos compartido, pero no es así. A lo mejor influyen en nosotros mucho más de lo que pensamos y no sabemos identificar desde dónde lo hacen.

En este contexto, los medios de comunicación no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos; hoy andan creando páginas para desmentir fake news, bulos y tal, pero igual sería bueno focalizar en no generarlos. Quizás sea más importante plantearse que igual que en la Ilustración, en el Siglo de las Luces (esas de las que carecemos hoy), hubo tiempo para pararse y explicar el mundo de otra manera a través de la razón, hoy tenemos la obligación de hacer lo mismo desde una reflexión individual que nos permita discernir y separar el grano de la paja dentro de esas redes y esta era de la sobreinformación.

Emilio Lledó lo expresó muy bien en una charla que ofreció en el CBA, que reprodujimos en parte en la revista Minerva 32:

«En este mundo nuestro tenemos que saber quién nos engaña, quién nos manipula, quién nos enseña, quién nos abre el pensamiento y quién nos lo cierra. Tenemos que luchar, tenéis que luchar, vosotros, que sois más jóvenes, porque el tiempo nos come a todos. Eso también es maravilloso. Del río del tiempo no nos podemos escapar. El chrónos es una flecha que nos ensarta a todos.»

 

MEDIOS DE COMUNICACIÓN, MENTIRAS Y FAKE NEWS

El Círculo de Bellas Artes acogió esta temporada una de las citas dentro del ciclo de debates La Devastadora Velocidad de las Mentiras, en el que desde tres enfoques distintos se ofreció una mirada crítica y profesional alrededor de las conocidas como fake news. En esta última, bajo el título ¿Podemos fiarnos de la imagen?, participaron Miguel Mora, director de ctxt.es, como moderador; Marisa Flórez, editora y fotógrafa; Montserrat Domínguez, subdirectora de El País Semanal; y Clara Jiménez Cruz de maldita.es.

Tú apáñame las fotos, que yo pondré la guerra

Así se despachó William Randolph Hearst, uno de los mayores magnates de la comunicación a principios del siglo XX con uno de sus corresponsales en Cuba, cuando este le había llamado para comentarle que «aquí no hay guerra». Y es que la historia de las llamadas fake news es muy, muy antigua, tanto como los primeros sistemas de comunicación. Los grandes oradores de la Grecia Antigua, por ejemplo, ya trataban estos dilemas morales acerca de la verdad y la mentira y su impacto en la polis. Y con la irrupción de los medios de comunicación las fake news, las mentiras y falsedades, las medias verdades y los rumores eran capaces de moldear la opinión pública, como vemos en el ejemplo de Hearst, que llevó al gobierno estadounidense a embarcarse, ni más ni menos, en una guerra contra España.

De ese cuarto poder atribuido a los medios de comunicación tradicionales hoy habría que añadir un quinto poder del que ya se habla, formado por los mismos ciudadanos y ciudadanas que son los que moldean ahora esta opinión pública a través de Internet y más en concreto de redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, Youtube o Whatsapp, por poner algunos ejemplos. Y como ya hemos comentado, hasta los medios de comunicación dedican un espacio importante a difundir esos contenidos sin filtro, que en muchos casos provienen de fake news virales.

Sin embargo, ¿es tan poderoso el pueblo como para dominar esas redes sociales en las que siempre hay intereses económicos tras ellos? Decía Ignacio Ramonet en la presentación de su libro El imperio de la vigilancia que «el universo de la gratuidad en Internet debe pagarse de alguna manera. Si tú no eres el cliente, eres el producto: si no compras, eres la venta», y lo somos con nuestros propios datos personales que ofrecemos sin rechistar por lo general en Internet y las RRSS.

