En un mundo atravesado por múltiples crisis climáticas, migratorias, inmobiliarias, económicas, políticas, bélicas… en el que incluso convivimos a diario con el peso de la conciencia que nos depara el horror de las guerras “televisadas”, como la de Ucrania, los ahogados en la frontera sur de Europa o el genocidio de Palestina, ¿no estamos cada día más desubicados en nuestro entorno? ¿Podemos (re)adaptarnos a un mundo que empieza a ser inhabitable?

A raíz de la publicación de Componer un mundo en común. ¿Por qué necesitamos a Bruno Latour? (Lengua de Trapo), de Juan Manuel Zaragoza (investigador de la Facultad de Filosofía y Documentación de la UMU), en esta charla, enmarcada dentro de La Noche de los libros y de su lema “Una casa para siempre”, buscaremos algunas respuestas ante ese extrañamiento en nuestro propio mundo, tomando como referencia al filósofo Bruno Latour, que nos ayudará en nuestro empeño de componer ese mundo en el que todos podamos sentir una pertenencia común. Acompaña al autor Amparo Lasén (profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM) y modera Jorge Lago (sociólogo, profesor de Teoría Política en la Universidad Carlos III de Madrid y editor de Lengua de Trapo).

En su libro Palestinian Walks (2007), el abogado y escritor palestino Raja Shehadeh describe siete paseos por las montañas de Cisjordania. Paseos que el autor ha estado realizando desde 1978 hasta 2007. Lo que vemos, a lo largo del libro, es cómo ese paseo que se inicia en 1978 empieza, poco a poco, a volverse “extraño”. Sospechoso. Conforme los hombres armados ocupaban las antiguas ramblas, ocultos tras pasamontañas. Conforme las colinas eran ocupadas por destacamentos del ejército de Israel que buscaban “proteger” los asentamientos ilegales de colonos en las tierras de los palestinos. Conforme su tierra, su paisaje, se veía alterado día tras día por la aparición de nuevas fuerzas, de nuevos actores, la forma de caminar de Shehadeh iba volviéndose cada vez más extraña, cada vez más desubicada. Sus pasos se adaptan a un paisaje que ya no existe, que se desvanece, por eso nos llama la atención. El pie busca un asiento, un lugar firme y seguro que ya no está ahí. Un espacio imposible de habitar.