A finales de la década de los 60 la carrera cinematográfica de Luchino Visconti atraviesa un momento complejo. Sus últimas películas (El gatopardo, Vaghe stelle dell’Orsa, Lo straniero) han conquistado a la crítica, pero el público no ha acompañado y todas se han saldado con un descomunal fracaso de taquilla. Visconti ve en peligro su carrera y comprende que tiene que dar un giro a su filmografía. Optará para ello por mirar hacia Alemania.
El mundo intelectual de la época vive un animado debate historiográfico sobre el origen del nazismo que Visconti sigue con interés. Y piensa que quizás ahí esté la clave para dar continuidad a su filmografía. Influye en ello su recién iniciada relación con el actor austriaco Helmut Berger, con el que viaja con frecuencia a los países germanos, y que su origen aristocrático le ha dado una formación basada en la alta cultura centroeuropea que es connatural a su vida y carrera. Y Visconti toma la decisión de realizar una tetralogía sobre la historia de Alemania con la que explorar los orígenes y expansión del nazismo entre la sociedad.
El análisis viscontiniano va remontándose en el tiempo. Su primera película será La caída de los dioses (1969), un drama de ecos hamletianos encuadrado entre el incendio del Reichstag y la Noche de los Cuchillos Largos en el que se disecciona la reacción de una familia de la alta burguesía alemana ante el auge definitivo del nazismo. La cinta funciona como un fresco histórico que supone una de las cintas capitales de Visconti, refrendada tanto por una nominación al Óscar como por la buena acogida que recibió en Alemania, especialmente entre la nueva generación de cinéfilos: el propio Fassbinder la señalaría siempre como su película favorita y no es difícil encontrar ecos de ella en muchas de sus cintas.
El análisis histórico queda en un segundo plano con su siguiente película, Muerte en Venecia (1971), una poética adaptación de la novela del escritor alemán Thomas Mann que recibiría un premio de honor en la edición de ese año del Festival de Cannes. La historia es la del compositor Gustav von Aschenbach, que se retira a esperar la muerte a una Venecia asolada por una epidemia. La búsqueda de la belleza, la homosexualidad y el tono crepuscular, siempre presentes en la obra de Visconti, son llevadas aquí hasta su extremo en una de las cintas más conocidas y aplaudidas de su autor.
La trilogía se cierra con una de las cintas más bizantinas de Visconti, Luis II de Baviera (1973), biografía del último monarca del reino, el famoso “rey loco”, en la que se hace especial hincapié en su relación con el compositor Richard Wagner. Con una duración total de cuatro horas, la cinta fue masacrada por los productores, que eliminaron hora y media de metraje para su explotación comercial. Ésta versión recortada es la que ha circulado generalmente tanto en salas de cine como en el mercado doméstico desde entonces, aunque para su proyección en el Cine Estudio hemos rescatado la versión íntegra para disfrute de todos nuestros espectadores. Por cierto, que esta larga duración obligará a hacer una pausa en la sala a mitad de la película para realizar el necesario cambio de bobina en la cabina.
El ciclo debería haberse concluido con una nueva película que cerrara la tetralogía proyectada inicialmente por Visconti, pero los problemas de salud del director le obligaron a dejar de lado el último proyecto, una adaptación de La montaña mágica de Thomas Mann que queda, por desgracia, como uno de tantos proyectos inconclusos de la historia del cine.
Las tres películas de esta trilogía alemana de Visconti son consideradas hoy en día otras tantas obras maestras de la historia del cine que deseábamos rescatar en el Cine Estudio. Si el visionado de cualquiera de ellas es siempre imprescindible para cualquier cinéfilo, el poder ver las tres en sus versiones completas (y en celuloide y versión original subtitulada, tal y como fueron concebidas) es una experiencia que queríamos poner al alcance de todos nuestros espectadores.
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