A priori, el hecho de que demos un like o compartamos una información no parece relevante, pero los dichosos algoritmos trabajan para trazar perfiles o para acondicionar una publicidad a tus gustos y, por qué no, un mensaje o una idea. Y eso precisamente es lo que se ha hecho en sucesivas campañas electorales en distintos países. Desde Obama para optimizar su campaña con las W’s: a quién dirigirse, qué decirle, cuándo, dónde… hasta el referéndum Brexit, pasando por las elecciones en España. Todas se han valido del uso de datos extraídos de ese quinto poder para alcanzar sus objetivos, ya que sí, somos más manipulables de lo que creemos. Pero lo peor de todo es que lejos de detenerse, este uso ha ido a más y más.

LOS DATOS Y LAS MENTIRAS EN LA POLÍTICA

Obama usó esta optimización para no perder pasta, tiempo, ni recursos en personas y barrios en los que no merecía la pena propagar sus mensajes electorales, bien porque tenía el voto ganado, bien porque lo tenía perdido; por eso focalizó sus recursos en propaganda electoral en determinados canales o incluso puerta a puerta, donde ya sabía de antemano que podía ganar votos. ¿Cómo lo sabía? Por datos acumulados. Posteriormente, otros, como le ocurrió al PP en las elecciones de 2016, que se encontraba en horas bajas, acuciado por problemas internos y ahogado por la corrupción, apostaron por una campaña del miedo dirigida a movilizar a su propio electorado, ese que podría darle la espalda y quedarse en casa sin votar. Para ello, sus mensajes se centraron en el miedo a Podemos, que venía fuerte, a través de la viralización de vídeos un tanto manipulados y sacados de contexto, que movieron por Facebook, pero perfectamente dirigidos a esos votantes de siempre, que podrían quedarse en casa, pero a los que consiguieron movilizar más de lo que creían en principio. En este caso, esa optimización fue posible por todos esos datos en forma de información abierta de nuestros perfiles, de los likes, los mensajes compartidos… las migas de pan son muchas gracias a que no cuidamos la privacidad en redes.

Trump y los partidarios de romper con Europa en el referéndum del Brexit, dieron un paso más lejano aún con las fake news. Además de usar fraudulentamente datos personales —aún tienen hoy causas por este motivo—, viralizaron mensajes completamente falsos y tergiversados, fake news, para polarizar y crispar, algo que le dio resultado y que movilizó a personas que antes no habrían votado. Las artimañas utilizadas fueron muchas y muchos medios de comunicación, por llamarlos de alguna manera, no solo no desmintieron dichos mensajes sino que les dieron difusión. Boris Johnson, uno de los líderes del Sí al Brexit llegó a afirmar en campaña que cerca de 80 millones de turcos —la población entera de Turquía— podrían emigrar a Reino Unido si estos entraban en la UE. Nigel Farage también arguyó en campaña que Reino Unido se ahorraría 350 millones de libras saliendo de la UE y que ese dinero se destinaría a sanidad y educación; algo que reconoció como un error un día después de ganar el referéndum de salida. Quizás si en lugar de preguntarle por esos millones tras las elecciones, lo hubieran hecho antes… Un mantra de fake news o mentiras que han calado en la sociedad y han despertado los miedos propios del fascismo. Lo mismo que Trump en EE.UU. Y la ola de las fake news no termina de romper, cada día se hace más y más grande, mientras sigue la polarización. Lo último, los deepfakes de los que hablamos al final.

SOBRE LA OBJETIVIDAD, LA VERDAD Y LA VERACIDAD

Habría que diferenciar muy bien entre lo que son realmente las noticias falsas o fake news y es que, ¿podemos hablar realmente de noticias cuando son directamente mentiras o fake news? Tampoco podemos hablar de verdades al 100% porque la objetividad como tal no existe. Lo que un periodista destaque en una noticia sobre una comparecencia de un ministro, por ejemplo, puede diferir de lo que destaque otro. Aquí hay siempre un criterio profesional que hay que respetar, aunque el público tenga derecho a cuestionar la prioridad en los análisis.

