[su_note note_color=”#ff6667″]Evento aplazado.[/su_note]

Aunque pocas veces llegó a ser reconocido como tal, Guy Debord a menudo quiso presentarse como cineasta. El papel central que el cine desempeñó en la sociedad “espectacular” de la segunda mitad del siglo XX, que él mismo describió con precisión, le dio la posibilidad de convertirse en su único “cineasta maldito”. Para ello, Debord orientó su actividad cinematográfica hacia la negación permanente de la institución, lo que en la práctica supuso una aplicación experimental de la directriz situacionista de superación del arte. Su primera acción pública consistió en la proyección de una película sin imágenes y la última en privar al mundo de la posibilidad de ver sus películas. En colaboración con el Museo Reina Sofía, que desde el mes pasado programa una serie de películas letristas y situacionistas y recibe al cineasta René Viénet, presentamos nuevas copias digitales restauradas de todas las películas de Debord, así como una mesa redonda, el día 10, en torno a los escritos sobre cine de Debord, que coincide con la publicación en castellano de estos por parte de la editorial Caja Negra. Participan: Amador Fernández-Savater (editor y escritor) y Manuel Asín (CBA).

Actividades paralelas:

Los lunes, al Círculo

09.03.20

Si ustedes quieren, pasemos al debate

Conferencia a cargo de Fernando Castro

Debord advirtió que las sociedades contemporáneas se caracterizan por una impresionante acumulación de espectáculos, esto es, de aquel “fetichismo de la mercancía” que Marx revelara. La crítica de la vida cotidiana (una superación del arte que implicaba la realización de la filosofía) se desplegó tanto en la deriva psicogeográfica cuanto en la crítica del urbanismo, en la virulencia polémica contra los discursos institucionales cuanto en la tergiversación fílmica. Las películas de Guy Debord giran en torno al fuego sin tener miedo al miedo, deslizándose, en ocasiones, hacia el tono melancólico-confesional, rindiendo testimonio de la rebeldía, mostrando las huellas de una “mala vida” que todavía nos provoca. Volver a ver esas “meditaciones fílmicas” en las que propiamente no hay “nada entretenido” supone estar dispuesto a pasar, cuanto antes, al debate.

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