También ocurre que determinados periodistas se han hecho eco de noticias veraces, que no son verdad. Estas son aquellas en las que el periodista ha podido contrastar las noticias y tiene fuentes que se suponen veraces y fidedignas, pero después resulta que la información ofrecida no trasluce una verdad completa. Lo hemos visto en algunas demandas recientes entre periodistas y políticos en España, como ocurrió con aquella entre Inda de OKdiario y Pablo Iglesias. El juez determinó que la información ofrecida era veraz porque se presumía que las fuentes del periodista eran buenas, aunque se demostrara que los hechos que se publicaron no eran verdaderos. En este caso, unos publicaron que Iglesias perdió el juicio, pero por detrás subyacía otra versión en la que entraba la controversia entre veracidad y verdad. Y entre medias, los retuits, las opiniones aceleradas, la viralización, los diálogos de besugos, las controversias que no son tal, el escarnio en vivo, los zascas, etc.

Imagen de dos ovejas enfrentadas. La era de las fake news provoca debates estériles de lo más boreguiles.
Foto de Susanne Jutzeler en Pixabay

Y es que hoy en día es muy fácil engañar o mostrar una verdad a medias. Esto exige un compromiso de los periodistas y de las redacciones que deberían apostar claramente por consejos internos que estudien estos casos para no difundir fake news. No puede ocurrir que, por ejemplo, en periódicos tan serios como El País se haya publicado en portada una fotografía falsa de Chávez muerto o que el “periodista” Claas Relotius durante años haya estado colando reportajes ficticios sin control en Der Spiegel hasta que el colaborador español Juan Moreno destapara el fraude. Hay muchas lecturas paralelas al respecto, en cuanto al marasmo mediático en el que los medios tradicionales han estado dando bandazos, la precariedad laboral de los periodistas, la mala transición tecnológica, el maldito click bait impuesto, etc., pero todas esas cosas nada tienen que ver con la mala praxis periodística y la falta de profesionalidad.

Psicológicamente los programas “de debate” han venido a reforzar la idea de que la opinión de cada uno tiene más valor, o el mismo, que el de un experto en una determinada materia o que la propia noticia bien trabajada y contrastada de un medio de comunicación. Pero es que vemos que muchas veces la noticia realmente ha brillado por su ausencia porque no se ha producido ese trabajo periodístico riguroso. Los periodistas hemos ofrecido reportajes y noticias plagados de opinión propia, ajena (replicando tuits o textos de redes sociales), hemos incluído interrogantes y conjeturas sin contrastar en cuerpos de noticia y textos copiados de notas de prensa oficiales. Los hechos, el contrastar, el llamar… el trabajo periodístico vaya, nos lo hemos pasado por el forro… El público ha decidido que para escuchar o leer lo que un periodista piensa, para eso cada uno también tiene una opinión válida. Pensar podemos pensar todos como nos venga en gana, pero mientras nos llegan fácilmente las fake news, las noticias hay que buscarlas, encontrarlas y después hay que contrastarlas, fundamentarlas, escribirlas, releerlas, corregirlas y, en último extremo, publicarlas.

Tampoco, como he apuntado al principio, el público está exento de culpa a la hora de difundir fake news en esta era de la difusión de contenido a la velocidad de la luz. Es más fácil reenviar con un clic que comprobar si lo que hemos recibido es un bulo. Quizás, como se apuntó en la charla de la que hablábamos al principio, es hora de que en las universidades o en los colegios se muestren estos dilemas sobre la información y su consumo, y es que quizás sea también otro de los problemas, identificar una información, que en el fondo debería ser un servicio público, con un producto de consumo más, en cuyo caso, “consumiremos” el que más nos “guste”, pero no el que más nos informe o nos cuestione. Algo que también recalca el magnífico filósofo Emilio Lledó: «Vivimos en un mundo en el que estamos acosados por la información, pues entendámosla. Luchemos por entenderla, aunque nos equivoquemos, aunque la malinterpretemos. Esa es una de las cosas esenciales que se debe enseñar en las escuelas y los institutos».

LA ÚLTIMA AMENAZA: EL DEEP FAKE

La tecnología va por delante y ya hemos visto lo que los poderosos son capaces de hacer por un puñado de votos o por hacer prevalecer unas ideas, unas zapatillas o un teléfono móvil. Lo último, más allá de las fake news, son las deepfakes, vídeos que se manipulan de tal manera que puedes poner en boca de cualquiera, famosos, políticos o tú mismo, otras palabras sin que apenas se note que es falso porque la boca se mueve para parecer que lo dice de verdad. Y esto no ha hecho más que comenzar. ¿Se imaginan la combinación de deepfakes con propaganda y publicidad online generada para crear confusión o directamente miedo como hemos hablado antes? ¿Deberían regularse este tipo de cosas? ¿Hay base legal? 

Los deepfakes podrían llegar a generar una realidad paralela que reescribiera la Historia. Cuando la tecnología mejore mañana o pasado mañana, no será difícil encontrar vídeos adulterando por ejemplo, los Juicios de Nuremberg o los discursos o arengas de Hitler, Stalin o de cualquiera del pasado. Pero también podríamos “ver” en campañas electorales a Pablo Iglesias legitimando la monarquía o a Santiago Abascal aboliendo los toros. Mientras existan vídeos y personas sin espíritu crítico ni cultura para tragárselos y difundirlos… Y el problema vendrá al tratar de regularlo, algo que puede ser incluso peor. ¿Podremos diferenciar entre lo que es verdad y lo que no? ¿Se imaginan, por ejemplo, que se llegara a no admitir ningún vídeo en un juicio por la imposibilidad de que saber si está trucado o no?

Y ojo, que ya no hace falta un vídeo, a partir de una fotografía también se puede/podrá hacer…

¿Qué más nos deparará el mañana? ¿Tendremos el cerebro lo suficientemente activo para controlar nuestro propio pensamiento o para discernir o poner en duda todas estas amenazas de las fake news y los deepfakes? A parte de esto sería interesante que hubiera políticas educativas realmente disruptivas que ayudaran a fomentar la filosofía a través de proyectos que enseñaran más que “a hacer o producir”, a pensar por qué se hace esto o aquello. Esto implicaría una verdadera revolución educativa. Se hablaría, como ya se hace, del manido “adoctrinamiento”, pero, ¿no adoctrinamos también desde el mismo momento que pulsamos el botón de encendido de una tablet o una televisión delante de un niño?

Sebastián Álvaro. Hacerle compañía al viento

Sebastián Álvaro es periodista, escritor y, principalmente, aventurero. Durante más de veinte años dirigió Al filo de lo imposible, un novedoso formato de documental televisivo, que supuso todo un hito en el medio (con audiencias de hasta doce millones de espectadores) y derivó en una reflexión sobre los límites de las posibilidades del hombre y sobre su vínculo con la naturaleza. En palabras del propio Álvaro, se trataba de un proyecto sustentado sobre “una visión romántica del paisaje”, cuyo objetivo esencial no era únicamente conquistar montañas sino entender nuestro planeta.

Dentro del ciclo Los lunes, al Círculo —que reúne conferencias, debates y otras actividades que amplian los temas propuestos en nuestras exposiciones—, Sebastián Álvaro participó con una charla titulada En los confines de la Tierra. En ella, tomó en consideración lo que supuso la aparición del cinematógrafo en la narración de historias documentales desde los lugares más inaccesibles de la Tierra y cómo esas historias han pasado a formar parte de nuestro patrimonio sentimental y emocional.

La ponencia de Álvaro venía a enriquecer la propuesta temática de la exposición Albert Kahn. Los Archivos del Planeta, que alberga la sala Picasso del Círculo de Bellas Artes hasta el próximo 21 de enero. Se trata de una muestra que visibiliza el archivo fotográfico del banquero judío y destacado filántropo, cuya voluntad era que su archivo —integrado por más de 72.000 placas autocromas, 4.000 placas estereoscópicas y 200.000 metros de película cinematográfica en 35mm— se convirtiese en un auténtico atlas icónico de la humanidad.

Previamente a la participación de Sebastián Álvaro en Los lunes, tuvimos la oportunidad de charlar con él y realizarle algunas preguntas. Entre otros temas, nos habló del poder simbólico de la montaña, del papel de la mujer en el ámbito de la aventura, de la hazaña de haber liderado más de 200 expediciones, de la atracción del hombre hacia el hielo o de lo que entraña, en las alturas, hacerle compañía al viento.

La mirada deconstructiva: una oda a la fragmentación

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En la segunda sesión de los ciclos Los Lunes, al Círculo, titulada ‘Juegos, Deconstrucción’, Ana Fernando (Madrid, 1977) nos acercó a la idea de la deconstrucción explicada desde la lógica de los juegos. Para ello, se vuelve necesario cambiar la mirada sobre todo aquello que nos rodea y nos atraviesa desde distintos vértices. Y esforzarse por observar “los restos de aquello que ha existido de otra manera y también como algo nuevo que está por empezar”. La interpretación de Fernando es, por lo tanto, una oda a la fragmentación de lo que queda entre el proceso que se da entre el paso de una cosa hacia otra.

“Hay que asomarse, aunque parezca que no hay nada”, apuntaba la ponente, animando al público. Entre otras historias, la ponente explicó -mediante la exposición de fotografías, collages y piezas audiovisuales- que, por ejemplo, los preludios del compositor polaco Fryderyk Chopin eran defendidos por el autor como “piezas independientes”, mientras que los críticos -exaltados- expresaban: “¿preludio de qué?“. No obstante, ahí está la deconstrucción del pianista, que también se encontraba a lo largo de sus partituras, atiborradas de tachaduras y apuntes al margen.

Otra de las referencias deconstructivas presentadas por Ana Fernando se da en el ámbito del periodismo: recordando un antiguo libro descatalogado que llevaba al entrevistador a realizar sus entrevistas en diferentes espacios y tiempos, como en los encuentros en una estación de trenes en hora punta, pensando que la intemperie colocaría a cada palabra en su lugar.

Sin embargo, deconstrucción también es “todo aquello que no entendemos o la limitación a ver solamente una parte. Sobre todo si se trata de la parte de atrás de las cosas”. De ahí emerge el equívoco, es decir, el mundo de las apariencias y de los juegos del engaño que, irremediablemente, tienen mucho que ver con “el piso inestable en el que nos encontramos”.

¿Y qué hay del juego en todo esto? -se preguntaba a sí misma-. “La capacidad de introducir una intemperie en el refugio; introducir un exterior en un interior. Es como construir cosas en casa, cambiando el escenario de tal manera que una mesa se vuelve un territorio y las cortinas toman otro significado”.  En su conferencia, Fernando además recordó que Juan Bordes hablaba de una serie de juguetes de construcción de cristal que desaparecieron, precisamente, por su fragilidad. “Hubiese sido mejor correr el riesgo. Podría haber traído buenas cosas jugar con aquello que es peligroso”.

Ana Fernando Magarzo nació en Madrid, pero sus raíces (flotantes) llegaban hasta un pequeño pueblo de los Arribes del Duero, en la frontera con Portugal. Esta condición inicial vital tal vez marcó su predisposición para el viaje y su innegable propensión al entre. También repercutiría entonces en su asombro e interés tanto por lo rural como por lo urbano, y en la admiración por todo tipo de abismo, transición o alrededor, exterior o interior.

Recientemente han sido publicados sus artículos La crítica, instrucciones de uso (2014) y Deshaciendo ciudad (2015). También el libro Despaisajes (2015), un extracto de la tesis doctoral Lo infraordinario, hoy por hoy en deconstrucción.

Por Alejandro Alcolea